La demanda efectiva de obras literarias y ensayos en las librerías y los mercados de pulgas es realmente muy deprimente en nuestro país. Incluso el flujo de préstamos de libros en bibliotecas públicas y privadas es lastimoso, a pesar de ser gratiniano, a precio $0.
¿Cuál es la causa? Poquísimos lectores. Arrastramos un paupérrimo promedio anual de lectura de libros per cápita: 5.
Objetivo fundamental para obtener un satisfactorio nivel cultural nacional es llevar adelante una agresiva campaña de lectura que impulse un alza que nos catapulte a un promedio de 24.
Propósito que ojalá de una, ya, pronto, el presidente Petro se eche al hombro, dando directrices y aportando recursos, convocando a todas las instituciones educativas, a todas las entidades gubernamentales, a todos los medios de comunicación ─incluso los que sabemos─, a sindicatos de docentes, al poder judicial, al Congreso, a todos los escritores. ¿Cómo lograr esto? El balón está en el campo del gobierno, en especial de los ministerios de Educación y Cultura.
Hablaré un tanto por los escritores y por amor al arte de Gabo.
Vayamos entonces a lo nuestro. Tú sabes: tirar línea…
Uno escribe porque le nace escribir.
De 40 millones de personas que en Colombia medio sabemos leer y redactar, digamos que una de 100 ha escrito más de tres páginas con tinte literario o ensayístico. De estas 400.000, unas 4.000 han terminado al menos un libro. De esas, 400 han logrado publicar al menos 1.000 ejemplares, la mayoría como autores-editores. Presumo que unos 40 obtienen buenos ingresos al respecto, como pueden ser William Ospina, Gustavo Bolívar, Gustavo Álvarez Gardeazábal, etc. Pueden ser más, pueden ser menos.
A la hora del té, uno asoma sus narices al imaginario ventanal- azotea-balcón con amplia vista a fantásticos mundos románticos, de ciencia ficción, realista-mágicos, tragicómicos, costumbristas, poéticos, violentos, de aventuras, historicistas, biográficos, policiacos, filosóficos, etc.
Se nos cruzan los cables como en una alta enredadera de poste inclinado en una barriada marginal. Una tormenta de ideas teje una telaraña de entresijos en los vericuetos de nuestras cabezas. Vagas flechas zumban y aguijonean como avispas furiosas las más sensibles fibras sentimentales de nuestros controvertidos revoltijos espirituales.
Nos volvemos un ocho en nuestra melcocha de contradicciones, favoritismos y antipatías. Uno es tres o más personas distintas y un solo autor verdadero. El poeta portugués Fernando Pessoa, autor del Libro del desasosiego, tuvo 70 personalidades, si le atribuimos una a cada uno de sus heterónimos. Heterónimo, según la RAE: “…2. m. Identidad literaria ficticia, creada por un autor, que le atribuye una biografía y un estilo particular…”
Como explicó el médico austríaco Sigmund Freud, el aparato comportamental del individuo consta de tres componentes que son el ego, el id y el superego. Eso lo podemos ver en los libros El yo y el ello y Esquema del psicoanálisis. Cabe decir que todos tenemos algo del médico y abogado que da el título a la novela de Robert Stevenson, El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde. Somos amor y odio, bondad y maldad, ética e inmoralidad.
Me achanto en la silla. Prendo el computador. A la mano tengo apuntes: papelitos sueltos, desordenados, llenos de frases y tachones.
Inicio el tecleo. Quizás el libro que escribo interese a una editorial.
Una que otra editorial está en la pomada. Véase Mario Mendoza e Isabel Allende: los escritores que más vendieron libros en el 2022. (Las2orillas, 29 enero 2023). Pongamos medallas a tres, según la nota mencionada. Oro: Grijalbo. Plata: Planeta. Bronce: Plaza & Janés. Siguieron en esta competencia: Debolsillo, Urano, Montena, Salamandra, Alfaguara, Intermedio, Panamericana, Suramericana, Herder y Ediciones B.
Y ahora esta boca es mía.
Mi primer libro fue un relato de ciencia ficción, Ysier o los confines del Cosmos, 1987, impreso por Editorial Don Bosco. Vino el ensayo El vecinalismo, 1997, publicado por Graffitty Impresores, de mi amigo Polifroni. En mi querida Vacatápolis-Taboga-Bogotá DC salieron El revolcón del paraíso y Revolución Vecinalista, 1998, Editorial Lerner. Seguí con ejemplares de impresión digital. Se pueden ver en www.autoreseditores.com.
Te debe gustar la lectura, si estás en estas. Seguro eres una persona vacunada contra la “inlectoróvid-23”, la fuerte afección cerebral derivada del analfabetismo funcional. Quien la padece es alfabeto, pero lee pocos libros, puesto que también sufre de “antilibrodemia”, enfermedad que hace que el achacoso rechace o le repulsen textos literarios y ensayos.
Bueno, ya está bueno de esto. Salgo a la calle, a respirar aire fresco.
Veo cuántos devaluados milpesos tengo. Me alcanza para comprar esto y aquello. Voy a una tienda cercana a la primera supermanzana de Prados de Castilla, barrio El Tintal, localidad de Kennedy, Vacatápolis DC. Tremenda biblioteca se gasta el sector. Pensar que en el lugar hubo un parqueadero de sucios y malolientes camiones recolectores de basura.
Llego. Pido una fría. Me siento.
El animante trago de cerveza me trae anhelos de gozar la vida y viajar. Me gustaría ir a disfrutar de la brisa y el mar en las playas de San Andrés, Ipanema, Punta Cana, Cancún, Acapulco o Varadero.
Despierto de mi ensueño. Puras ilusiones vanas. Pajazos mentales.
¿Qué es todo esto? ¿Cuándo terminará?
Quién sabe a dónde irá uno luego de la trasmigración forzosa de este valle de carcajadas, sonrisas amistosas y lágrimas de cocodrilo.