Viene a mi cabeza como cascada el cuestionamiento recurrente de por qué, como especie, somos así. Por mi trabajo es imposible sacar de mi mente el microscópico problema y esto me ha traído conflictos emocionales muy fuertes, aunque mi personalidad sea experta en ocultarlos, los cuales van desde episodios de ansiedad hasta fuertes somatizaciones, pasando por lo que yo llamaría flash-forward, el exceso de un espantoso futuro sin mis seres más amados o de ellos sin mí. Y me pregunto,¿ cómo ese ente diminuto puede poner contra las cuerdas la magnánima falacia de la "especie dominante", del "poseedor del universo", del "dueño de la existencia", del hombre?
Es toda una especie y toda su enorme creación sumiéndose ante el implacable poder de un ser diminuto que ni ser vivo es. Sin duda es una gran lección de humildad que la vida nos da, que tarde o temprano iba a llegar por el principio homeostático de la naturaleza; la cuestión es, ¿cuánto nos costará aprenderla y si estaremos vivos para aprovechar ese aprendizaje? Afortunadamente (o así quiero pensarlo) y contrario a nosotros, en los virus pareciera que sí hay inteligencia, ellos no intentan destruir a toda su especie portadora, porque si lo hacen ellos mismos morirán con ella, por el contrario, nosotros vamos destrozando todo a nuestro paso sin importar que aquello que destruimos es precisamente aquello que nos mantiene con vida.
Después de toda esta banal historia, quiero volver, bueno, tengo que volver, porque perdí ya cierta voluntad de mis pensamientos, al cuestionamiento base: ¿por qué, a pesar de la inminencia de la catástrofe y de que tenemos aún algo de control para prevenirla, seguimos actuando como actuamos?, ¿es acaso lo que denominaba Freud como instinto de muerte, el tánatos?, ¿o desde un punto de vista evolutivo, es simplemente el mecanismo de nuestra conciencia colectiva como especie para eliminar a los eslabones menos adaptables, menos capaces de seguir las convenciones sociales que como tribu requerimos para garantizar nuestra existencia?
En otros, tengo que ser justo y empático, impera el instituto de vida, el instinto de conservación y más en un país como este, donde no se le puede garantizar a su pueblo el sustento mínimo para soportar una cuarentena, pero de ellos no voy a hablar, solo no quise desconocerlos.
Tampoco voy a hablar de aquellos cuyos avatares de la vida les ha creado un deseo inconsciente de morir; En esta ocasión voy a hablar específicamente de este tercer grupo, este que la especie pareciera necesitar eliminar, porque es incapaz de acomodarse a la preservación de la misma, este que se convierte en un terrorista agazapado dispuesto a inmolarse y acabar con todos los que se atraviesen a su paso, estos inconscientes que son incapaces de acatar la simple orden de quedarse en su casa, de evitar visitas innecesarias y son capaces de organizar paseos, fiestas, celebraciones, sin el desarrollo mínimo de su lóbulo frontal para comprender que sus familiares y amigos necesitan más su salud que sus visitas, que su familia necesita llegar a fin de año unida; y más aún, que los profesionales de la salud no se deben estar exponiendo, ni así mismo ni a su familia a la enfermedad porque a algún desadaptado, en un acto de enfermizo egocentrismo, se le ocurrió salir de fiesta a alicorarse con sus amigos.
El problema no es que usted muera, señor, si así lo desea, nos tiene sin cuidado. El problema es que tras su inconsciente conducta está poniendo en riesgo la vida de personas que tienen hijos esperándolos en casa, unos padres, un esposo o esposa, una familia que solo ruegan poder compartir una larga vida con quien más quieren.
Con esto solo quiero que usted haga un ejercicio reflexivo, autocrítico y de conciencia, que deje a un lado sus ilusorias y falaces justificaciones y responda, ¿es usted uno de estos eslabones susceptibles a la estupidez? O por el contrario ¿está usted conectado con el amor y la solidaridad hacia su especie, su familia e iguales y decide destruir la enfermedad quedándose en casa?
Si le cayó, discúlpeme, pero sí era para usted.
