Es lucha de clases, no odio de clases

Es lucha de clases, no odio de clases

"Es el conflicto social el que garantiza el cambio social que las sociedades necesitan y desean"

Por: Sebastián Acosta Zapata
julio 18, 2019
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Es lucha de clases, no odio de clases
Foto: Pixabay

Tengo que hacer una advertencia previa: la clase social como concepto es polémico y tal vez no tenga, en este mundo posmoderno y líquido, tanta vigencia como en los años dorados del capitalismo industrial de la modernidad. Entonces dejémoslo en las categorías de “los privilegiados” y los “no privilegiados”.

Toda la historia, de todas las sociedades humanas ha tenido dos características transversales: hay un grupo que manda y otro que es mandado; y el grupo mandado ha luchado por poder ser el grupo que manda. La sociología dirá que esto responde a la teoría de las élites, a la teoría de la diferenciación (o estratificación) social, a la teoría del conflicto, y otro compendio de ideas que tejen argumentos similares.

En las primeras conformaciones tribales el líder era el que gozaba de todos los privilegios de la comunidad, incluidos el de ejercer la fuerza y el poder. La forma de relacionarnos se fue complejizando y extendiendo, llegaron los reyes y los faraones, los emperadores y conquistadores, los tribunos y legisladores, hasta cuando hace pocos siglos se generalizó la idea que el mandato no venía de Dios ni era otorgado por seres supremos, sino que lo otorgaban los otros miembros de la estructura social. Los tiempos que vivimos, llamados para bien o para mal “democráticos”, alientan la fantasía de las elecciones y son una poderosa válvula de escape del descontento, la frustración y la impotencia de la reproducción casi automática que esa pequeña franja de la sociedad que siempre ha mandado, “los privilegiados”. Las elecciones, más que la democracia, son su escudo y su garantía de continuar ejerciendo el poder y mandando.

El resto, los “no privilegiados”, somos los que soportamos las desigualdades e injusticias, somos los que soportamos solos los descalabros financieros, las dinámicas gentrificadoras, la polución, las eternas filas de espera por los servicios sociales, el mal transporte público en nuestras cada vez más atosigadas ciudades, las comidas cada vez más procesadas, las medicinas de baja calidad, los trabajos precarios y las vidas a medias, vidas mal vividas. Esta lista, que la podría hacer infinita, es nuestra cotidianidad, por eso no la sentimos como violencia, la hemos naturalizado.

Hemos naturalizado que un tipo que se roba un cubo de caldo pague 4 años de cárcel, y un ministro que desvió grandes recursos de los campesinos pobres a los grandes terratenientes y latifundistas de este país sea digno de lástima y pesar y se apoyen reformas constitucionales para que pueda salir del Cantón Militar donde lo tienen recluido, porque no puede estar en la cárcel con los “no privilegiados”, ¿cómo se les ocurre?

Y es que el problema en sí no es que existan “los privilegiados”, es casi lo único constante en la historia humana, incluido en los esperpentos experimentos comunistas, lo realmente censurable es que ese privilegio los haga descarados, cínicos, mentirosos, casi sociópatas, déspotas, mezquinos, tiranos. Pueden usar sus privilegios para mejorar las condiciones de vida de los “no privilegiados”, pueden buscar más justicia social, menos desigualdad, más garantías laborales, pero no, usan sus privilegios para escapar de la poca justicia que existe. En últimas, la justicia misma es un recurso y a “los privilegiados” no se les sanciona con la misma severidad que a los “no privilegiados”.

Por eso, cuando empiezan a surgir discursos en contra de esa pequeña franja de gente que tienen todos los privilegios que la sociedad con sus recursos le puede dar, los medios de comunicación (propiedad de “los privilegiados”) prenden las alarmas y desactivan esos descontentos y frustraciones populares, y satanizan el conflicto social.

Es el conflicto social lo que permite el avance de las sociedades, es lo que permite la reducción de las desigualdades, es lo que permite que “los privilegiados” escuchen y atiendan las demandas de los “no privilegiados”. Y no estoy llamando a la guerra ni a la confrontación armada, es inadmisible, estoy exponiendo que las tensiones y controversias dentro de la sociedad son necesarias e importantes para que haya decencia en todas las franjas de la sociedad. Es el conflicto social el que abolió la esclavitud, el que logró garantías laborales, el que ha conseguido los derechos políticos y económicos de las mujeres, negritudes e indígenas, el que ha dignificado a la población con orientaciones sexuales y de género diferentes. Es el conflicto social el que garantiza el cambio social que las sociedades necesitan y desean.

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