A propósito del aniversario de la muerte de Rafael Escalona, me acordé estos días de una anécdota que le pasó a una bella dama en mi oficina cuando averiguaba por los documentos que había que llevar a la Agencia Nacional de Infraestructura para hacerse acreedora de un chip que le permitiría pagar un peaje más económico entre Acacias y Villavicencio, dado que allí le ayudábamos a tramitar dichos papeles.
Resulta que entre los documentos exigidos se hacía necesario llevar dos fotos de frente y de perfil del carro y a la bella dama de mi historia, quizás por el afán, se le olvidó leer que era del carro y ella madrugo al salón de belleza, compró un vestido nuevo y llegó a mi oficina absolutamente radiante y emperifollada para tomarse las dos fotos de frente y de perfil. Cuando mi esposa le dijo que las fotos eran para el carro, ella se sonrojo y de lo único que se acordó fue de decir “por favor no le digan a Arley, sino, él lo publica en el Facebook”.
Eso me hizo acordar de una historia que contó alguna vez Don Juan Gossaín en la radio sobre una de las novelas de Gabo, en la cual una dama invita a otra a ir al centro de la plaza a ver lo que ocurría en ese momento porque todo el mundo corría para allá. La invitada respondió con un muy decidido no, muy a pesar de que le carcomía la curiosidad, argumentando lo siguiente: “¿Irme a la plaza con esta ropa y sin peinarme? ¿Tú te imaginas si me llega a ver Rafael Escalona así?, de seguro me saca una canción”
Contaba Don Juan en esa oportunidad que Rafael Escalona fue el único personaje real de las historias de nuestro premio nobel, porque los demás, si bien procedían de familiares y amigos de su entorno personal, todos tenían nombre traídos de la imaginación prolifera del gran escritor.
Pues bien, esas dos anécdotas y una compilación de la música de Escalona que hicieron sonar en el aniversario número seis de su muerte el pasado 13 de mayo, y que pude escuchar en la radio difusora nacional de Colombia, mientras atravesaba las sabanas de Puerto Lleras, Mapiripán y Puerto Gaitán en el Meta, en un viaje de más de 10 horas rumbo a la finca, me hicieron reflexionar de la suerte que tuvimos quienes amamos el vallenato de que en esa época no existieran las redes sociales, porque quizás todas esas historias contadas en versos, que más parecen poemas, tan solo hubiesen quedado reflejadas en los memes que están tan de moda y quizás tampoco le habrían sacado esa música tan bella que propios, pero sobre todo extranjeros, hemos escuchado, dedicado y bailado.
Debo confesar que, muy a mi pesar y aun siendo un ferviente admirador de la música del Valle del cacique Upar, sigo sin conocer las cunas de los grandes juglares, pero intentaré en lo posible hacerlo, porque es algo que todos los colombianos deberíamos hacer y mucho de eso se debe a que los versos a Molina, a Dina Luz, a la Maye, a la Molinera o a la Brasilera, nos hicieron soñar en ese Macondo que Gabo grabó en sus libros y Escalona en sus canciones. Versos estos que quizás no habrían sido los mismos si las redes sociales de hoy existieran en esa época que el gran maestro Escalona los compuso.
