Qué mala racha. Si fuese supersticioso, creyente, o adepto a los asuntos metafísicos especularía en el gato negro que casi atropello con mi bicicleta en una noche lluviosa pasada, me preguntaría por algún pecado, juzgaría que algo había en los sueños recientes. ¿De qué otra forma explicarme, sin contar las calamidades naturales y sociales que ya abundan en estos meses del año, la muerte de cinco personas en igual lapso de tiempo? A Nicanor Restrepo, Carlos Gaviria, Carlos Cortes Amador se suman Dominique Dedieu (cuya muerte conozco tardíamente), quien apenas conociéndome al llegar a París me abrió su casa (y familia) en Saint Cloud, me regaló la primera bicicleta con que recorrí estas calles y el primer computador que tuve en mi vida, y el pasado fin de semana, en Medellín, Alejandro Cock Peláez. “Estoy salao'”, se diría. Por fortuna no es la primera vez; recuerdo en mi adolescencia cuando en lo que va de un domingo al sábado siguiente perdí por siempre a siete u ocho amistades de barrio; eran otras épocas y otros contextos. Luego, además al crudo pero puntual “c’est comme ça”, la única auto-respuesta, dado que no trabajo en el bloque de desahuciados en un hospital, ni resido en un país en guerra, ni soy el sobreviviente de una catástrofe o accidente colectivo reciente, es que eso me sucede por tener tantos (as) y tan buenos amigos (as).
La de Alejandro es una desaparición que me toca fuertemente, pues la última vez que lo visité, pese a encontrarlo desmejorado, me sentí estando de frente a un titán que llevaba dos años peleándose la vida, hablándome de todo lo que tenía en mente, formulándome nuevas miradas y propuestas frente a la Medellín y la Colombia que nos había tocado vivir. Alejandro se va con la misma edad con la que yo quedo, solo que su legado en imágenes, fotos y testimonios lo ponen a años de lo que yo ni siquiera he comenzado a hacer, desde otro campo, y poder quizás imaginar dejarle algún legado a la sociedad.
Si sus videos fuesen del orden personal, institucional, por encargo o en coautoría reflejan una búsqueda sin límites, un progresivo perfeccionamiento, una capacidad prolífica como pocas. En ellos se percibe el ojo advertido; son manifiestas las problemáticas, el sentir de los protagonistas, el equilibrio, la responsabilidad, como también los colores, las texturas, los sonidos, los planos y otras piezas necesarias al buen resultado audiovisual.
Respecto a la persona, es algo en lo que me quedo corto. Alejandro no solamente tuvo un padre, y sobre todo una madre que al tiempo que cariñosa y exigente (sin ser rígida), le dieron esos elementos básicos que le han de permitir a alguien saber el qué hacer y el cómo en el mundo; es así que desde temprano se forjó una opinión crítica, comprometida, del mismo modo que abierta y tolerante. Su carácter desbordaba en simpatía, originalidad y curiosidad; sus virtudes eran la constancia y el optimismo con moderación; su talento lo marcaban la amabilidad, la humildad y el amor por lo que hacía, como para quienes lo rodeaban. Ambientalista, pacifista, soñador, artista, y, según las mujeres y feministas, un tipo de nuevo hombre.
Por su juventud pudo imponer un buen ritmo, introducir cambios y realizar nuevas propuestas en la universidad en la que trabajó, así como en los cursos que dictó. Por lo mismo es que quizás escapó a esa fosilización que seguramente asirá a la mayoría de sus colegas, a quienes la rutina, la institución y la regla terminarán convirtiendo en sumisos, desinteresados y arcaicos. Hijo ejemplar, padre moderno, acaso compañero y esposo envidiado. Todos esos atributos y un sinnúmero mas se conjugaban en Alejandro, mi amigo, y tu maravilloso fruto, Margarita. Para ti, Tomás, Fernando, Simón y Carolina un abrazo alentador y del tamaño del océano que nos separa. Y para quien te escribe este pobre esbozo de elegía, esperar una pausa en esta mala racha.