En mi duermevela matinal, me malhumora el escándalo del día que fluye por la radio. Al abrir la llave de internet a borbotones me atropella el alboroto. Salgo a la calle y al ojear el periódico me hallo en la cima de la algarabía. Un reportero riza el rumor. Un alto funcionario discute acaloradamente. Un burócrata dice que eso no es cierto. El husmear de la entidad encargada de investigar y acusar a quienes se presume que han cometido algún delito detiene su mirada y se posa en aquellos que supuestamente han violado la ley. Desde lo alto de la procuraduría, como órgano de control autónomo cuida, vela con su ojo ciclópeo, la ola del bullicio. Y entonces, la cuestión se fermenta al entrar en contacto con el aire público y produce una sensación de calor. Desde el cielo de los media se desgrana el ardor. Por doquiera en los cafés y mentideros mariposea la noticia… en la ciudad un hervidero de hipótesis y el “ya se sabía” crece hasta el desaliento del mediodía. A la semana siguiente otro escándalo, un robo más a la res pública, una ola enorme que rueda por la ladera de la mañana para llegar al desaliento del mediodía y descender en la tarde del olvido. Y así la investigación que analiza en los detalles mínimos se termina por cansancio, se disuelve en los tribunales de la negligencia.
Y el tropel del olvido, semana tras semana, diluye el recuerdo que se tiene del escándalo que hizo espuma en la inmediatez de la semana anterior. La realidad, que era el suelo en noticieros y reportajes, se desmorona ante el nuevo escándalo que viene ventilado por los medios. Parece que fuera indispensable que hayamos olvidado el estrépito de días anteriores, pues ya que no se recuerda lo que alarmó en el pasado reciente. Si bien se recuerda lo que ha ocurrido hace pocos días, el delito se convierte en mito. Entonces las anécdotas abundan. Historias tejidas por la astucia que causan admiración. Y se embelesa al astuto, a la persona hábil para engañar, para lograr un fin de manera artificiosa. Hay admiración por la táctica para dañar, capturar, detectar o incomodar a quien evoca la justicia. El pícaro se vuelve el prohombre como opuesto a lo que debe ser justo. Los delitos se transfiguran en una proeza por haber violado la ley. Entonces, se vuelven los ojos a los principios, normas, reglas que pretenden establecer los derechos del individuo, la sociedad y el Estado. En el enredo de las noticias, versiones y opiniones se valora lo evidente por el engaño, el ardid y la trampa. Los delincuentes se elevan al pedestal de héroes. Son memorables las fechorías, la corrupción, los contratos, el espionaje, las masacres, la distorsión deliberada de la realidad, como para hacer un novelón, manipulando creencias y emociones, con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales.
Y las cárceles rebosan…