¨Para cada futuro que deseamos crear, primero debemos aprender a imaginarlo” (Chen Quifan)
El sinsentido existencial que se lleva a raíz de la pandemia y las consecuencias de padecer la misma y en la que llevamos más de dieciocho meses, nos genera una utopía que se convierte en necesaria, esto es desde exclusiones, hasta desigualdades y violencias generalizadas, unas por el enfrentamiento entre iguales, entre fuerzas del Estado y protestantes, un mundo en donde se reproducen las diferentes actitudes del ser humano para comprender desde la cultura científica y los fenómenos naturales, hasta esa forma de entender qué es el covid y su incidencia dentro del analfabetismo científico.
Llega al aire existencial la tolerancia como elemento integrante de la construcción universal de ese elemento itinerante que se lleva dentro de la lucha de clases en que se ha convertido ese fenómeno de solidaridad, pues unos dirían que en efecto la tabla salvadora lo es esta, pero nada más alejado de la realidad, antes por el contrario se acrecentó la lucha de clases, los refugiados de toda clase (pobres, desarraigados, inmigrantes) y los que viven del terror y del miedo, pues no saben si al otro día estarán vivos o tendrán con qué alimentar la boca de sus congéneres o descendientes.
Razón tiene Slavoj Zizek al plantear “El bien común de la humanidad es lo que está en juego, lo ha estado desde hace años, y actuar de forma colectiva frente a ello parece urgente, es cuestión de justicia”, y en efecto desde la comprensión del fenómeno de la utopía a la que alude Diana Uribe “la utopía es como una brújula, la utopía es como una construcción de sentido sin la cual la existencia humana no lo tiene, sin la cual la existencia humana se reduce a la supervivencia y no al valor de la vida. La utopía genera caminos, autopistas mentales, proyecta redes de espíritus”.
Se puede concluir que aún falta hablar del término “nosotros”, en donde la individualidad deje a un lado los intereses mezquinos del hombre, para transformar lo que ha dejado la pandemia, una cantidad de seres humanos dependiendo por un lado de la caridad del otro y un Estado indolente el que se ha hecho de la vista gorda, determinando que los dineros para “los auxilios de solidaridad” llenen los bolsillos de los banqueros y de los políticos y sus campañas electorales.
La pregunta que surge es si la solidaridad global se ha consolidado como proyecto universal, si ha desaparecido esa lucha de clases frente a los problemas comunes, de un lado el hambre de un grupo , la delincuencia desbordada para subsistir, bandas delincuenciales conformadas por nacionales y extranjeros, una fuerza policial cuestionada por su actuar, militares enredados en escándalos, qué decir de los ministros, senadores, políticos rodeados de dudas y cuestionamientos sobre sus conductas, será que a ello se le podrá llamar solidaridad o enmarañada está dentro de la utopía existencial, de la violencia y su desigualdad y el cuestionamiento generalizado acerca de hacia dónde va la sociedad y su patria.
Qué es lo natural del hombre vivir sin cuestionamientos, reconocer el bien común de la cultura, la influencia de la naturaleza interna y externa, romper con la división entre incluidos y excluidos, reproducir los estilos de vida que generan confianza y evitar los espacios violentos, y dejar de soñar con utopías existenciales, soñando con los problemas que se solucionen sin privatizar empresas, sin que se enriquezcan los dueños del poder.
La vida seguirá siendo una utopía, mientras no cambiemos la forma en que participamos en la solución de los fenómenos sociales y cómo comprendemos que los seres humanos se necesitan unos a otros, en palabras de Juan Jacobo Rousseau y su Contrato Social.