Rodolfo Hernández ha publicado un listado de 20 propuestas que vendrían a ser el equivalente del programa de gobierno del que hasta el momento carecía. Entre ellas me ha llamado la atención la de restablecer las relaciones diplomáticas con la hermana república de Venezuela, que si entresaca del programa de gobierno de Gustavo Petro y Francia Márquez es porque está convencido de que dicho restablecimiento le hará ganar en popularidad por cuanto responde a los más duraderos y sentidos intereses nacionales.
La ruptura diplomática con el gobierno de Venezuela, impuesta por Trump y aceptada sin rechistar por el presidente Duque, interrumpió bruscamente una larga historia de entendimiento y colaboración entre nuestros dos países y lesionó nuestra economía privándola de uno de sus mercados tradicionales. Para no hablar en extenso de los problemas de toda índole que causó a la numerosa colonia de colombianos residentes en un país que los acogió con extraordinaria generosidad en los años de la bonanza petrolera, los de la “Venezuela Saudí”. Como tampoco de cómo dicha ruptura potenció en la frontera común el contrabando, el mercado negro de divisas y la proliferación de bandas armadas alimentadas por estas y otras actividades delictivas.
La apuesta de Hernández por el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Venezuela nos permite afirmar con todas las letras que ha llegado el momento de hacerla. Porque es un hecho que ahora la consideran conveniente o necesaria, los representantes de todos partidos, movimientos y fuerzas políticas que conforman el arco político e ideológico que hoy caracteriza al país. Desde los uribistas fieles, renegados o reformados, hasta la izquierda que suscribe el Pacto Histórico, pasando por los sedicentes centristas de la Coalición de la Esperanza que han sumado su apoyo a la candidatura presidencial del anciano exalcalde de Bucaramanga.
La coyuntura internacional es así mismo favorable, debido a los problemas que enfrentan actualmente los Estados Unidos de América a la hora de ofrecer un mínimo de coherencia a los argumentos que ha utilizado para defender urbi et orbi el desconocimiento del gobierno del presidente Nicolás Maduro y la ruptura de relaciones diplomáticas con el mismo. La primera de dichas incoherencias está dictada por un hecho económico duro y puro. Con el galón de gasolina al precio promedio nacional de 4,62 dólares – que en California escala a 6.16 y en Illinois a 5- Biden tiene cada día más cuesta arriba garantizar la victoria de los demócratas en las elecciones parlamentarias de este año. En un país donde nadie se mueve sin gastar gasolina, el electorado vuelve a prestar oídos a la denuncia de esas “guerras interminables en el extranjero” que lo único que parecen reportarle es mayor pobreza. Como está sucediendo de nuevo y a ojos vista con la de Ucrania.
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La coyuntura internacional es favorable debido a los problemas que enfrenta Estados Unidos para ofrecer un mínimo de coherencia a los argumentos para defender el desconocimiento del gobierno del presidente Maduro
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De allí que haya enviado una delegación de alto nivel a Caracas, a entrevistarse con el presidente Maduro con el fin de negociar el levantamiento del embargo de las exportaciones de petróleo venezolano. Y que el propio Biden tenga previsto viajar a Arabia Saudí con el propósito de convencer al príncipe heredero que incremente la producción de petróleo hasta el punto de lograr con la misma la caída de sus precios internacionales. El viaje ha indignado a los lectores habituales del New York Times y el Washington Post, diarios que concedieron nutrido espacio en sus páginas a la denuncia del asesinato y descuartizamiento de un destacado opositor saudí en el consulado de Arabia Saudí en la capital turca, que habría sido ordenado directamente por el príncipe heredero actualmente al mando de esta autocracia. La periodista Catlin Johnstone les recordó, en un comentario en su magnífico blog, que la política exterior de Washington no está en realidad regida por la defensa de la democracia y los derechos humanos, tal y como proclama, sino por la cruda defensa de sus intereses.
El otro problema esta causado precisamente por la misma incoherencia y se escenifica en la dichosa Cumbre de las Américas que se celebra esta misma semana. En la que la exclusión de Venezuela -criticada por Argentina, Bolivia, México, Honduras, Guatemala y El Salvador– supone reconocer de hecho y de derecho que es Nicolas Maduro y no el extremista de Juan Guaidó el presidente legítimo de Venezuela, en evidente contradicción con lo que Washington sigue sosteniendo.
Los partidarios colombianos del Imperio Americano deberían tomar nota de estas flagrantes incoherencias y mostrarse a favor del restablecimiento de unas relaciones diplomáticas que nos permitirían abordar conjuntamente con el gobierno venezolano la solución de tres problemas urgentes: la inmigración venezolana en nuestro país, la apertura de nuestros respectivos mercados y el control de los grupos armados ilegales que operan en la frontera común. El próximo presidente de Colombia, sea el que sea, puede y debe tomar esa decisión sin tener que exponerla a un engorroso trámite parlamentario. Está dentro de sus facultades legales.
