La batalla del Grupo de Abu Dhabi y los Gilinski para controlar el GEA es el reflejo de la forma como el capital financiero se mueve en los mercados globales para apropiarse de riquezas sin consideración humanitaria alguna. Como ya lo han registrado varios medios y analistas, la dupla compradora tiene garantizadas utilidades logren o no el control. Ganarán varios cientos de millones de dólares por una de varias vías posibles: la reventa a un mayor valor de las acciones compradas, o al hacerse socios de un gran número de empresas del GEA -gracias al enroque- con un valor superior al que desembolsaron para entrar a este entramado. La falta de atención para prevenir el riesgo de una toma, la desatención a los socios minoritarios y la subvaloración de las acciones, facilitaron la jugada que los administradores del GEA no vislumbraron a tiempo.
Los jugadores locales requerirían de un socio equivalente a Abu Dhabi, para recomprar las acciones que los minoritarios vendieron. Esto implicaría pagar un valor superior al que pagaron los Gilinski-Abu Dhabi por las acciones y debe ser atractivo para que vendan realizando una buena utilidad. Forbes estima que si el precio de recompra fuera un 5% superior al pagado, los compradores ganarían USD$ 864 millones. Nada mal. El GEA, si decide dar este paso, se endeudaría en una cifra que afectaría sus costos, su operación y su rating en las calificadoras de riesgo. Un pésimo escenario para ellos, mientras que la dupla se apropia del valor que el GEA tenía escondido en la subvaloración de sus acciones. La imagen es la del águila que alza vuelo con los críos del nido mientras los padres miran impotentes como se alejan.
También podría el GEA buscar entre las grandes corporaciones globales de alimentos un socio que compre parte de sus acciones. Este socio si podría contener a la dupla al interior de las juntas directivas de las empresas del GEA. Es difícil en el corto plazo encontrarlo pero es una movida atractiva para muchas corporaciones en expansión ante el desbordado crecimiento del sector de alimentos. Aunque implicaría perder el control de la empresa a manos de otro tercero, los accionistas del GEA se colgarían a un tren capaz de generar nuevo valor, lo que a su vez valorizaría sus acciones diluidas en un mediano plazo, compensando las pérdidas en el corto. Esto es lo que hicieron los Santo Domingo al colgarse al tren AB InBev sin conflictos.
La dificultad para los accionistas que quedan en el GEA encuentren una salvación adecuada es el tiempo. El mayor valor que ofrecen los Gilinski por un 6% adicional de Sura (a USD$9,88 por acción que equivale a una prima del 40%) es difícil de rechazar y así llegarían al 31% en esta empresa. En Nutresa la nueva oferta USD$ 10,48 (fue USD$7,7 en la primera OPA) busca el 22,8% para quedar sobre el 50.4% de la empresa, pagando USD$ 2,070 millones. Ganen o no el control los compradores quedarán como socios de todas las empresas donde Sura y Nutresa son accionistas: el 35% de Argos, el 46% de Bancolombia, el 49% en Protección... con solo volverse socios de Sura, los compradores ganaron una fortuna con los simples porcentajes que les corresponde al participar ahora de las propiedades anteriores que generó el enroque.
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Ganen o no el control los compradores quedarán como socios de todas las empresas donde Sura y Nutresa son accionistas: el 35% de Argos, el 46% de Bancolombia, el 49% en Protección
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La entrega de valor a un tercero se facilitó en buena medida porque los administradores del GEA descuidaron a sus socios minoritarios. Ser administradores democráticos, es decir que traten por igual a grandes y pequeños accionistas era clave para que rechazaran la oferta Gilinski-Abu Dhabi. Pero el GEA pagó durante años dividendos bajos y la subvalorización de la acción impedía liberar el capital hacia mejores rentabilidades. Los minoritarios estaban atrapados porque no ganaban lo razonable frente al capital invertido, pero si vendían perdían parte de su capital. Al mismo tiempo observaban impotentes con voz pero sin voto, las crecientes cifras de crecimiento sin que recibieran los beneficios correspondientes.
La utilidad que los compradores pusieron sobre la mesa, en dólares y de contado, para los minoritarios era difícil de rechazar en ese contexto. Significaba la oportunidad para recuperar su capital y aumentarlo. Era la salvación de una inversión que se volvió mala, no porque el negocio estuviera mal administrado, sino al contrario porque la buena administración no se irrigó a todos los accionistas. Este desfavorecimiento como si el capital de los minoritarios fuera menos que el de los mayoritarios es usual en el capitalismo del país, y es parte de la baja confianza que tienen los colombianos en la bolsa de valores.
A los colombianos como socios minoritarios los han “tumbado” con acciones desde los años cincuenta. Primero en el boom de los cincuenta millares de familias invirtieron en acciones de Paz del Río, la gran empresa siderúrgica. En los sesenta otros miles invirtieron en las prósperas Bavaria, Fabricato y Coltejer, entre otras. Era la manera de ahorrar de las familias de clase media en ascenso. En Paz de Río el fracaso fue mÁs del estado. Las otras y en especial Bavaria cambiaron de manos por tomas bien o mal diseñadas. La mas famosa la de Julio Mario Santo Domingo que le arrebató el control al grupo de bogotanos que se durmió en sus laureles. Tras esta toma, el valor de las acciones de los minoritarios se evaporó poco a poco, ya sin comprador diferente al controlador.
A los Gilinski esta jugada les debe generar una gran satisfacción, pues en la disputada posventa del Banco de Colombia al GEA, se sintieron abusados, aunque lograron un acuerdo que dejó insatisfechas a las dos partes. Los Gilinski vendieron el 51% del Banco al GEA -el control- y conservaron unas acciones que sumaban más del 10% del nuevo banco que surgió (Bancolombia) al fusionarlo con el BIC. Los USD$ 350 millones que pagó el GEA fue a través de un crédito del JP Morgan al BIC, de manera que al fusionarse la deuda por la compra pasó a la nueva entidad, donde los vendedores conservaban una parte. Es decir, los Gilinski como socios del Bancolombia, pagaban una parte del crédito con el que les compraron el control. Pero lo más grave fue que con semejante deuda el valor de la acción del nuevo Bancolombia se desplomó y con este la utilidad que los Gilinski calcularon se evaporó. Veinte años después le dan otra vuelta a la historia.
Lo que sigue tras el episodio para el estado es promover una mejor regulación de los fondos de inversión y del ejercicio de los derechos de los socios minoritarios. Crear mecanismos que generen la confianza inversionista para saber que al comprar acciones en bolsa se tiene algún tipo de acción que evite los abusos de los mayoritarios, por descuido o por conveniencia, es indispensable. Es posible que Colombia llegue tarde al capitalismo democrático y que el poder oficial sea incapaz de poner freno a los excesos de liquidez que se siguen paseando por el mundo en busca de nidos con padres que no saben cuidar bien sus huevitos. Pero al menos se podría intentar.