El concurso de Miss Tanguita es una vergüenza que ha sucedido por veinte años y apenas ahora nos damos por notificados. Y no es que haya sido bueno antes, sino que en el país ha ido creciendo afortunadamente la conciencia sobre la necesidad del respeto y la protección a la niñez. Claro, no en todo el país porque en Barbosa Santander repitieron con entusiasmo esta aberrante tradición y la alcaldesa Rocío Galeano la defendió con ahínco ante los medios de comunicación.
Que niñas de 6 a 10 años desfilen en tangas, meneándose como modelos, ante una muchedumbre de adultos, es desde todo punto de vista repudiable. Las menores son inducidas a participar en el desfile por la presión social, familiar y hasta política y no se puede esperar que esas criaturitas fácilmente manipulables tengan el criterio de oponerse a esa flagrante violación de su infancia.
Otra cosa muy distinta pasa con la gente mayor empezando por la alcaldesa que asegura ser muy cristiana y promover los valores con la participación de las niñas y sus familias. Los argumentos con los que pretendió defender el evento sirvieron precisamente para todo lo contrario y fueron una triste constatación de que la burgomaestre más parece una burromaestre que no entiende nada de nada.
La señora Galeano no distingue el bien del mal y con esa misma desfachatez conque aseguró que exhibir niñas semidesnudas sirve para promover valores morales, podría defender también actos de violencia contra la mujer, abusos de poder y hasta indelicadezas legales. Sus “valores” morales y éticos pueden tener en alto riesgo la conducción de su municipio, como ya permitido que se pongan en riesgo esas niñas.
Tampoco está exenta de responsabilidad la Comisaria de Familia de Barbosa para quien el desfile no implica ninguna violación a las leyes de protección a la infancia. A esa señora, de cuyo nombre no quiero acordarme, deberían destituirla de manera fulminante porque, siendo su obligación, desconoce por completo la normatividad vigente. Y por supuesto, lo mismo sucede con la dirección zonal del ICBF. Para ambas instituciones, el único requisito para la participación de las que las niñas era el consentimiento escrito de los padres.
¿De manera que las mamás o los papás están facultados para autorizar que sus hijas sean expuestaspúblicamente en vestido de baño, les tomen fotos o las graben y consecuentemente estos registros se suban a las redes sociales? De ninguna manera. Por mucho que los padres consientan, un abuso sigue siendo un abuso y una violación sigue siendo una violación, Ningún mayor, por papá o mamá que sea, puede aprobar algo que vaya en detrimento de los derechos de sus hijas, prioritariamente protegidos en la Constitución.
La que si actuó como es debido fue la directora nacional del ICBF, Cristina Plazas. Condenó tajantemente el evento, recriminó públicamente a sus funcionarios de la dirección zonal y presentó una denuncia formal ante la Fiscalía. Ojalá todo esto no se quede en simples anuncios, sino que se llegue al fondo y se apliquen los correctivos.
Sin embargo, lo que deja un sabor más amargo es la actitud de la población de Barbosa que asistió feliz al evento y no tuvo ningún reparo en empujar a sus hijas a participar. Esto no se resuelve con leyes o con medidas policivas porque es un problema cultural. No basta con una investigación o una sanción a las y los organizadores, hay que reeducar a la gente y eso es un proceso más largo y más difícil.
Así como en las corralejas mataron un toro a golpes y cuchilladas frente al júbilo del público, aquí también quedó patente que algunas de nuestras “tradiciones” están mandadas a recoger y es una campanada de alerta para comprender dónde es que se está gestando la violencia cotidiana, esa que permite disfrutar morbosamente la belleza y la inocencia infantil.
http://06blogs.elespectador.com/sisifus/