Lo cierto es que el uso del automóvil particular viene siendo atacado y restringido de manera sistemática y progresiva. Sin embargo, la pandemia ha agudizado el panorama.
En consecuencia, ante la actual situación, donde la presencia del coronavirus ha obligado a las autoridades a restringir la circulación, ha llegado el momento de revisar y modificar el sistema detrás del impuesto de rodamiento y semaforización.
Vamos a completar dos meses —posiblemente serán más— sin derecho al uso de los vehículos particulares y los cobros serán los mismos. Sea que se use o no el vehículo, el impuesto de rodamiento se seguirá pagando, lo cual a todas luces es injusto, ya que como su nombre lo indica es de rodamiento, no de propiedad del bien.
Entonces, dadas las anteriores consideraciones, es oportuno cambiar el modelo. La solución es muy sencilla: que el impuesto de rodamiento sea un componente del precio del combustible. De esta manera, si se usa el vehículo, se consume gasolina y se paga de verdad el impuesto por rodar.
Además, esto sería ventajoso para el recaudo: primero, no se pagaría anual sino con cada compra de combustible, alimentando constantemente las arcas oficiales; segundo, el costo del impuesto sería directamente proporcional al tamaño, peso y antigüedad de cada automotor, sin importar el modelo.
Cabe recordar que todavía circulan —y seguirán haciéndolo— vehículos viejos, grandes y pesados, que pagan un impuesto ridículo (ya que depende de su avalúo), a pesar de ser los mayores generadores de contaminación y ser los que más contribuyen (por su peso y tamaño) al deterioro de las vías.
Aclaro que esta idea no es mía, la leí hace buen tiempo en un editorial de la Revista Motor (que si bien en su época no tuvo eco, aún considero vigente)