Desde cuando los términos izquierda y derecha ingresaron al argot de la política, la izquierda ha sido relacionada con una actitud favorable a las transformaciones sociales para que pueda garantizarle a la población, sin ningún distingo, las mayores posibilidades de disfrutar de todos sus derechos. A la derecha, por el contrario, se la ha vinculado con la defensa del statu quo, lo cual implica la preservación de los privilegios de que gozan unos pocos, a costa de las desventajas que afectan a las mayorías.
Pero últimamente, algunas personas han dado en negarle validez a tales expresiones, lo cual ha hecho que, al tiempo que algunos ingenuos aceptan la supuesta no existencia de esa dicotomía, otros la difundan, apelando incluso a maneras no exentas de agravios, como cuando califican de dinosaurios, trogloditas y cavernarios a quienes la defienden.
Por supuesto que con el borrón y cuenta nueva que implica ese desconocimiento, la gananciosa es la derecha. A ella le conviene, sobre todo en tiempos electorales, que no se la reconozca como tal, que nadie la relacione con pasajes oscuros en los que ha tenido protagonismos vergonzosos, como los que ha jugado bajo la insignia esvástica, y que ni siquiera se la emparente con la tradición y el orden.
A esa derecha, su denominación la avergüenza, y con razón. Por eso se mimetiza mediante el disimulo y el engaño, y hay que entenderla. Lo que no se entiende es que también esté ocurriendo cosa parecida en algunos sectores de la izquierda. Es como si estos no supieran que ella, la izquierda, ha sido la gestora de todo el progreso político alcanzado por la humanidad desde tiempos antiguos, incluidos aquellos en los cuales esa terminología no se había acuñado aún; y que si no exhibe más progreso, ha sido precisamente por falta de más izquierda.
Lastimosamente, así estamos en el Pacto Histórico. El programa que le está presentado al país es el que encarna las mejores fórmulas para sacarlo del atraso en que se encuentra, redimirlo del actual desprestigio internacional, sanearle su soberanía y convertirlo en tierra donde se pueda disfrutar en paz de la más amplia felicidad.
Es un programa de cambio, de redención, de enfrentamiento a la derecha, es decir, de legítima izquierda; y, sin embargo, no queremos que se lo vea así, tal vez para no espantar el voto de nadie. En esto hay un error, porque es manifestación de la política del cálculo, a la cual no debe dejársele abierta ninguna rendija, pues pueden colarse por ella todas las demás manifestaciones de la vieja política. Reivindicar al Pacto como formación de izquierda debe ser una constante.