Escapar de la cárcel no es un delito, sino un deber

Escapar de la cárcel no es un delito, sino un deber

En días de pena de muerte en Suecia, al reo se le brindaba la posibilidad de escapar. Si lograba escabullirse, se le perdonaba la vida y castigaban al verdugo

Por: victor rojas
septiembre 19, 2022
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Escapar de la cárcel no es un delito, sino un deber

En aquellos días de la pena de muerte en Suecia, al reo se le brindaba la posibilidad de escapar. Al frente del patíbulo se acomodaba una empalizada de lanzas afiladas y si la persona que iba a ser decapitada lograba escabullirla, entonces se le perdonaba la vida y se le otorgaba para siempre en libertad. La pena de muerte fue abolida a principios del siglo pasado, pero la costumbre de que el reo intente buscar la libertad aún se mantiene viva.

Así que en el pensamiento luterano nórdico huir de la celda no es un crimen, sino un deber. Eso también tiene que ver con esa frase falsamente endosada a Cervantes que reza que la libertad es el don más preciado que los dioses le han dado al ser humano y que es un deber luchar por conquistarla. Sobre todo, si se está privado de la libertad en una penitenciaría de Colombia dado que dichos lugares son todo menos espacios donde se pagan los delitos y se recibe ayuda para la rehabilitación social. Cierto, en una prisión colombiana se queda corto el círculo más tenebroso del infierno de Dante.

Son “verdaderas escuelas del crimen” como bien las llamó el profesor Umaña Luna hace más de medio siglo. Lo más triste es que esos apeaderos de delincuentes van con el paso de los años de mal en peor. Se han convertido en una burla para la sociedad que en vano cree que una celda es el lugar donde se paga un delito, pero además se recibe tratamiento encaminado a la rehabilitación social.

Es un hecho que las cárceles de Colombia tienen contrastes aterradores. Bástenos leer una sola de esas crónicas rojas donde nos informan que hay pabellones habitados por potentados criminales que disponen de cocineros propios, de bares surtidos de exquisitos licores y de costosas orquestas musicales que animan rumbas onomásticas. Es decir, pululan los reos, sobre todo de cuello blanco y miembros de la mafia, que tienen la cárcel por casa. Mientras tanto, en cualquier rincón de otro pabellón, algún ladronzuelo de gallinas tiene que vender su desaseado cuerpo para poder sobrevivir.

A ese vergonzoso contraste se le suma uno aún más vergonzoso, como es la figura penitenciaria llamada vulgarmente brazalete. Creo que en la aplicación de ese tipo de castigo ni siquiera Nicaragua le ganó a Colombia cuando condenó a Arnoldo Alemán, corrupto de profesión, al país por cárcel. En la patria del Sagrado Corazón, los acaudalados condenados a casa por cárcel pueden andar por el mundo, valga repetir el sustantivo, como Pedro por su casa. Revisen no más por curiosidad las crónicas rojas y hallarán reos con brazaletes veraneando a sus anchas en islas paradisiacas del Caribe.

Siendo así, si alguien escapa de uno de esos circos penitenciarios de Colombia, donde además ponen la libertad del reo en los coloridos zapatos del payaso que realiza el triple salto mortal, debe ese alguien ser visto como una persona hábil, pero sobre todo escrupulosa. Su escurridiza acción debe ser considerada como un acto de gran seriedad. Exige ser premiado, como la costumbre en los tiempos de la pena de muerte en Suecia, en lugar de ser nuevamente penalizado.

Cualquier ley del mundo que penalice la escapada de una prisión está equivocada. Pero no solo eso, sino que también está encubriendo sistemas de seguridad carcelaria y enormes fallas laborales de funcionarios. Los ciudadanos con sus impuestos les paga a los carceleros para que faciliten y aseguren el pago de una conducta delictiva y para que la persona que cometió el delito también reciba tratamientos de rehabilitación social. Eso es una utopía en Colombia, donde el sistema penitenciario funciona como un hazmerreír y donde no hay derechos ni obligaciones y mucho menos visiones.

Creo que Suecia tiene los principios carcelarios más humanos y efectivos de Europa. La sociedad sueca no tiene interés en vengarse de quienes han cometido delitos. No, está interesada solo en que el delincuente no reincida. Para ese fin no ahorran esfuerzos. Los funcionarios públicos encargados de la rehabilitación social están formados en los marcos de la psicología conductista que hasta el momento les ha dado buenos resultados.

Pero ese ya es otro tema y por el momento solo quiero contar que en esta monarquía no comete falta quien escapa, sino quien deja escapar. Como cosa curiosa, hace un par de lustros hubo una miniserie de fugas de reos en diferentes cárceles suecas. Ante ese hecho, las autoridades fruncieron el ceño en señal de ver qué era lo que estaba fallando. Mientras ajustaban los mecanismos de seguridad de los pabellones, los respectivos directores de las cárceles afectadas fueron removidos y la mayoría de prófugos regresaron a los pocos días de nuevo a sus celdas, a seguir cumpliendo sus sentencias. Como si nada hubiera pasado.

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