Dados los últimos acontecimientos relacionados a la elevada tasa de homicidios contra las niñas, niños y adolescentes en Colombia, el General Palomino abre nuevamente el debate sobre si debería existir la pena de muerte para aquellos que atentan sobre los derechos de los menores en el país.
En teoría jurídica se llama justicia retributiva, que consiste en aquel castigo que alguien debe recibir proporcionalmente al daño cometido. Y puede ser que esta propuesta vista en términos económicos, sociales y culturales, aparentemente, sea factible como una solución a la incapacidad de nuestro Estado Social de Derecho para poder operar y efectuar algunos de sus cometidos.
Muy apreciable la opinión del General Rodolfo Palomino para interceder en la controversia. Tampoco pretendo satanizar sus propuestas ya que invitan al buen debate y a pensar en temas fundamentales, pero tengo reparos en la manera de concebir las convicciones ajenas sobre la virtud que tiene la vida en un ser humano.
Magistralmente Kant es quien plasma una de las mejores razones de humanidad. Y al tenor de su pensamiento, me gustaría citar la siguiente máxima: “… el hombre, y en general todo ser racional, existe como un fin en sí mismo, no sólo como medio para usos cualesquiera de esta o aquella voluntad; debe en todas sus acciones, no sólo las dirigidas a sí mismo, sino las dirigidas a los demás seres racionales, ser considerado al mismo tiempo como fin”.
Tal vez, muchos de los que escucharon la propuesta del alto oficial se impregnaron con frenesí, ya que les han tocado las fibras más sensibles. Y eso es lo que debió haber causado una afirmación de esas, cuando en su objetivo se pasan por inadvertidas otras posturas.
Pero veámoslo con un poco de virtual imparcialidad dejando algo claro: En primer orden, no estoy de acuerdo con la pena de muerte en sus diversas formas y tamaños; en segundo orden, soy de los que apoya la tesis de que la imposición de una pena fuerte pueda desincentivar la conducta del presumible o, potencial criminal. En otras palabras, que la aplicación real y palpable de la norma genere un impacto, y consigo la retracción de algún posible delito.
Las infracciones a las normas pueden estar asociadas a factores característicos de tiempo y lugar, donde hay que tener en cuenta las condiciones culturales y un nivel de vida específicos. Por ejemplo, en países desarrollados el nivel de vida puede ser un componente de bienestar, de conformidad, de confort, de autoestima. Mientras que en Colombia, el nivel de vida puede ser un factor de insatisfacción, falta de autoestima, violencia intrafamiliar, mejores oportunidades, etc. Lo anterior lleva a entender que, en gran parte, la cultura no sea algo aislado al nivel de vida y que el problema de criminalidad se relaciona más a la falta de voluntad de nuestros gobernantes, a las precarias condiciones educativas, ‘autoestima social’ y la ausencia del Estado y sus instituciones.
Si bien, la ley y la Constitución no contemplan la muerte como alternativa de pena, la Nación ya está sumida en su propia pena de muerte. Colombia debe prescindir precisamente de la pena de muerte no porque la gente no aprenda con el castigo y miedo que generan sus normas, sino por el contrario, aún no se ha hecho sentir el temor y aplicación eficaz de esas normas de castigo. Es decir, como mencioné antes, el castigo aún no es real, no es palpable y en eso nuestras instituciones y el Estado tienen que trabajar mucho y hacer sentir que son efectivas, poniéndose del lado de la sociedad y no como su enemigo.
Entonces, puede ser que la “vida” entendida como la satisfacción y el aprecio de vivir (de respirar), esté valorado por las condiciones y todos los factores que hacen que una persona quiera seguir disfrutando o mejor, se traduzca en una especie de felicidad. La cuestión es que la cultura en Colombia es totalmente diferente, está indisolublemente relacionada con las condiciones de vida. El hecho de que una pena de muerte sea impuesta en el territorio nacional, donde el aparato de justicia cojea, lleva a que la persona que todo lo ha perdido ¿Qué le queda por perder al cometer un delito? Quien ha irrespetado la vida de los demás ¿Qué tanto lo lleva a valorar la propia vida? Terminaríamos exterminándonos entre todos.
Una pena de estas en Colombia, determinado desde un punto de vista sociológico y si se quiere filosófico, conllevaría a que la vida sea algo subvalorado, cambiando las concepciones propias del ser humano. Donde las costumbres mutarían en nuevas conductas, y éstas, se vayan acomodando al nuevo sistema (al sistema de la pena de muerte). En ese espacio, el aprecio por la vida se pierde y solo queda que las intenciones del agresor vayan cediendo a una manera cultural y casi cotidiana de tener menos aprecio por existir. Muy acertado y apropiado sale Kant al recordarnos el imperativo donde considera que el hombre no es un medio, no es una cosa, es más que eso, es la vida para la vida, la vida considerada como un fin.
No podemos compararnos con otros países ya sea porque son desarrollados o no y en donde aún no han abolido esa clase de medidas de antaño, y de paso ir en retroceso de las luchas sociales que tanto han costado a esta Nación. No tenemos por qué involucionar nuestra historia y la de la humanidad.
Y sí, los pedófilos y demás antisociales deben ser castigados fuertemente, pero mejor que paguen en vida. Como si los homicidios y demás delitos menores dejaran de cometerse. Como si quitarle la vida a un ser humano, por más demente que sea, va a dejar de llenar las cárceles. Contrario sensu, ni el problema de los delincuentes en la calle se resuelve construyendo más cárceles. Eso ni en países desarrollados. ¡El problema es de cultura! ¡El problema también es de voluntad política!
Así las cosas, yo le pregunto General Palomino ¿Es necesario subvalorar la vida a la pena de muerte?
En twitter: @Alonrop