Históricamente hemos pasado nuestra vida tratando de imponer la visión propia de lo que es y debería ser el mundo y nuestra existencia. Desde hace cientos de años existen diferentes relatos y formas de entendernos. Con el paso del tiempo algunas historias han sido socialmente más aceptadas, construyendo así una hegemonía temporal de pensamiento. Hoy nos encontramos en una época altamente interesante e influyente, pues estamos en medio de debates que si bien llevan algunos años germinándose, tal vez ahora estén en uno de sus mayores puntos de inflexión. Esos debates son nada más que la discusión y redefinición de diferentes aspectos de nuestra humanidad.
Esa reflexión y redefinición de lo que significa ser un humano, de las condiciones que tiene, de lo que puede ser y debe ser, está ocurriendo porque el paradigma global está mutando. Al no tener hoy un solo relato totalmente hegemónico, sino la multitud de muchos que se pelean por ese puesto, podemos ver como surgen diferentes relatos y "realidades" alrededor del planeta y, sobre todo, como cada una de estas visiones tiene cada vez más adeptos. Este contexto, aunque puede ser peligroso, también puede ser el momento perfecto para por fin entendernos y lograr una sociedad más positiva.
Colombia, como el resto del mundo, se ve envuelta en esta discusión. Pero más allá de participar y atender estas reflexiones globales —lo cual es fundamental—, debemos concentrarnos es en la utilidad que este contexto trae. Si reconocemos la complejidad y diversidad del mundo y específicamente la de nuestro país, igualmente podemos reconocer que hoy no hay una verdad absoluta. Por el contrario, hay diferentes visiones. Podemos reconocer que el mundo no se parte en dos; no es blanco o negro necesariamente. En el medio hay decenas de gamas de grises y de muchos colores más. Sí hay puntos medios, sí hay ambivalencias y sí, todos nosotros tenemos opiniones encontradas y posturas flexibles, en el fondo no somos tan rígidos como creemos, ni tenemos la coherencia de la cual algunos nos jactamos.
Y no, no es porque estemos confundidos o seamos altamente influenciables. Es porque nosotros mismos somos volátiles y diversos. Esto no es nuevo, siempre ha sido parte de nuestra vida. Cambiar de opinión y pensar diferente es normal y además, prácticamente necesario, de lo contrario nada de nuestra realidad sería posible. Somos producto de cambios de pensamiento y de la diferencia de posturas, el problema es que al parecer nunca nos hemos dado cuenta. Por eso, es momento de ser conscientes, de reconocer la pluralidad de visiones y de lo que nos puede hacer entender.
Si reconocemos que más allá de nuestras ideas, pensamientos y creencias, existen otras igualmente válidas, si dejamos de enfrascarnos en tratar de construir una verdad y si olvidamos por un momento las teorías y posturas que están detrás de nuestra forma de pensar, podríamos encontrar lo verdaderamente importante. Algunos dicen que nos une las ideas que compartimos, pero otros manifiestan que lo que realmente nos une, son las ideas que nos dividen. A pesar de que suena paradójico, yo también lo creo. Nos une lo que nos divide porque simboliza algo importante para nosotros. Nos une el debate de la paz, la corrupción o la educación, porque aun teniendo posturas muy diferentes, esos temas nos importan y mucho.
Al tener claro que en el fondo a todos nos interesa lo mismo y queremos el bien común, daríamos un primer paso gigante. Si logramos entablar esta idea, dejaríamos de vernos como enemigos o contrincantes y pasaríamos a vernos como colegas o compañeros. Pasar de la división a la unión. Luego, si ya sabemos que el otro no es un enemigo, nos quedaría reconocer que sus ideas no son necesariamente erróneas sino diferentes. Con esta manera de pensar podemos generar una aceptación y una tolerancia que traslade la diversidad de opinión a un segundo plano para así concentrarnos en lo fundamental, los temas que a todos nos preocupan y que todos queremos arreglar.
En otras palabras: en primer lugar, el país no se divide en fachos y mamertos, ni uribistas ni petristas, ambientalistas y empresarios, veganos y carnívoros, cristianos y ateos, misóginos y feministas, no. Nuestro país es ampliamente diverso y millones tienen posturas diferentes a las perceptibles. Segundo, todos nosotros, o por lo menos la inmensa gran mayoría, quiere lo mejor para Colombia; sueñan con equidad, sostenibilidad, riqueza y paz, lo que diverge es la manera de construir y generar lo anterior. Tercero, tener una opinión diferente no puede ocasionar que veamos a los otros como enemigos o que los encasillemos en posturas radicalmente opuestas o negativas.
Seguramente a todos nos encantaría que el resto de la humanidad se guiara por nuestras ideas, entendiera las cosas de la misma manera que nosotros y tuviera las mismas posturas frente a diversos temas. Todo sería más fácil. Sin embargo, la realidad es otra y siempre la ha sido, solo que ahora es mucho más visible y palpable. Por esta razón, es indispensable dar un giro de pensamiento e interiorizar las tres nociones básicas que mencione anteriormente. Entender que cada vez es más difícil —e inútil— imponer una sola visión de la vida produciría un gran cambio social que sin duda sería el primer paso para ser esa gran sociedad que todos anhelamos. Pero sobre todo, lo que hay que entender es que vivimos en un contexto donde ese cambio se puede hacer realidad, tenemos que darnos cuenta que es el momento de entendernos.