Han sido unas de esas semanas con demasiados escándalos. Demasiados para saber en realidad qué está pasando. Ya ni siquiera intento averiguar quiénes son los malos y quiénes los buenos (pues parecen ser los malísimos contra los malos) y tampoco parecen fiables los reportes de muchos medios o muchas personas que, vía Facebook dicen quién tiene razón.
El lío principal es, obvio, el de la Corte Constitucional. Pero empecemos por el tal Nicolás Gaviria (que para su pesar todos sabemos ya quién es) o el piloto de motos al que le quitaron todos los contratos porque le disparó a un perro.
Ambos, pero sobre todo Gaviria, es un pendejo. Uno no va por el mundo diciéndole a los policías “no sabe quien soy yo” —por muy príncipe de Inglaterra que sea, pero menos aún si no es el príncipe de Inglaterra—. ¿Pero no tendremos un ligero derecho a ser pendejos? Me explico, a esta pobre persona la Fiscalía, como si en este país no hubiera problemas de verdad, le abrió una indagatoria por pegarle al policía por irrespetar la autoridad cualquier cosa de esas. Porque, obvio, cómo iba a dejar la Fiscalía pasar tremendo escándalo. Y mientras tanto, a los estudiantes nos atracan y nos roban los celulares, a la gente la matan en el Caquetá y en el Cauca y hay paros que tienen pueblos sin víveres y yo que sé y la Fiscalía decide investigar al pobre Nicolás Gaviria.
También se dan garra los medios. ¿A quién le importa quién es Nicolás Gaviria? A nadie. Ni al policía. Pero insistieron una semana en él —y sí, a lo mejor refleja una actitud despreciable de cómo somos los colombianos— pero ¿de verdad eso era lo más importante para leer? Pasó igual con Toro, el piloto de motos, que le disparó a un perro. Reconozco que es obvio que uno no debería ir armado por ahí y menos aún matando perros (eso ya no es pendejo, sino guache) pero al otro día de que eso pasara —y de nuevo, ¿era esa la información más importante del día? — yo había leído dos versiones. La primera, que animalmente había disparado contra el perrito. La segunda, que el perro lo atacó y que él, que iba armado, le disparó por reflejo. Son ligeramente distintas.
Pero claro, Twitter y Facebook se explotaron, la Fiscalía abrió cargos (otra vez) y antes de que se “esclarecieran los hechos” a este señor ya le habían quitado todos los contratos de patrocinio porque ojo, hubo una recolección de firmas online, y a la miércoles la presunción de inocencia. En verdad si los colombianos e internautas tratáramos de hacer las cosas tan bien como firmamos peticiones seguro nos iría mejor.
Y hablando de la presunción de inocencia llega lo de la Corte que, sin exagerar, creo que nos tiene con el corazón-patria partido. Porque al margen de Pretelt, lo que él va a destapar (y ojalá que lo haga) se ve terrible. Y al mismo tiempo, todos juzgan y rejuzgan que lo nombró Uribe (como si eso fuera el mayor crimen de todos, ignorando que a María Victoria Calle también o que Santos era su ministro de Defensa) o que es ganadero en Córdoba que es, para tanta gente aquí en Bogotá (muchos mis vecinos, muchos mis amigos) ya un factor sospecha. Como si del campo no vivieran la mayoría de las personas que no son de Bogotá.
Y entonces le abren cargos a todo el mundo, y resulta que todos se han reunido con el Fiscal y que todas las figuras públicas del momento trabajaron o asesoraron a Saludcoop o a Fidupetrol hace unos años, que todos tienen mil investigaciones andando que todos han ido a comer a tal restaurante (y ya el restaurante se vuelve factor sospecha) y, baldado de agua fría, ese es el escenario en el que estamos. Porque como dijo el rector de mi Universidad el viernes “ustedes graduandos, son los arquitectos del futuro del país”.
Qué torbellino.