Al empezar este año, un editorial, La ciudad de los huevos de oro, señalaba los despelotes del manejo administrativo de Cartagena. Presagiamos que con tantos abusos podría perderse la magia de esa joya colombiana. Con tristeza debemos reconocer que no estábamos equivocados. Según Cotelco y las autoridades de tránsito distritales, el turismo descendió en la Semana Santa, las plazas hoteleras tuvieron ocupación inferior a la esperada y mermó el número de vehículos llegados desde otros puntos de Colombia.
Pero la fugaz temporada de marzo también deja lamentables episodios. Como el brusco, sorpresivo y atropellado desahucio de las mesitas para comensales en la plaza de San Diego. El Miércoles Santo, el alcalde del barrio ordenó el desalojo de los turistas, que no sabían bien qué pasaba. En su lugar se alzan ahora, triunfantes e inútiles, unos bolardos rojos, mudos testigos de la torpeza con que algunos conciben la función del espacio público. Parece increíble que las mesitas que en Montmartre, la Calle de Alcalá y la Piazza Navona son parte del pintoresco paisaje local, en Cartagena sean vistas como enemigos de una ciudad cuyos ingresos dependen en buena parte de esos estupefactos visitantes que una noche fueron obligados a dejar servidos los platos. También resulta insólito que se disputen, como en galleras, las aceras y placitas que deberían ser objeto de una mejor reglamentación. La "guerra de las mesitas" no puede reemplazar un escenario que conoció batallas más heroicas y trascendentales.
Hay que reconocer que la limpieza de la ciudad mejoró, pero gracias a una furieta del presidente Uribe. La Armada tuvo que enviar contingentes de infantes y cadetes para barrer las calles.
Por desgracia, la limpieza no llega hasta donde más se necesita, que es el foco de ineptitud, corrupción y clientelismo en que se ha convertido la política municipal. Nadie se explica por qué prosperan las efímeras "discotecas golondrina", que hacen su agosto en enero y no dejan un solo empleo. Ni por qué está paralizada la peatonalización completa del centro histórico, que todos los días recibe el insólito agravio de camiones, motocicletas y carros particulares. Ni por qué llegan a ser tan escandalosas las cifras de prostitución infantil en el centro histórico, con la complacencia de las autoridades y algunos hoteles.
Buen reto el que tiene Cartagena cómo vamos, un proyecto de sociedad civil en el que se unen un diario local, El Universal, la Cámara de Comercio, la Universidad Tecnológica de Bolívar y la ONG Funcicar, para contribuir a la calidad de vida de la ciudad histórica. Es hora —y ese es el desafío del naciente proyecto— de que la clase dirigente de Cartagena rinda cuentas. No porque no tenga nada que decir, sino porque nunca le ha gustado rendir cuentas ante el pueblo. Cartagena no resiste más tanto abandono.