Acabo de regresar de un evento de reconocimiento a la verdad y de reconciliación, invitado por la Comisión de la Verdad en la ciudad de Cartagena.
El acto se desarrolló sobre el “Atrio de los Gentiles”, junto a las paredes del Santuario de San Pedro Claver, donde el santo se declaró “esclavo de los negros”, con la única misión de atender a los esclavos que desembarcaban traídos desde África. El ejemplo de este santo, sirve de inspiración para quienes en Colombia discutimos sobre la forma de hacer La Paz.
La entrega abnegada a los negros bozales, que representaban la trata y cacerías de negros en las costas africanas, es un modelo admirable de la praxis cristiana del amor, que practicó, Pere Claver Corberó, misionero jesuita español desde su arribo en 1610, a lo que hoy es Colombia.
Me contaba el Padre Francisco de Roux, en el mismo recinto del cuarto donde vivió el santo, que junto a su cama existe aún una ventanita desde donde se asomaba, para constatar el atraque de los barcos llenos de esclavos.
A su arribo, los esclavos parecían haber perdido su aliento; el estado en que llegaban era muy deplorable; sobre su linda piel negra, se confundía el hedor del vómito, con residuos propios del estiércol humano, que se pegaba entre las llagas al punto de la putrefacción.
San Pedro Claver, bajaba afanado con un grupo de hermanos Jesuitas, hasta el muelle, cargaba cántaros de agua y antes de alimentarlos y brindarles vino, los bañaba con sus manos; usando sus propios ornamentos, con la estola y la casulla, limpiaba sus cuerpos, los curaba y dignificaba, para que se sintieran seres humanos, antes de ir a moler sobre las murallas, que se construían a punta de la fuerza esclava.
El santo jesuita fue y sigue siendo ejemplo de la bondad de Jesús en la tierra; y nítido ejemplo sobre el pleno ejercicio al respeto a los Derechos humanos.
En ese marco que me abrigaba durante esas pocas horas en Cartagena, me dirigí junto con Pastor Alape del partido político Farc y de Alcides Manuel Matos Tabares excomandante AUC, quien estuvo bajo el mando de Jorge 40, a un grupo significativo de personas, que representan la noble sociedad cartagenera.
Solo me asistía la inspiración del esclavo de los derechos humanos y pensaba que ya no me importaba cualquier animadversión que pudiera suscitar, desde la crítica irreflexiva, intoxicada por el lenguaje vengativo e irrespetuoso que usa la política que instrumentaliza la paz, y que enceguece a sus seguidores.
Al escuchar a quien en las autodefensas llamaron alias Samario, y a Pastor Alape,
intentaba escudriñar sus verdades y compararlas
con la sinceridad que expresaban sus sentimientos y sus miradas
Al escuchar con profunda atención, a quien en las autodefensas llamaron alias Samario, y a Pastor Alape, intentaba escudriñar sus verdades y compararlas con la sinceridad que expresaban sus sentimientos y sus miradas; el ejercicio se planteó, dando la palabra a cada uno de los tres expositores, para que contáramos sin prevención, quienes éramos, de donde procedíamos, como éramos cuando niños y cómo llegamos a ese lugar donde nos convocaron.
Me correspondió hablar de último, y antes de comenzar mis palabras, observé a cada uno de los asistentes; en primera fila mujeres vestidas de luto, en señal de duelo, víctimas de la barbarie que deja la violencia; a esas alturas, ya no me importaba, que me llamen de nuevo “traidor”, cuando voy al dispensario médico para que me reformulen mis medicinas; segundos antes de hablar, recordé que acababa de salir de la habitación donde murió San Pedro Claver.
Los infantes de Marina que comandé, fueron fieros enemigos de las autodefensas que comandó Pablo Sevillano en Nariño y Cadena en Bolívar y Sucre; fueron fieros enemigos de las Farc en el sur del país y en los Montes de María.
Nunca se pueden olvidar las brutales heridas que sufrieron los cuerpos de los soldados y policías de Colombia, producto de las minas antipersonas, instaladas por las guerrillas, ni el dolor de sus familias que confiaron a sus hijos para servir bajo banderas; tampoco podré olvidar la fortaleza de mi esposa y de mis hijos, a lo largo de mi carrera, el buen ejemplo que recibí de mis padres, ni el buen ejemplo que recibí de superiores que me alentaron en las batallas más intensas; cuando hablaba, recordaba la nobleza de un almirante que se arrodilló frente al cadáver de Martin Caballero; ese día, el señor almirante, me dijo en voz baja: "Rafael, arrodíllese y pídale a Dios que reciba a Martin Caballero y a los 19 guerrilleros que murieron con él".
En la medida que iba narrando mi historia, cruzaban mil pensamientos por mi mente y entre tantos, uno me llama la atención: Colombia necesita con urgencia que los testimonios de los antiguos jefes de las Farc y de las Autodefensas, incluyan los nombres de los poderosos que ayudaron a uno y otro bando; la lista de esa clase privilegiada que los apoyó sin duda.
Solo así, podremos pasar la página; y ese día nacerá una nueva Colombia, que inspirada por la grandeza del esclavo de San Pedro, nos convertirá a todos en esclavos por la paz, para que nunca se repita la barbarie.
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