Te levantas, te preparas un café, te asomas por la ventana y qué ves. Un país normal, donde es octubre cuando debe ser octubre y miércoles cuando debe ser miércoles. Un país con un gobierno contaminado por un grado de corrupción normal, con un presidente de la nación que engaña lo normal, una falsa oposición que se opone lo normal, unos pocos que se enriquecen lo normal, un montón de pobres lo normal, sacerdotes que mienten lo normal, alcaldes, gobernadores que roban lo normal…
Tú mismo seguramente eres una persona de larga duración normal, un ser humano normal. Y ahí estás, asomado normalmente a la ventana mientras por tu cabeza desfilan ideas de venganzas normales, de crímenes y secuestros normales, de formas de suicidio estándares. Y estamos hablando del escaparate, de lo que salta a la vista, de aquello que todas las personas normales con un par de ojos normales pueden ver.
El de arriba es Donald Trump, uno de los hombres más poderosos del planeta, parece que tiene problemas para cerrar la pluma con la que acaba de firmar un decreto. Observen la tensión de sus labios, la vista centrada en las dos partes del objeto, la posición antinatural de sus brazos, incluso la violencia con la que una y otra mano empuñan respectivamente el cuerpo y la capucha de la estilográfica. Todas sus energías están puestas ahí, en que las dos partes se encuentren.
Sin embargo, no hay forma, ya que la comunicación entre el hemisferio derecho y el izquierdo del cerebro del mandatario no alcanza el grado de coordinación preciso para que sus extremidades superiores lleguen a un acuerdo. El esfuerzo es tan notable que dan ganas de echarle una mano, después de todo hablamos del presidente de los Estados Unidos, un tipo que lleva a cabo reuniones secretas con visitantes extraterrestres, un hombre que viaja a Marte cuando le da la gana, un hombre que gana millones de dólares vendiendo terrenos en la Luna, lo normal.
Ahí está el hombre, de traje y corbata a media mañana, explicando en sede parlamentaria el funcionamiento normal de las cosas que preside. Si te fijas, tiene la expresión de un hombre normal y corriente, uno más del montón. De ahí la normalidad con la que justifica la abundancia de su país, él mismo dirige un país normal.
¿Es normal la normalidad? Te preguntas normalmente de camino a un trabajo normal…