Cuando inicié mi carrera de medicina en la universidad de Antioquia, fui favorecida por asignaturas mal llamadas “de relleno” como historia de la medicina, sociología y antropología. Recuerdo con gratitud aquellas lecturas y debates con los que los profesores nos hacían reflexionar acerca de lo que más tarde nos enseñarían como la “ciencia médica”. Entre los temas que nos cuestionaron y que en mi caso fue una importante semilla para el resto de mi vida profesional, estuvo el de la medicina como ciencia, técnica o arte. La medicina está hecha por el hombre y para el hombre, se ha beneficiado de la ciencia para crecer en su capacidad de resolver problemas, tiene unos principios técnicos que le dan orden al acto médico, pero es ante todo el arte de combinar todo aquello con el contacto humano lo que da un buen resultado. Aunque el método científico la ha llevado al “glorioso lugar” en el que hoy se encuentra como dice Carlos Palacio, ha de emplear también a las ciencias humanas, que no se pueden medir de la misma manera, por ser esencialmente una manera de sanar al humano.
Etimológicamente hablando, el término ciencia viene del latín scire que significa saber. Alude al conjunto de conocimientos que se organizan de forma sistemática y que se han obtenido a partir de la observación, experimentaciones y razonamientos dentro de áreas específicas. Es por medio de esta acumulación de conocimientos que se generan hipótesis, cuestionamientos, esquemas, leyes y principios.
La manera de leer el mundo que solo cree en lo que ve, mide y predice de manera sistemática excluye el principio fundamental de la ciencia que es la observación. La observación le ha permitido al hombre descubrir lo que del universo sabe hasta hoy, incluyendo también aquello que no puede explicar ni ver. La magia es ciencia que el hombre no comprende con su tecnología actual y sus sentidos limitados.
La luz, por ejemplo, es visible al ojo humano entre las longitudes de onda de los 400 a los 700 nm aproximadamente, hay variaciones individuales. Por debajo de los 400 nm está la luz ultravioleta que no la vemos, y por encima de los 700 nm la luz infrarroja que tampoco la vemos. Podemos negar lo que no vemos, pero eso no nos hace más científicos. Los seres humanos, hechos de lo mismo que todas las cosas, tenemos dentro de nosotros átomos, y en su interior neutrones, protones, electrones y fotones, emitimos luz no visible al ojo humano. Algunos seres extraordinarios, no por mágicos, sino porque sus ojos son capaces de percibir otras longitudes de onda, han descrito mapas de esos campos luminosos sutiles que fueron útiles desde miles de años atrás para su sistema médico y que hoy son útiles a la medicina alternativa que se abre a otros saberes. La luz tiene todo que ver con las medicina alternativas, pues tanto las manos, como el láser blando que se usa, los colores y algunos medicamentos, son emisiones de luz con diferentes longitudes de onda que tienen efectos sobre la luz y electrones que se mueven en nosotros. Su método de constatación por evaluarse de otra manera no es menos científico.
Un observador formula una teoría que parte de su observación, organiza de forma sistemática los datos que ha obtenido a partir de ello, experimenta y obtiene un resultado X, lo comparte con otros experimentadores que pueden obtener el mismo resultado en diferentes lugares, eso es ciencia, aunque no sean estudios doble ciego aleatorizados. La misma medicina occidental reconoce que los estudios doble ciego no son posibles para todo lo que se investiga, tal es el caso de procedimientos quirúrgicos, no se puede operar a doble ciego, como no se puede hacer estudios doble ciego a la manera como operan las medicinas alternativas. ¿Da esto el derecho a alguien a llamarlas charlatanería o seudociencias?
Y al hablar de luz, paso a hablar de la física cuántica que estudiando el fenómeno de la luz se ha llevado sorpresas, un tema escabroso y difícil de abordar hasta para los físicos cuánticos, y que nos ayuda un poco a romper paradigmas.
La física cuántica demuestra que el observador modifica lo observado. Semejante conclusión podría tirar al traste cualquier estudio de cualquier ciencia, hacer que reflexionemos un poco y nos riamos de nuestra arrogancia objetiva. Según esto, un investigador que quiera demostrar que algo funciona, puede constatarlo, y si lo que quiere es demostrar que no funciona, puede constatarlo. También nos habla la física cuántica de los “fotones entrelazados” que se comunican entre sí a velocidades mayores que la de la luz, casi instantáneamente, hasta a 144 km de distancia el uno sabe del otro, ¿romántico, no? Y más revolucionario aún, a través de los fotones entrelazados se puede tele transportar un tercer fotón a distancias similares. ¿Magia?, ¿Ciencia ficción?... Física cuántica, que le rompe el coco hasta a los que la estudian porque no pueden predecir valores definitivos para las propiedades físicas sino solo probabilidades, algo que aterra a muchos, la incertidumbre.
Y habrá quien refute la extrapolación de la física cuántica a la humanidad diciendo que estudia solo las partículas subatómicas. Pero yo, atrevidamente tal vez, les pregunto, ¿de qué estamos hechos?
Dejo la inquietud de este texto a aquellas mentes abiertas que se atrevan a cuestionarse lo que creen cierto, y les recuerdo, decidan lo que decidan creer, es solo una creencia, a favor o en contra de lo que sea. Y a no ser que el campo de las infinitas posibilidades nos sorprenda con lo contrario, lo más probable es que encontremos a cada paso constataciones de lo que ya damos por cierto. La hermana duda, aquella incertidumbre cuántica, que nos deja abierto el camino para que sea lo que sea, es quizá la más honesta de las posturas y aquella a la que el universo puede revelarle algún secreto, esa chispa de luz que hace ciencia.