Con estilo académico, el nariñense Carlos Vasquez-Zawadzki reflexiona sobre la literatura y los escritores, sus recuerdos, la nueva estética del país y la lectura donde plantea la necesidad urgente de escuchar a los jóvenes y que ojalá los maestros tradicionales y dogmáticos logren liberarse de la propiedad —esquema modélico y conservador— del sentido de los textos.
Vasquez-Zawadzki nació en Tumaco, es escritor, dramaturgo y poeta, ha realizado estudios de letras en las universidades del Valle, Toulouse y Bordeaux. Ha sido profesor titular de la Universidad del Valle, donde cofundó los estudios de comunicación social en compañía de Jesús Martín Barbero y la Escuela de Artes Escénicas con Enrique Buenaventura.
A través de estas respuestas nos aproximamos a la vida y los conceptos académicos de un escritor que, desde su niñez, vivió en un ambiente donde escuchaba melodías de Chopin. La entrevista, de alguna forma, refleja la visión literaria e intelectual de un escritor que con su obra enriquece el panorama literario del país.
Maestro Carlos, ¿qué imágenes guarda del Tumaco de su infancia? ¿Ha vuelto por esos lugares?
La casa en la isla La Viciosa, blanca y de tejados en zinc bermejos, haciéndole eco a las lluvias y marejadas. Un piano en las madrugadas y melodías de Chopin, de las manos maternas. Un aserrío metálico, castillo industrial: trozas de maderas perfumadas. Una escuela en Tumaco sin alfabetos pedagógicos, represiva y aún racista. El Arco luminoso del Morro y sus aguas sedosas. Y un joven griot, de barbacoas, e historias del oro contadas en ocasos maravillosos. En las vacaciones de verano viajaba y pernoctaba en la casona familiar del Morro, incinerada más tarde en un atentado criminal sin culpables. Años después, un recital poético. Tumaco está en mi obra literaria narrativa, poética y dramatúrgica, en gran parte inédita.
¿Cómo recuerda a su familia?
Mi memoria familiar es palpitante por el lado materno. Porque mi padre —nacido en Copacabana— era hijo único. Vivimos con la abuela paterna, así mismo con los abuelos maternos. Mi padre viajaba constantemente –en compañía de mujer e hijos (siete en total)—: Cali, Tumaco, Popayán, Guayaquil… Gerenciaba empresas, era hombre de salón, amante de las matemáticas y el juego. Conservador. La familia de mi madre fue de periodistas, políticos y pianistas. El diario Relator marcó mi niñez; en casa se leía prensa y libros de ficción, y se analizaban las realidades sociales del país. Comencé a escribir a los ocho años. Ya era un lector voraz.
¿En qué circunstancias se dio su aproximación al mundo de las letras?
Primero, señalaba el contexto familiar de lecturas —prensa y libros— y música (como referente, Chopin y los compositores románticos; Chopin y el bisabuelo polaco Zawadzki, compañeros de juegos, en la niñez, en Varsovia). Niñez y adolescencia de lecturas personales, y hacia los 18 años, después de leer las obras completas de Oscar Wilde y Edgar Allan Poe, el ingreso a la Universidad del Valle y los estudios de literatura.
¿Qué autores lo impactaron en sus primeras lecturas?, ¿por qué?
Además de los citados Poe y Wilde, los estudios universitarios abrieron dimensiones occidentales y latinoamericanas. De Grecia a Roma, al Medioevo y las épocas de oro: literaturas de España, Francia, Alemania, Inglaterra, Rusia, etc., a través de los siglos. Así mismo en cuanto a las literaturas del continente, lo anglosajón (Hemingway, Faulkner…) y lo latinoamericano, desde los cronistas de Indias hasta los contemporáneos: poetas, narradores, dramaturgos y ensayistas. Leíamos uno o más libros diarios, omnívoros.
Usted cuenta con una formación académica que lo llevó por universidades de Francia. ¿Qué tan determinante resultó ese tipo de experiencias?
De la modernidad literaria —los Flaubert, Maupassant, Zola; los Baudelaire, Mallarmé, Rimbaud— hacia atrás (Medioevo de epopeyas y trovadores (viví y estudié en Toulouse, capital de la poesía trovadoresca y las Cortes de Amor) y autores clásicos; el romanticismo y el realismo, y hacia adelante: simbolismos, vanguardias, autores de los siglos XX y XXI.
Por otra parte, la formación critica y las disciplinas contemporáneas: la sociología, los estructuralistas, la antropología, el psicoanálisis freudiano y lacaniano, la semiótica discursiva y literaria… La escritura literaria, reflexionando sobre sí misma como lenguaje(s) y sobre otros campos discursivos y sus relaciones con el poder. De Barthes a los filósofos contemporáneos (Foucault, Derrida, Deleuze, etc), y la herencia de Nietzsche.
La experiencia intelectual determinó mis futuras investigaciones del campo literario y luego del teatral y cultural, igualmente mi ejercicio de la docencia en la Univalle y en otras universidades de Bogotá. También mi escritora creativa, permanente, hasta hoy.
Cuenta usted con varias publicaciones en ensayo, poesía y aún en la biografía, ¿cuál de esos libros le ha resultado más entrañable y de mayor satisfacción?
He publicado más de cuarenta libros y escrito otros treinta; veinte de ellos de poesía. En este campo discursivo señalaría tres o cuatro títulos: Tiresias y su cayado y otros poemas, Amares, Percusiones y Espirales –escritura ininterrumpida; en biografía, un libro sobre Rodin— pensar con las manos; en narrativa, el libro de cuentos Una impura tarde de verano; en ensayística, Cartografías culturales; en literatura para jóvenes lectores, La abuela perdió un recuerdo (del cual se han impreso 3 mil ejemplares).
Es inevitable que a un poeta se le termine preguntando. Y, bueno, ¿para qué sirve eso que llamamos poesía? Agrego: en un mundo decadente y desorientado como el nuestro.
La escritura poética –aquel proceso que se respira desde la flauta del pecho, Mallarmé dixit, es, inicialmente, semiosis, juego, humor, sin-sentido. Es rítmica y pulsional. Te modeliza en las melodías (la melopoeia de los trovadores y Pound). Es interrogante sobre el lenguaje, pregunta permanente sobre la misma escritura y el ser (y ser es, en griego, precisamente, respirar) y sus sentidos y/o significaciones a nivel simbólico. Ello, desde los presocráticos de la poesía y la filosofía.
En el “mundo decadente y desorientado como el nuestro”, se versifica, pero no se interroga el lenguaje y la obra en proceso de creación (ya lo decía un pintor impresionista hacia 1880), para nombrar el misterio, lo desconocido o no sabido, lo innombrable del ser siendo.
¿Qué piensa de la nueva literatura colombiana? ¿O es muy ambicioso pensar que existe una nueva literatura?
Desde finales de la década del cuarenta y comienzos de la del cincuenta se configura un nuevo campo discursivo-literario en Colombia y Latinoamérica. Allí estaban Gabo, Meira Delmar, Cepeda Samudio; luego Germán Espinosa y su generación, y más tarde los Enrique Serrano, Pablo Montoya y su generación. Es necesario adelantar una valoración múltiple o transdisciplinaria para saber –como lo hiciera un E. Pound en su ABC de la lectura— qué obras son significativas y aportan al desarrollo de la literatura en discontinuidades. Habría obras sólidas, valiosas.
En cuanto a la escritura poética contamos con obras estéticas importantes. La crítica literaria tendrá que nombrar las más significativas. Lo mismo en cuanto al ensayo literario, poético y cultural: se han publicado obras de igual manera importantísimas. Es indispensable valorarlas. Así se podrá responder de manera pertinente a la pregunta formulada.
Siempre he tenido la sensación de que en el campo de las letras en Nariño andamos biches. ¿Estoy en lo cierto o es una apreciación equivocada?
De la generación de Aurelio Arturo, Chavez y Bastidas a las dos actuales –paralelas y aún convergentes— hay autores y obras en poesía, narrativa y ensayística, continuadores, renovadores, irruptores o transformadores del campo literario. Se trata de un número considerable de creadores. Correspondería a la academia, como también a los intelectuales ensayistas valorarlos desde una visión –insistamos— interdisciplinaria. Es cuestión de iniciativas y tiempo; también, de recursos humanos e investigativos. En Medellín se ha adelantado positivamente en esta perspectiva con ediciones críticas valiosas.
Un punto complejo: invitemos a los jóvenes a descubrir el maravilloso mundo de la lectura y de los libros.
Considero –como académico— que es necesaria y deseable una pedagogía de la escucha: escuchar al otro, en este caso, a los jóvenes. Y los jóvenes millennials o centennials estructuran subjetividades e intersubjetividades cibernéticas. ¿Qué desean leer los jóvenes? ¿Qué necesitan leer los jóvenes? (son preguntas nietzscheanas). La escucha primera es psicoanalítica porque somos seres de deseo. La lectura –desde la publicación de la saga de Harry Potter— y la aparición de las rede, en las que los lectores son también autores, se transformó. ¿Sabemos los adultos nombrar el deseo de lectura de los jóvenes? Sí. No. Responder qué necesitan leer los jóvenes es asunto de formación profesional, en transformación permanente: saber para estar, trabajar, etc. El primer interrogante sería de otro orden, tocante a los sueños, placeres, imaginación y aún juegos de los jóvenes. Aquí los maestros tradicionales y dogmáticos deben liberar y liberarse de la propiedad del y de los sentidos de los textos.
A propósito de la lectura, ¿qué piensa usted de los medios digitales?
Estructuran —decíamos— nuevas subjetividades e intersubjetividades. Entonces se deben formular nuevas preguntas y preguntas sobre las preguntas (como lo hace un Rodrigo Arguello), para producir un conocimiento otro, tanto sobre los medios digitales como de los sujetos-sujetos a los mismos.
¿Actualmente escribe algún libro o a qué actividad se dedica el maestro Carlos Vásquez-Zawadzki?
Soy un polígrafo, omnívoro en las lecturas y en la creación literaria: ahora leo-escribiendo, intertextualmente, como lo aprehendimos de un Cervantes, un Flaubert o un Joyce, y plural, en cuanto a procesos significantes creativos. Corrijo en estos meses una novela escrita a dos manos (una experiencia novedosa para el suscrito), un thriller. Termino una nouvelle para jóvenes, situada en el Caribe colombiano, y reescribo una segunda, en el contexto del Litoral Pacífico.
Terminé un conjunto de relatos del Litoral, cuyo narrador es el joven griot de mi niñez. Investigo ahora para escribir dos noveletas –en perspectiva de género— cuyos personajes o agonistas son mujeres: una en contexto urbano; otra, en el Pacífico. Cerré la escritura de un libro de poesía o Cantos, luego de escribir varios libros en diálogo con escritores modernos: Alejandra Pizarnik, La Szymborska, Paz, Rimbaud y Holderlin. Todo ello en un proceso escritural ininterrumpido, es decir, diario y permanente. Una pasión inaplazable.