Popeye puede convocar a las marchas que quiera. Es un ciudadano como cualquier otro, en paz con la justicia colombiana. Puede invitar a manifestar contra la pederastia, recoger plata para Teletón, participar en las marchas de Solidaridad por Colombia y quejarse del maltrato a los niños. Lo que la sociedad colombiana debe rechazar es el lenguaje, característico de la cultura de eliminación del adversario, que Popeye utilizó cuando invitó a la marcha del pasado 1 de abril.
Ignoro cómo transcurrió la manifestación convocada en contra del gobierno de Santos, el proceso de paz con las Farc y la corrupción. Sobornadores y sobornados abundan en todo el espectro político, en el sector público y el privado, de modo que el cuento de la protesta contra la corrupción resulta, por decir lo menos, poco sincero y creíble. Sin embargo, un buen soporte político de los convocantes fue, es, el resultado del plebiscito del 2 de octubre pasado, en el que el No claramente triunfó. La marcha es un mecanismo de participación ciudadana, de manera que, aunque no participé, ojalá haya sido pacífica… y respetuosa.
Alguna, no mucha, polvareda se armó con la invitación de parte de John Jairo Velásquez a participar en la marcha. Me llama la atención el rasgo común de las reacciones y la alta dosis de doble moral con que amigos y opositores de la marcha reaccionaron. Unas pocas voces del lado de los organizadores, incluyendo la de Francisco Santos, se manifestaron incómodas con el apoyo de Popeye. En cuanto a la indignación de los demás, se trató de un argumento para desligitimar el evento.
El hilo común de la ira por la invitación de Popeye es del tenor siguiente: el exsicario de Pablo Escobar, el asesino de centenares de personas, narcotraficante, convoca a la marcha. Ergo, el evento carece de legitimidad. Doble moral, en mi opinión.
Vamos por partes. El señor Velásquez, conforme a la ley colombiana, pagó con cárcel por su delitos. Se puede discutir, por supuesto, si veintipico de años de cárcel son suficientes para pagar por centenares de asesinatos y sabemos qué hubiera ocurrido en algunos estados norteamericanos o en China o Corea con la comisión de la centésima parte de los delitos cometidos por Popeye. Sin embargo, en Colombia vivimos y el señor fue juzgado, condenado y cumplió. En otras palabras, el señor Velásquez, hoy, tiene todos los derechos de opinar, convocar a las marchas que le vengan en gana, como cualquier ciudadano.
Lo grave no radica en que Popeye invitara, sino que su lenguaje no sea objeto de rechazo y que, al contrario, sea común en muchos de quienes expresan sus opiniones bien sobre política, ética, orientación sexual y tantos otros temas.
El texto y la ortografía son literales: “Es clave salir el 1 de abril a gritarle Corrupto al Corrupto ladrón al ladrón y traidor al traidor. Está cosa con ojos de JMS es lo peor.”(28.03.2017) Es el trino de John Jairo Velásquez, localizable en twitter bajo @Popeye_leyenda.
Rechazo todo el contenido del trino. En particular, “Esta cosa con ojos de JMS…” es un lenguaje absolutamente inaceptable que hay que repudiar.
Para poder matar, sobre todo en los asesinatos seriales, se requiere que el perpetrador se distancie de la víctima. Que la degrade y la deshumanice. La forma apropiada es la cosificación. Verla como persona, con sus sentimientos y afectos, sus angustias, su rostro, podría despertar un destello de compasión y precipitar el miedo del victimario, lo que podría inhibir el acto del asesinato. Frente a un objeto, una cosa, no hay problema. Están frescos los recuerdos de masacradores jugando fútbol con las cabezas de las víctimas. Cabeza, balón, objeto, no hay problema.
En Matar, rematar y contramatar, de la antropóloga María Victoria Uribe, 1978, sobre la violencia en el Tolima, hay una cita feroz sobre el consejo de un veterano bandolero a uno joven: “Tome, péguele una puñalada a cualquiera de los cadáveres para que se le quite el miedo”(p168).
Lo preocupante en extremo es que el lenguaje de la degradación
resulte aceptable para muchos cuando se refieren
a quienes representan diferencias políticas o de cualquier otra índole
Lo realmente grave no es solo que Popeye, hombre que se ve a sí mismo como leyenda, que disfruta de regalías por la publicidad de sus memorias, hable de “esta cosa con ojos”, refiriéndose al ciudadano Juan Manuel Santos y que después de más de dos décadas no haya aprendido. Lo preocupante en extremo es que el lenguaje de la cosificación y la degradación resulte aceptable para muchos cuando se refieren a quienes representan diferencias políticas o de cualquier otra índole.
Colombia ha pasado por sucesivas olas de violencia. Sin incluir el siglo XIX, ha amnistiado, juzgado, incorporado a decenas de miles de actores a la vida ciudadana. Nuestro problema, quizás, radica en que no hemos superado la cultura de eliminación, así sea en el lenguaje, del otro diferente. Cultura a partir de la que se incuba el conflicto armado siguiente.