Apreciados conciudadanos:
Los seres humanos nacemos con una serie de vulnerabilidades que nos hacen depender del cuidado de los adultos, especialmente de nuestros padres, para poder sobrevivir. Algunos, además de nacer con esa condición humana universal de la fragilidad, vienen a este mundo con unas limitaciones y condiciones físicas o psicológicas que los ponen en desigualdad e inferioridad frente a los llamados normales. Si a ello le sumamos el elemento socioeconómico, esas condiciones limitadas en ocasiones se ven exacerbadas. Ninguno de nosotros eligió dónde nacer, cuándo, en qué familia, ni país. Si lo vemos así, la vida nos plantea retos desde el momento mismo de nuestro nacimiento, situaciones a las que debemos aprender a adaptarnos. Son muchas las herencias que tenemos: además de toda la información genética que nos compone como seres biológicos que somos, nos antecede además una historia familiar, social, nacional y mundial. Casi siempre, cuando llega un recién nacido a nuestro entorno familiar, anhelamos para ese ser un mundo mejor que el que nos ha tocado vivir, un futuro promisorio; depositamos en las nuevas generaciones el deseo de que puedan desarrollarse como seres humanos y empezamos incluso a imaginar distintos escenarios para su bienestar.
Es usual que estos deseos los tengamos para un círculo muy limitado de personas, para muchos se circunscribe a su familia, a aquellas personas con quienes tienen lazos de consanguinidad. Ideal sería que ese deseo fuera extensible para toda esa humanidad que no ha roto el pacto tácito de convivencia social (reconocer siempre la humanidad en los otros), independiente de la diferenciación entre grupos (endogamia/exogamia): los que pertenecen a x partido, nacionalidad, género, religión, orientación sexual, etc. Ampliar ese círculo de interés en el bienestar de los otros, de compasión y altruismo, requiere de una gran labor educativa, que desmonte muchos de los prejuicios que creamos en las sociedades y que esconden, sobre todo, un enorme miedo a lo diferente. Esto es consecuencia de un analfabetismo político porque en la cultura occidental hace mucho se perdió el significado real de lo que es la política, que como bien lo retoma Hannah Arendt, implica la conciencia de ser ciudadano activo, que tiene injerencia en las decisiones que afectan la vida de todos, pero que además implica una construcción colectiva en que la pluralidad es una palabra clave: “La política trata del estar juntos y los unos con los otros de los diversos” (Arendt, 1959/1997, p. 45). La política entonces da cabida a la pluralidad, todos cabemos allí, jamás debe ser un ejercicio excluyente; la tergiversación que hoy se ha hecho del sentido de la política, justamente es lo que atenta contra ella y contra la democracia: el prejuicio de creer que se trata de una relación entre dominadores y dominados.
Justamente ese prejuicio ha sido de alto beneficio para algunas élites en nuestro país, que han acaparado el poder a lo largo de demasiados años y que ha comportado por parte de los ciudadanos una serie de pensamientos de servilismo, sumisión y, digámoslo en otros términos, desesperanza aprendida que nos ha llevado a ser pasivos ante lo que sucede en el terreno político. Todo, porque se instaló en nuestras creencias la idea de que todo siempre será igual, que nada podremos hacer para que cambien las cosas para que tengamos un país mejor, un país incluyente, con igualdad de oportunidades, con unas leyes que hagan eso posible. Nos hemos olvidado de nuestro importante papel como veedores de aquellos que elegimos dizque para representarnos y que, una vez elegidos se olvidan de las promesas realizadas. De esa manera, con nuestra pasividad y con nuestro silencio (porque nos han enseñado a callar, a no decir lo que pensamos, por el miedo -muchas veces fundado- de “ser callados para siempre” en ese eufemismo tan propio de nuestro país), hemos sido cómplices del mal, hemos sido partícipes de las injusticias que abundan en nuestra querida Colombia.
Ya me referí a aquello que no está en nuestras manos cambiar, aquellas condiciones con las que nacemos y que no elegimos. Sin embargo, hay muchas otras que sí tenemos la potestad para actuar con el propósito de apostarle a una transformación social, económica y cultural. Este domingo tenemos una oportunidad para hacer un cambio radical frente a la hegemonía del poder que han acaparado unas cuantas familias en nuestro país, una clase politiquera que ha sido muestra de todo aquello que atenta contra la política (en el sentido antes mencionado) y contra la democracia; una clase politiquera que tiene a Colombia en agonía por la corrupción.
En lo personal, sueño con un país cuyas leyes y políticas no segreguen por cuestiones de raza, etnia, género, condición socio-económica, orientación sexual, forma de pensar, región de origen, nivel de formación. Anhelo un país que reconozca su historia, haga memoria y se comprometa a no repetir los errores del pasado, que no niegue ese lúgubre pasado de múltiples masacres y de los falsos positivos, las complicidades con el narcotráfico y el paramilitarismo, la guerrilla y sus desmanes en la guerra; que todo eso se reconozca, que salgan a la luz las verdades sobre tantos años de violencia y conflicto para tener la posibilidad de que empecemos a suturar heridas y cicatrizar; son demasiadas las heridas abiertas que alimentan pasiones de resentimiento y venganza que no hacen sino convertir todo esto en un círculo vicioso de violencia.
Quiero entonces un país cuyos ciudadanos tengan la disposición para reconocer su historia personal, familiar y social en el conflicto y que esté dispuesto a hacer la elaboración que se requiera para atemperar esas emociones negativas y de manera creativa procurar comprender la compleja dinámica de la guerra en nuestro país, para así poder comprometerse con pequeñas acciones a una transformación social. Eso lo creo posible, como también creo en la posibilidad de que asumamos un rol activo en política, no solo ejerciendo nuestro derecho a votar, sino también, igualmente importante, ejerciendo como veedores de que las promesas realizadas se ejecuten en el periodo de gobierno. Es un raciocinio de sentido común: quienes nos representan en cargos políticos son pocos, nosotros somos muchos y podemos unirnos para ejercer presión, para reclamar que se cumpla lo pactado, haciendo una lista de chequeo, si se quiere. Ahí están los programas de gobierno para hacerles seguimiento. Votar es solo el comienzo. Y nuestro actuar responsable implica no dejarnos comprar, ni dejarnos llevar por lo que dice la mayoría o por lo que dicen los medios, implica pensar por nosotros mismos e imaginar qué país queremos para los años que nos quedan de vida y, sobre todo, qué cambios queremos que se gesten para las futuras generaciones. Sinceramente, veo una esperanza de cambio social. Está en nuestras manos esa decisión.
Aclaro que no pertenezco a ningún partido, no me gusta el pensamiento sectario. Jamás he participado de reuniones politiqueras. Siempre me he caracterizado por votar a conciencia, sin tener una afiliación partidaria, solo me conecto con las propuestas. Soy una psicóloga interesada en la estesis, esto es, la sensibilidad del sujeto ante su contexto, ante la vida (Mandoki, p. 46). Me importa la vida, me importa el reconocimiento de la humanidad en los otros, del valor de su existencia como seres humanos, deseo un país mejor y por extensión, un mundo donde podamos convivir en la pluralidad. El domingo se decide la opción por la pluralidad, por un país incluyente o la opción por un país excluyente, que tiende a señalar y remarcar la otredad en lugar de ampliar el “nosotros”. Escribo esto con todo el sentimiento y en medio de la preocupación por la inercia y la hipnosis frente a una política tradicional que infunde y trabaja con el miedo como estrategia para garantizar la realización de sus intereses egoístas. Es hora de velar por el bien común.
Me despido deseándoles conciencia para la acción electoral del domingo. Que tengan muy claras las razones de sus decisiones. Aquí he compartido las mías.
Un sentido y fraternal saludo.
Referencias:
Arendt, H. (1959/1997). ¿Qué es política? Barcelona: Paidós.
Mandoki, K. (2006). Prosaica I. Estética cotidiana y juegos de la cultura. México: Siglo XXI.