En un país en el que cinco millones de ciudadanos se autoreconocen como parte de la población LGBTI, María Fernanda pensaba que estaba sola. La confusión entró después de una infancia relativamente tranquila en la que se identificaba como Andrés, el mayor de tres hermanos que hacían parte de una familia tradicional en la ciudad de Pasto. “Durante mi infancia me sentía cómoda siendo Andrés, no tuve ningún tipo de duda sobre mi género”, cuenta.
Llegó la adolescencia acompañada por un mar de dudas, y María Fernanda no comprendía por qué le gustaba vestirse con la ropa de su hermana Ángela, la menor. Como en los rituales más secretos, se ponía las prendas femeninas y sin que nadie se diera cuenta de lo que pasaba a puerta cerrada, vivía algunas horas que le daban tranquilidad. El encanto terminaba cuando se asomaba la culpa, esa que le decía que todo estaba mal, que no debía hacerlo, que no era lo correcto, que se debía vestir como un hombre.
Sin tener acceso a ningún tipo de información que le diera luces sobre lo que ocurría en su interior, y con algunas novias que pasaron sin pena ni gloria, terminó el bachillerato. La época de la universidad fue una etapa de negación en la que se propuso a refundir sus dudas y enfocar toda la energía para graduarse como zootecnista: “Por fuera todo parecía tranquilo, pero por dentro estaba destrozada, me sentía fuera del molde”, afirma María Fernanda. En el año 2009 obtuvo el título y así mismo lo guardó en un cajón. Nunca pudo conectarse con ese mundo al que llama hostil, del que solo agradece las prácticas, pues le mostraron el camino a seguir: “Me di cuenta que la comunicación me gustaba, pude realizar talleres con comunidades y trabajos periodísticos”.
Después de más de 10 años tratando de negar lo que su interior gritaba, y de pasar por etapas de profundas depresiones, María Fernanda decidió compartir con alguien lo que le pasaba; era una carga demasiado pesada para llevarla sola. Fue así como en el 2011 le confesó su secreto a Carolina, una amiga con la que veía clases de inglés, en ese momento se abrió la puerta a una temporada de autoaceptación, de saber que no estaba sola en su lucha. Como un puente que la conduciría por el camino acertado, su amiga la contactó con las personas adecuadas, esas que le dieron todas las herramientas para que se visibilizara. Hoy recuerda que se quitó un peso que llevaba en la espalda todos los días, que no la dejaba ser feliz: “Ese año fue liberador, sentí que por fin encajaba, que había encontrado mi lugar en el mundo”. Andrés se iba desvaneciendo para darle la bienvenida a María Fernanda.
Al tomar la decisión de visibilizarse, tuvo que recurrir a varias estrategias que mantuvieran alejada a su familia de todo esto, pues le parecía una catástrofe que ellos se enteraran. Mientras estaba en su casa, Andrés seguía apareciendo, pero María Fernanda poco a poco fue cogiendo más fuerza y hubo un punto de no retorno en el que el cansancio de sentir que llevaba una doble vida, la condujo a enfrentar a su mamá, papá y hermanos. “Ya me encontraba demasiado involucrada en los procesos, era agotador emocionalmente tener que fingir algo que no era”. Después de lágrimas, negación, culpas, y mucho tiempo, la familia ha podido encontrar un punto de respeto del que hoy se siente muy agradecida. No tuvo que abandonar su casa, y aunque la comunicación con sus hermanos no es la mejor, nunca se ha sentido discriminada.
Lo mismo ocurrió con su universidad: la zootecnia quedó atrás y en el proceso de encontrar su lugar en el mundo supo que la Comunicación Social era lo que quería hacer. De esta manera ingresó a la Universidad Nacional Abierta y a Distancia, y cuando inició la carrera, no se había visibilizado del todo. Sin embargo, en el 2015 fue a la universidad como María Fernanda, no vivió ningún tipo de rechazo por parte de sus compañeros o tutores: “Sentí que era un paso gigante, me veían como un ser humano, no se preocuparon por si me veía diferente”.
Como un secreto a voces, el resto de la familia se fue enterando poco a poco. A María Fernanda le sorprendió el apoyo incondicional que recibió de algunos primos, hasta una tía suya que fue monja se olvidó de los hábitos y le dio la bienvenida a su nueva identidad. La corona de la victoria se la puso este año; a principios del 2016 fue a una reunión familiar en una cafetería de Pasto y todos la recibieron con abrazos; hasta su abuelo que ronda por los 100 años, “Fue el final de un ciclo y el principio de otro, ese día marcó la diferencia”, dice orgullosa.
María Fernanda sabe que poco a poco la población LGBTI ha ido ganando espacio en la agenda pública del país. Son pequeños pasos que espera se conviertan en saltos de gigante pues reconoce que ha sido bastante afortunada y cree que puede ser la excepción a la regla de la población transgénero que no ha sido agredida o violentada para visibilizarse: “Las trans estamos siempre más expuestas y por lo tanto vulnerables”. María Fernanda cree que hay mucho por hacer y no hay información suficiente para guiar a las personas que, como ella, han tenido que pasar por muchas situaciones para aceptarse. Además, sueña con que las EPS dejen atrás la burocracia y la población tenga que dejar de esperar a ser diagnosticada con disforia de género –término psiquiátrico utilizado para categorizar a las personas que se identifican con el género opuesto al que tienen biológicamente- para poder acceder a tratamientos hormonales e intervenciones quirúrgicas como la reasignación de sexo. También espera que las administraciones municipales y departamentales, que están arrancando motores este año, trabajen por una política pública LGBTI que garantice el pleno goce de sus derechos: “Me alegra ver cómo un departamento tan conservador como el Cauca exista una mesa de diversidad sexual. Sé que Nariño también puede avanzar por el mismo lado, no podemos tapar el sol con un dedo”.
Se visualiza en un futuro ejerciendo el periodismo en pleno. Ve con satisfacción que personas transgénero como Tatiana Piñeros, exsecretaria de Turismo de Bogotá; Brigitte Baptiste, directora del instituto Humboldt, han podido tener una carrera destacada, no por ser parte de la población LGBTI, sino por su trabajo, talento y disciplina. “Las Trans podemos llegar a donde queramos, no debemos conformarnos con el lugar común que la sociedad nos ha impuesto”, dice María Fernanda con la convicción de quien va a alcanzar una nueva meta.