Reflexiones sobre la crisis de la educación universitaria y su dinámica actual son constantes en las charlas de pasillo y en las reuniones de trabajo de docentes y directivas vinculados a la educación superior, en las que se reconoce un fenómeno social que ha superado todas las previsiones.
Entre las posibles causas identificadas podrían incluirse el cambio social abrupto entre los más jóvenes, como resultado de la acelerada incorporación de las tecnologías de la comunicación en la sociedad; un igualmente rápido desarrollo de tecnologías capaces de cuestionar la finalidad de cierto tipo de aprendizajes funcionales, en concreto de todos los referidos a procesos cognitivos relacionados con datos que pueden ser realizados por softwares especializados; y la presencia de una red global de datos a la que puede acceder cualquier persona, de modo que la figura del ‘erudito’ hoy es anticuada ante cualquier niño con un teléfono celular conectado a internet.
También, se evidencia la transferencia de la exigencia en los ciclos académicos, donde lo que hace treinta años era el rasero de un bachiller, hoy se representa por un titulado. De la misma manera, el parámetro de titulación basado en un trabajo de tesis o de grado, hoy se reduce a la inscripción de cursos de fin de carrera donde se reciben clases temáticas, que solo prolongan la permanencia en la universidad. Igual sucede con el desplazamiento de las exigencias de las especializaciones a las maestrías y de las maestrías a los doctorados. En últimas, hace treinta años un estudiante de pregrado había desarrollado las suficientes capacidades cognitivas y habilidades operativas para elaborar lo que sería hoy una tesis de nivel promedio.
Adicionalmente, se puede reconocer obsolescencia e imprecisión en la aplicación de los modelos pedagógicos, que presentan dificultades operativas o conceptuales para orientar el cómo se deben integrar el aula y las nuevas tecnologías de la comunicación y la información, de cara a los procesos circulares de aprendizaje-enseñanza. Predomina la lógica de formar para la intervención de problemas reales -sociales o técnicos-, en tensión con la labor en el aula y se soslaya la conexión circular entre aprendizaje/enseñanza (teoría/conceptos) y las expectativas de los estudiantes de intervenir en lo social, lo cual responde a orientaciones globales dirigidas a la generación desaforada de riqueza material.
Finalmente, se evidencia una fuerte descompensación entre el papel del sistema educativo como partícipe de la configuración de la ciudadanía -o mundo de lo colectivo y de la autorregulación social del sujeto-, en contextos que han acentuado el discurso de los derechos individuales y debilitado el discurso de los deberes colectivos.
Tal escenario representa ciertas particularidades para las universidades que cuentan con estudiantes trabajadores, donde existe el interrogante sobre el lugar de la educación superior dirigida a este tipo de futuros profesionales.
¿Qué indican las investigaciones en este campo?
Son varios los estudios que han abordado el asunto. Y si bien se refieren a situaciones de países no necesariamente comparables ni cultural ni socialmente con Colombia, son referentes válidos para encontrar pistas ante las inquietudes sobre la calidad de la formación superior de los estudiantes trabajadores. Estas investigaciones se han preocupado, en su mayoría, por el desempeño o rendimiento académico, y se dirigen a pensar en los alcances y resultados que puede obtener un estudiante que trabaja mientras está en la universidad.
En términos de investigación tanto cuantitativa como cualitativa, las indagaciones realizadas en diferentes países del mundo industrializado y semiindustrializado, según lo indican autores como Cuevas y de Ibarra (2013), Vásquez (2009) y Carrillo & Ríos (2013), han analizado más frecuentemente variables como los perfiles económicos, sociales, laborales y académicos de los estudiantes, sus rasgos étnicos y familiares, la duración de las carreras, el número de materias tomadas, sus perspectivas de futuro y motivaciones, las estrategias que utilizan para combinar ambas actividades, la interacción entre los saberes académicos y los laborales, sus prácticas de consumo cultural y los obstáculos que enfrentan.
Los diseños metodológicos de esos estudios, en su mayoría transversales o de corta duración, han indagado en torno a los promedios obtenidos por los estudiantes en los diferentes ciclos educativos, el tipo de carrera y el número de créditos cursados, las horas dedicadas a actividades laborales y educativas, así como las horas de trabajo extraclase, la posición en el trabajo, el género, el tipo de universidad, la asistencia a las clases, la participación y la realización de tareas y trabajos.
Entre los resultados más frecuentes se encuentra que los estudiantes trabajan para solventar gastos de la carrera, de la familia y personales, y que en ciertos grupos hay falta de tiempo para estudiar y por ello no se alcanza un adecuado desempeño educativo. También se ha evidenciado que la relación entre número de horas laborales y rendimiento académico es variable y que existe una relación entre el número de créditos tomados y el tiempo para cubrir adecuadamente las exigencias académicas.
Además, se ha identificado que los estudiantes reconocen la importancia de construir una trayectoria laboral, obtener experiencia profesional y ven el aprendizaje como una fuente de beneficios; por otro lado, se evidencia un sentimiento de independencia frente a la familia de origen y una reducción de los espacios para la vida social.
De acuerdo con esto, las conclusiones más relevantes de ambos enfoques investigativos señalan que:
- Los estudiantes que trabajan consideran importante mantener este doble rol, y no ven como una alternativa dedicarse solo a estudiar.
- El origen familiar tiene un peso significativo en aspectos como la disposición, la valoración y las estrategias para afrontar el proceso educativo.
- Una cantidad moderada de horas de trabajo, apunta a fortalecer los aprendizajes académicos o, al menos, a no afectarlos.
- Realizar trabajos en los lugares donde se estudia o relacionados con lo que se estudia tiende a generar un efecto positivo en el rendimiento académico.
- Desempeñar un trabajo no afecta las actitudes de aprendizaje o el comportamiento educativo.
¿Cómo analizar este fenómeno en Colombia?
Algunas propuestas para profundizar en la dinámica de los estudiantes que trabajan y la preparación universitaria en Colombia, apuntan a que es prioritario realizar estudios en contextos específicos, que permitan comparar la situación de los estudiantes que trabajan con las valoraciones de investigaciones adelantadas en otros países.
Es necesario realizar investigaciones que amplíen los aspectos relativos al rendimiento académico y las percepciones de la relación entre este y el trabajo. Para ello, se debe avanzar en la exploración de nuevos asuntos de orden cualitativo, en la mirada de las empresas y en la concepción de las universidades con números importantes de estudiantes que trabajan, en relación con los modelos soporte de la formación que imparten.
La condición de tener estudiantes que trabajan puede ser un núcleo articulador de políticas públicas o programas institucionales para propiciar la relación entre universidad empresa y sociedad. Esto implica la estructuración de modelos capaces de reconocer las particularidades, diferencias y confluencias de las empresas donde trabajan los estudiantes, de las universidades en las que estudian y de sus condiciones y situaciones de vida.
Es posible diseñar modelos que serán evaluados y mejorados con el tiempo y que hacen importante integrar en la metodología recursos como la investigación (aplicada) y la investigación social de base, los diagnósticos de necesidades empresariales, el lugar de los estudiantes en las empresas como facilitadores de la articulación entre universidad, empresa y sociedad; así como las condiciones y percepciones socio-culturales de las diferentes partes.