La democracia con todos sus errores y aciertos, al menos en el plano formal, dotó de un poder ambiguo al hombre y, luego, a la mujer común de incidir en los rumbos de su comunidad política: El sufragio universal. Con él vinieron otras arandelas importantes para sostener a la democracia, o a la poliarquía como dijo Robert Dahl. Con una breve contextualización consigno las ideas básicas de lo que este teórico político supuso por poliarquía.
1) Para que un sistema político funcione correctamente los ciudadanos deben poder:
- a) Formular sus preferencias; b) Expresar esas preferencias a otros y al gobierno mediante la acción individual o colectiva; c) Lograr que las propias preferencias sean consideradas por igual, sin discriminaciones en cuanto a su contenido u origen.
2) Para que se den estas tres oportunidades el Estado tiene que garantizar por lo menos:
La libertad de asociación y organización; La libertad de pensamiento y expresión; El derecho de sufragio activo y pasivo; El derecho a competir por el apoyo electoral; Fuentes alternativas de información accesibles; Elecciones periódicas libres y justas, que produzcan mandatos limitados; Existencia de instituciones que controlen y hagan depender las políticas gubernamentales del voto y de otras expresiones de preferencias.
En teoría ese deber ser se magnífico, pero ¿la realidad se comporta como tal? ¿Qué tan libres son los ciudadanos de acceder a fuentes alternativas de información? ¿Esas fuentes de información son confiables, verídicas, ciertas y basados en datos objetivos? ¿Los grandes poderes (bancos, medios de comunicación, empresas y corporaciones, farmacéuticas, gobiernos) no interfieren en los procesos cognitivos de las personas? ¿Las estructuras económicas, sociales, culturales y políticas no se movilizan para preservar el estatus quo?
Si bien estas preguntas no son más que retóricas, hoy en día con las falsas noticias o “Fake News”, ingenuamente se está corriendo el riesgo de considerar que todas las opiniones son válidas, y allí la democracia está en una encrucijada pues por medio de estos artilugios de los grandes poderes el Reino Unido votó para salir de la Unión Europea, Estados Unidos eligió a Trump (Negociación entre Mark Zuckerberg de Facebook y Cambrigde Analytica), y Brasil eligió a Bolsonaro.
La democracia o poliarquía, como la llama Dalh, es más que un sistema político, es un sistema cultural que lleva más o menos 200 años (en su versión moderna, no en la de los Antiguos Griegos) arraigándose en occidente, por eso se estiman todas las opiniones y todas son validadas. Apretando esa afirmación se podría considerar que “el Fascismo es una opinión política y tiene que ser respetada”. Claramente la mayoría de personas estarían en contra de esa afirmación sobre el Fascismo ¿Por qué? Porque ese sistema político llevó al mundo a la Segunda Guerra Mundial y no es democrático. Entonces, no todo es tolerable por la democracia y no todas las opiniones valen igual. Pero al categorizar las opiniones estaríamos excluyendo y rechazando visiones del mundo, eso tampoco sería muy democrático. Lo que quiero hacer notar es que la democracia está en su propia encrucijada y dándole la espalda por supuesto a la acumulación de poder y riqueza de las grandes compañías, bancos, medios de comunicación, farmacéuticas, entre otras alrededor del mundo.
Se podría decir que el ejemplo con el Fascismo es extremo y exagerado. Se podría cambiar con asuntos como las vacunas, las redes 5G, incluso con el COVID-19. Discursos que surgen en redes sociales (que están teniendo una comunicación más efectiva que los medios de comunicación tradicionales) configuran alegatos y peroratas que las vacunas (de cualquier tipo, y con especial énfasis a la inexistente vacuna contra el COVID-19) van a tener chips para manipularnos y que todo es una estrategia de Bill Gates para controlar a la especie humana y ser el rey, amo, dueño y señor del planeta tierra. Que las redes de alta velocidad 5G están acabando con el sistema inmunológico y respiratorio del mundo y que las torres se tienen que dinamitar y tumbar, que estas redes de transmisión de datos de quinta generación es una tecnología que atenta contra la humanidad plena y que hay que presionar a los gobiernos para que la prohíban. Y hay un relato en el que el COVID-19 está inserto de manera transversal en todo eso apalancando teorías de la conspiración y altas dosis de paranoia.
El ser humano siempre ha pretendido dar explicaciones fáciles, sencillas, mono-causales a realidades supremamente complejas. Dejan de lado los datos, la experimentación empírica y se alinean con ideas y creencias que se ajustan a su forma de ser, de sentir y de pensar. El ser humano cree en verdades absolutas, en el bien y en el mal sin matiz. Hay que hacer una apreciación, no son todos, pero sí una porción importante y suficiente para preocuparse.
La expectativa de vida en los últimos 120 años en el mundo en general ha aumentado más de 40 años, gracias a los avances de las ciencias y la tecnología. Hay enfermedades como la polio, la viruela, el sarampión que ya se habían considerado controladas, pero ha habido un nuevo brote afectando a millones de personas, incluso llevándolas hasta la muerte. Pero como es una opinión de personas que no quieren hacer vacunar a sus hijos está bien porque estamos en democracia, y porque el que mata es el Fascismo, no la postura negacionista frente a las vacunas. Y ahora menos con la falsa idea que las vacunas contra el COVID-19 tienen un chip para controlarnos, que, entre otras, esas vacunas no existen.
Los avances de los últimos 40 años en tecnología han permitido que nos interconectáramos más y mejor. Han influido en todos los campos de la ingeniería y navegación tanto en la terrestre como en la marítima y aérea, han salvado millones de vida. La cotidianidad ha cambiado gracias a la introducción dela telefonía celular y los equipos inteligentes. Podemos socializar más que antes, no sé si mejor. Podemos tener contacto en tiempo real con personas que están a cientos y miles de kilómetros de distancia. Gracias a la tecnología hay tratamientos médicos que han avanzado a pasos agigantados. Sin embargo, hay una oposición casi irracional en contra de las redes de quinta generación, 5G, y no digo que hay que tomar algunos cuidados y precauciones con la fe ciega en los avances tecnológicos, pero el rechazo por algo que solo está en pruebas porque supuestamente va a afectar a la salud es, cuanto menos, alarmante. Sospecho que esos que se hacen llamar tan críticos y esparcen la desinformación por redes usan celulares inteligentes que usan 4G. Y también sospecho que esos discursos que ellos enarbolan son auspiciados por Estados Unidos ya que en la carrera por la 5G va perdiendo la competencia con China, y más exactamente con Huawei.
Los avances en las ciencias y la tecnología han probado con creces la mejoría en la calidad de vida en el bienestar de la misma, así como el incremento de la esperanza de la existencia. Sin embargo, estamos presenciando una era en la que la verdad –no la verdad en mayúscula eterna, inmutable, infalible, sino una más modesta, menos sólida basada en hechos, en datos- no importa, si alguna vez lo hizo. En aras de una narrativa falsamente democrática y posmoderna en la que la opinión del ciudadano común tiene la misma validez que la de un gran experto mundial, que la del vecino pesa igual que la de las organizaciones internacionales, se están cometiendo exabruptos contra la razón –también pequeña y modesta-. Hay una guerra disfrazada en contra de la ciencia y de la intelectualidad. Las narrativas anti-intelectuales y anti-cientificistas están triunfando, y en una caza de brujas hacia los que dudan de las verdades absolutas están vistiendo a los científicos e intelectuales de bufones, payasos, presumidos, arrogantes, soberbios e ignorantes.
Las apuestas de las grandes estructuras de poder como los bancos, los medios de comunicación, los grandes productores, las compañías tecnológicas, las farmacéuticas y los gobiernos no pasan tanto por una vacuna con chip o con el desarrollo de 5G; sus apuestas hace años las estamos usando: los celulares, las tabletas, los televisores inteligentes, los computadores, las cuentas bancarias, las prescripciones médicas, los noticieros nacionales, los productos importados… etc. ¿O es que alguien ha escapado a todas de las anteriores?
Los cuestionamientos versan sobre ¿cuál es el presente y el futuro de la democracia? ¿Las vidas dedicadas a los datos, al conocimiento empírico y teórico, a los hechos no importan? ¿Las verdades (modestas y en pequeño) no sirven para nada? ¿El conocimiento producto de la exploración científica está opacado por las Fake News y por la falsa premisa de la democracia? ¿La democracia como sistema cultural protege la manipulación y al manipulador?
Esta reflexión sin conclusión es para descreer en verdades absolutas, mundos binarios del bien y del mal, y explicaciones sencillas y simples a fenómenos complejos desde todas las aristas.