¿Es usted un "covidiota"?

¿Es usted un "covidiota"?

"Los ve uno por las calles a toda hora. Van por la vida misma ajenos a todo lo que debería importarles"

Por: Jennifer Villamizar
octubre 08, 2020
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¿Es usted un
Foto: Pixnio

Van alegres por la vida, a pesar del desempleo y quizás del hambre, con un optimismo tan obtuso que los hace ser capaces de salir al mundo sin el tapabocas debidamente puesto o incluso sin ponérselo siquiera.

Dicen tener varias razones para no usarlo. Además, sus adeptos están agrupados en “los conspiracionistas”, que alegan que todo es parte de un plan internacional para mantenernos ubicados por medio de un chip inyectable; “los negacionistas”, que simplemente no creen que el virus exista y aducen a que es una mentira de alcance global; “los relajados”, que por alguna estúpida razón de su apocada mente creen que no es para tanto, que eso no les va a dar,  que si les da no se van a morir, y que si se agravan dicen “pues de algo se hay que morir”.

Pero a pesar de estos subgrupos, todos parecen pertenecer a la misma comunidad: “los covidiotas”. Todos miembros de la misma ralea. Y dependiendo de la cultura mental que predomine en la geografía, en algunas partes abundan más que en otras.

Hay lugares donde la gente aprende, a las malas, pero igual aprende: no son pocas las fotografías de personas que no salen ni a la tienda sin el tapabocas (¡y bien puesto!). Pero en esta parte del planeta no es así. Su nivel de inteligencia no les da para entender que “fin de la cuarentena” no significa “fin de la pandemia”

Aquí la gente organiza fiestas y hasta orgías donde el principal requisito de ingreso es que se tenga el coronavirus. Aquí es común que —a falta de bares— se sientan en las tiendas a beber cerveza, como diría Diomedes Díaz, “sin medir distancia”. Igual pasa con las filas.

Aquí las autoridades correspondientes son entes decorativas, adornan las paredes de la indiferencia ciudadana, incapaces de hacer respetar las medidas de protección que se inventan para la población que dicen servir. Reprimen con brutalidad la manifestación de los inconformes, pero no pueden hacer cumplir un simple decreto de circulación ciudadana.

En esta comunidad simplemente reina la cultura del “no me importa”. Les resbala lo que sale en las noticias sobre los efectos en el cuerpo humano de la enfermedad que fue capaz de paralizar el mundo, que nos hizo replantearnos las prioridades, ver lo realmente importante en la vida.

Aquí esa especie humana sale a veces con tapabocas. Suelen usarlos en la barbilla, como colgante en la oreja, y no falta la “original” que lo usa de balaca. Uno les pregunta por qué no se lo ponen correctamente y responden diciendo “porque hace mucho calor y no me gusta sudar”. Sí, claro. Ni punto de comparación con la fiebre que suele acompañar este virus, ¿no?

Hay otros que dicen: “Vea, esa vaina no mata a todo el mundo, es como una gripe, pero un poquito más fuerte. Uno se toma un antigripal y ya”. Y son los mismos que luego salen a decir: “No, esto es muy difícil, casi no puedo respirar, llevo meses sintiéndome débil, todo me sabe mal, nada que puedo oler…”. ¿No dizque apenas era una gripe un poquitín más pesada? Tome, lleve y vuelva por más, entonces.

Está haciendo uno una fila y no falta el que se acerca demasiado. Y si en el local tienen la mínima conciencia de exigir el distanciamiento social, los miran como si les hubieran salido tres cabezas, diez cuernos y una cola (en el mejor de los casos) y algunos reaccionan con evidente hostilidad e insultan al pobre ser humano que le toque ese papel.

Hay algunos que no creyeron en el peligro del coronavirus. Se contagiaron y también a su núcleo familiar. En algunos casos murieron todos; en otros, solo algunos; y de esos no faltan los que han tenido que ver cómo por culpa de su insensatez se les murió la familia.

Hay otros todavía más raros: son asintomáticos. Hay quienes pasan por la enfermedad sin darse cuenta; en cambio otros caen muertos en las calles o en las casas, sin saber qué fue lo que les arrebató la vida tan intempestivamente.

Dicen que el ser humano, como individuo, es inteligente; pero ya en masa, es un reverendo idiota. Y —aunque lo niegue— siente la gran necesidad de encajar en su comunidad, entonces hace lo que la mayoría hace. Si su líder hace cosas estúpidas, los demás irán como borregos a hacer lo mismo. “¿Para dónde va Vicente? Para donde va la gente”, reza un adagio popular.

Por eso ven con malos ojos a quienes sí salen con tapabocas bien puestos a donde sea estrictamente necesario salir, aquellos que aprenden a usar las plataformas para videoconferencias o llamadas múltiples, estudios virtuales, procesos en línea. Los mismos que se niegan reiteradamente a asistir a reuniones presenciales, que usan el alcohol cual si fuera perfume barato, que descubrieron el teletrabajo.

El desafío no es vivir con la “nueva normalidad" que ocasiona esta situación, sino convivir con los covidiotas, a sabiendas de su estupidez, (porque con tanta información que ha salido en todos los medios de comunicación y redes sociales no se puede alegar ignorancia), sin caer en la desesperación que su actitud indolente provoca.

Lo único que uno puede hacer es alejarse de ellos lo más posible, concentrarse en cómo prevenir o mitigar uno el riesgo de contagio (sin pena de quedar como quisquilloso ante los demás) y armarse de mucha paciencia, porque la vamos a necesitar.

Que Dios nos asista.

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