Es barato comprar periodistas
Opinión

Es barato comprar periodistas

Sin pudor, sin convicción, sin garra, el periodismo languidece

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febrero 01, 2015
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Entramos al avión de la Fuerza Aérea y los periodistas casi que le besaban el anillo a la ministra Natalia Abello. Nos habían convocado en Catam para constatar el evidente incumplimiento de Carlos Collins, contratista del riñón de Álvaro Uribe, quien estaba encargado de terminar, hace más de un mes, las obras del túnel de La Línea.

Entre los periodistas convocados, a excepción de la experimentada Jaqueline Guevara, la mayoría eran imberbes comunicadores recién salidos de las cada vez más mediocres facultades de Comunicación Social. El estar tan cerca del poder deslumbra fácilmente a cualquiera de estos jóvenes que sueñan con ser, algún día, no como Gay Talese, Gerardo Reyes o Alberto Salcedo Ramos, sino como Gerardo Aristizábal, el jefe de prensa de Vargas Lleras, quien ha dejado atrás su etapa contestaría exhibida en CM& para transformarse en un juguetico más del gobierno.

A medida que subíamos el alto de La Línea el bus iba parando donde lo indicara la ministra de Transporte mostrando las obras groseramente inconclusas. Todo eso está muy bien y qué bueno que este gobierno se preocupe por atajar el hambre insaciable que por lo general exhiben contratistas como Collins, lo preocupante era que, aparte de lo que pudiera preguntar la siempre inquieta y perspicaz colega de Semana, todos guardaban un respeto reverencial hacia las palabras de Abello. Detrás de ella, con la pose autoritaria y amenazante que se le ha pegado de su jefe, Aristizábal estaba allí, siempre alerta a la hora de  atajar revoltosos.

Frente al túnel, después de una improvisada rueda de prensa, vi como empleados contratados por Collins le expresaban a la ministra la preocupación que tenían de quedarse sin empleo. Son más de mil trabajadores los que quedarán flotando ante la inminente caducidad del contrato. Lo que me llamó la atención fue que nadie tuviera la más mínima curiosidad por entrevistarlos, por escuchar la otra versión de los hechos. Un periodista debe estar en la obligación de molestar en todo momento al poder, de incomodarlo. Lo del túnel de La Línea es una desgracia que le costará al país un billón de pesos, 400.000 más de lo presupuestado, y Carlos Collins no puede ser el único responsable. Sin embargo, a cambio de una sonrisa de la ministra y de un sándwich de pavo, los periodistas estaban dispuestos a escribir la verdad oficial que les dictaban desde la Casa de Nariño.

Para colmo de males me siento a ver el noticiero y veo a un reportero de Caracol diciendo mentiras. No puede ser posible que le diga al país que a esos trabajadores Collins les debe meses de sueldo, cuando en el bus de regreso a Armenia, Gerardo Aristizábal nos aseguró que esos empleados tenían el sueldo al día “gracias a la gestión de la señora gobernadora del Quindío” y cuando ellos mismos, al lado del túnel, nos aseguraron que en los primeros cinco días de cada mes, la empresa paga sus honorarios con puntualidad.

Esa complacencia de Caracol con el gobierno se evidencia con las declaraciones que, de una manera valiente y coherente, le dio a Félix de Bedout el gran Hernán Peláez sobre la abrupta salida de Gardeazábal de La Luciérnaga. Al escritor tulueño lo sacaron porque era incómodo para el poder y si no lo habían echado antes era porque Peláez también se hubiera ido.

En Colombia ya no matan periodistas porque se dieron cuenta que era menos escandaloso comprarlos. La labor empieza desde la misma universidad en donde les enseñan no a ser integrales, honestos y profundos, sino a ser competitivos. Entonces las peleas que tienen no son contra el gobierno de turno o la inequidad social, sino entre ellos, a ver quien se posiciona mejor con el señor ministro o a quien reciben más invitaciones al Gun Club o al Nogal.

Cada vez cuesta más trabajo creerle a El Tiempo, a Caracol y a RCN. Ayer me di cuenta como falsean la noticia y aunque le corre a uno un fresquito al ver como los aliados de Uribe uno a uno vayan cayendo, indigna  la mentira, indigna que el trabajo de informar, de decir la verdad, tenga un precio.

Los periodistas tienen miedo, no de ser desaparecidos, o asesinados, sino de ser abiertos de la rosca gobiernista. Los que antes se ponían la camiseta de Uribe ahora se pasan al otro bando, o sino que lo digan las  camaleónicas Claudia Gurisatti y Vicky Dávila.

Sin pudor, sin convicción, sin garra, el periodismo colombiano languidece entre la corrupción y la mediocridad.

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