Desde lo lejano, desde nuestra pequeña burbuja en la que poco nos toca a veces nos preguntamos ¿Por qué la guerra? ¿Para qué la guerra? ¿De verdad importan los pueblos, el sufrimiento de la gente, la pérdida de sus vidas? Pues no, para esos que gobiernan y que mandan sus ejércitos con armas a destruir hasta el aire último que respiraron los que acaban de morir, para esos importa el poder y su nombre en las noticias del mundo entero.
Acabo de escuchar el testimonio de Tanya, una mujer de 31 años que tuvo que escapar hacia Alemania para huir de las bombas en Kiev. Dejó a su esposo, a su mamá, a su papá y a su hermosa abuela en Ucrania. Tenía que viajar sola por las circunstancias, pero con la promesa de llevarse a su familia en pocos días, pensando que esta guerra absurda no duraría mucho. Acaban de cumplirse 60 días, desde que Rusia empezó con la avanzada militar y que no ha dejado de escalar, por el contrario, en medio de ese juego de poderes se han robado la vida de miles de personas, entre esas la de Tanya y su familia.
¿Se imaginan ustedes hablar con su mamá y que en una simple llamada les diga adiós porque una guerra se cierne sobre ella? La madre de Tanya le decía que sentía que ya no tenía la energía para hacer el viaje de huida, mientras ella intentaba disuadirla y animarla con la idea de que en unos días terminará la guerra. Esa conversación destroza el alma.
Por su parte, la abuela es una perfecta y encantadora anciana que ha sufrido tres guerras en su vida, aunque cueste imaginarlo: es sobreviviente de la segunda guerra mundial, logró esconderse cuando recrudecía el conflicto de la época; más tarde, pero no hace mucho, en 2014 tuvo que huir de Dombás por la amenaza que inició el gobierno de Putin para hacerse con la región; y hace 60 días padece la guerra que no ha dado tregua en Kiev y de la que sólo puede esconderse porque su edad y salud no le permiten emprender la huida como lo había hecho años atrás y como hizo su nieta hace algunas semanas.
Para quienes creíamos ingenuamente que las guerras sólo cabían en los libros de Historia y que no volverían, este es un estrellón contra la realidad y la vida misma. Es verdad, en Colombia también vivimos la crudeza de la guerra y parece que hemos aprendido a vivir con ella.
Pero relatos como el de Tanya de Ucrania o como la infamia perpetrada por el Ejército Nacional hace pocos días en Putumayo, nos despiertan con la peor de las bofetadas: la vida de las personas no vale nada para los gobiernos déspotas, hartos y enceguecidos por el poder.
En Rusia, un perro rabioso parece tener el control de una población liderada por un amateur de la política, el Suso ucraniano que logró montarse en la presidencia para llevarlos a este desastre. En Colombia, el peor de los peleles de la socialité criolla subió al poder hace cuatro años y lo único que le importa es lograr el título de expresidente. Un mediocre al que le van a dar semejante dignidad y que ha logrado menos que nada mientras ha estado ocupando la Casa de Nariño.
¿Qué nos queda como ciudadanos? ¿Sobrevivir ante la barbarie? Me resisto a que este sea el camino. Cada vez más debemos alzar la voz, rodear a los más vulnerables, ser capaces de manifestarnos contra todo lo que vulnere los derechos humanos y la vida en colectividad. Los gobiernos no pueden ser los que decidan si vivimos o no, nosotros le damos el puesto a los que gobiernan y respetar la democracia debe ser igual a respetarnos a nosotros mismos.
Los y las invito a obtener información verás, a investigar y a ser críticos con lo que sucede, pero desarrollando argumentos basados en la realidad y no por pasiones. Hay situaciones y personas con las que se puede estar de acuerdo, pero por el bien de las sociedades debemos ser críticos y enfáticos en no permitir la violación de los derechos humanos.
La historia de Tanya es un documental de la DW en español. La pueden ver aquí. (https://youtu.be/WmNk2XRPDxQ ).