Nunca me había sentido tan nada, tan invisible, menos que un nadie, pues por lo menos ellos tienen a alguien que los reconoce y defiende. Soy un hombre como todos, imperfecto, pero aprendo, gestor cultural de 41 años y he dado mi vida al servicio público no estatal y desde mi mestizaje he intentado aportar a la equidad e igualdad étnica; soy profesional con experticia en tres carreras y sin embargo desempleado. Soy estrato 2 pero vivo en estrato 3 y no tengo recurso económico para generar un emprendimiento propio.
Gracias a mi construcción intelectual y experiencia empírica me he construido un criterio independiente en lo político y creo que hoy, por decisión de conservadores, liberales, socialdemócratas y opositores más o menos progresistas, soy de la masa de ciudadanos destinados a morir en la cárcel de nuestros hogares, mientras todos ellos, en democrática unanimidad, miran si salvan a los ciudadanos por parejas de cada profesión como Noé, con pequeñas migajas, deciden “responsablemente” si los ponen de esclavos en un seudoempleo “post-covita”, o si mejor permiten que “se reinventen” sin base material, hasta que fracasen, salgan y la naturaleza haga lo suyo desde el COVID-19. Por autoprotección preferimos ser burritos de carga o ladinos que hostiguen a sus pares trabajadores.
Por mi quehacer, reviso el plan de desarrollo distrital y busco referenciarme, primero como hombre, aunque solo soy nombrado 10 veces, como especie de bolardo de referencia y también como productor de una desigualdad de géneros. No puedo participar ni aportar nada como hombre; esto es como cercenar la igualdad en nombre de la misma. Pareciera como si la salida a la desigualdad en el uso de los dedos fuera cortando los dedos largos a la medida de los otros y no el armonizar y aprovechar la importancia y diferencia de cada uno. Como no logro verme en ese nuevo contrato social con letra menuda, busco revisar el tema cultural, pues como trabajador de la cultura llevo decenas de años procurando nuestros derechos.
Recientemente fui elegido representante de estos trabajadores (juro que por trabajo y no por ser hombre) y durante un año recogimos observaciones responsables, técnicas y juiciosas, pero en la revisión encuentro que lo fundamental, lo planteado estructural y conceptualmente, lo concertado, cabildeado, no fue nombrado y solo tangencialmente integrado al PDD; a las reuniones de concertación asisten algunos que quieren escuchar, pero el modelo de gestión impide cualquier cambio; me aseguran ser reconocido en derecho, pero vivencio ser invitado a recibir los saldos de grandes procesos contractuales, que se materializan con empresas y no con artistas o gestores y al final, solo puedo concursar para buscar clasificar como pocos, sobre muchos desmoralizados perdedores; luego, realizar una acción cultural que se ganó en la medida de reducir la ganancia y compartirla con los compañeros, siendo conminados a trabajar, solo poniendo esfuerzos por debajo de precios de mercado.
Me siento acusado de no funcionar “a la colombiana”, de reducirme a esperar respeto y oportunidad por conocimiento y no asumir una “mente ganadora” que “aprovecha” su ventaja para sí y sobre los otros (es ley hacerlo). Como hombre adulto, no tengo oportunidad de atención social, subsidio o apoyo económico al desempleo, en vivienda, en salud, crecimiento educativo, ni de manera prioritaria por ser artista y gestor (dada la quiebra del sector cultural); cuando menos debería tener participación poblacional pero no hay atención a hombres (debo reinventarme como ex agresor que acusa a otros acusados para refugiarse en la nueva masculinidad).
Como gestor cultural no hay derechos sociales; si no hay para artistas, menos para nosotros que somos una minoría dentro de la minoría. No clasifico para asistencia integral si no soy discapacitado, adulto mayor, niño, etnia, mujer, rural, vendedor ambulante, reciclador, empresario o desempleado (por terminación de contrato laboral formal); no clasifico, como muchos otros en mi condición. Así que, ¿por qué no trabaja vago?, respondo: por sobre calificado y tener experiencia laboral “informal” (cuando pagaba o me endeudaba era “independiente”); pero además y principalmente, en mi alma y sentido espiritual, me reconozco trabajador de la cultura, con sustento en mi dignidad; si no soy apoyado desde este contexto descrito, donde tengo experiencia, muy poco asegura que desde otro lo sea.
Obviamente mi salida no es financiera ya que, resultante de muchos meses de desempleo anteriores al “encarcelamiento por COVID”, no obtengo los grandes apoyos de crédito que ofrece aquel vendedor de cartera financiera, ese que me representa en la presidencia y firma como garante de mis derechos. Podría finalmente venderme al mejor postor, declararme doblemente gobiernista y decir que todo está muy bien hecho, pero no puedo renunciar a mis valores y principios, contrario a lo que hace hoy la mayoría de líderes ungidos que, sorpresa, participan laboral y consecutivamente de todos los gobiernos “transformadores y transparentes” que he visto en los últimos 25 años, sin inmutarse por aportar laboralmente a la sociedad, solo invirtiendo en los desayunos, la gorra o el pastel político de regalo con que llegan a casa de sus “votos amarrados”.
Quisiera laborar como profesor, pero aunque pagan entre 3.000 y 10.000 pesos la hora, no hay demanda para los docentes de arte; conclusión: ser hombre mestizo, sin discapacidad, pobre (pero sin aparente estado de miseria) y además ser artista no reconocido es una culpa, mi culpa. Muchos lo saben y no lo dicen para no generar molestia en todos los sectores reconocidos que, al ser referenciados, suelen sentirse interpelados cuando claramente no es con ellos el reclamo. De todo esto creo que deriva también la incapacidad institucional, social y cultural de permitirse la comprensión de este fenómeno y no calificar de forma ligera a personas en mi condición, como exageradamente honestos, desobligados, pesimistas y “mamertos”.
Hoy me pregunto si no es merecedora de dignidad humana y laboral la experiencia de dominar una tarima, un escenario, tener oratoria, disposición logística y operativa, capacidad de generación artística, creativa, intelectual, jurídica, administrativa, pedagógica y tal vez holística; la misma práctica es adaptación y desarrollo de competencia profesional. El Estado configura su apoyo y asistencia como una lotería solidaria para pocos, con un sistema normativo que ha obviado los derechos a los que como yo, hacemos con total gusto y sentido adaptativo un oficio que hoy no tiene quien pague por sus productos y que solo es valorado para el suertudo, el formalizado o capitalizado, el recomendado y especialmente sobremonetizado para el “exitoso” que ya antes podía sobrevivir en tiempos como este.
Creo que ante Estado y sociedad, la libertad de oficio me sindica de alborotador, negligente, vago, desadaptado, débil, irresponsable, prepotente, “ateo, rojo, espiritrompa”. No me queda más que ser el héroe de mi proceso interior, para no sucumbir al suicidio individual o colectivo (ese de aquellos que repiten que el “este sistema está bien”); me queda refugiarme en mi familia y mi dignidad y nuevas apuestas, mientras quienes me conocen y estiman repiten en mi oído, “busca de Dios pues todos tenemos más de malos que de buenos” (tienen razón, yo también tengo mucho de eso). Estoy seguro que lo dicen de buena fe, pero me pregunto: ¿es decir que quienes ordenan las instituciones que me desconocen y quienes tienen estabilidad laboral ya buscaron de Dios?, ¿lo encontraron?, suena como si todo fuera por haber estado contra él, como si quienes dirigen este hipotecado lodazal, fueran los iluminados que me invitan a arrepentirme por no ver las buenas gestiones y el contrato social que renueva nuestro próspera senda de país. Aún a pesar de todo persisto.