La temática noticiosa de los últimos años se ha visto empapada por la poderosa crisis política y económica que enfrenta el país vecino, Venezuela. Los medios de comunicación analizan a fondo las extrañas maniobras de gobierno y la superinflación que no se detiene por parte del país bolivariano, dejando como únicos responsables a Hugo Chávez, Nicolás Maduro y todo el gabinete que los ha acompañado en las últimas décadas de gobernanza.
Es maravilloso lo bien informado que se encuentra el pueblo colombiano acerca de la crisis que afronta el país vecino. Sin embargo, ¿estamos seguros de conocer mejor la actualidad propia antes que los hechos noticiosos y acontecimientos ocurridos en Venezuela?
Hace poco en las marchas realizadas por el pueblo brasileño en las calles de Sao Paulo la comunidad se tomó las calles en grandes cantidades para reclamar por el asesinato de una concejal del partido socialismo y libertad de Brasil. Con carteles, los paulistas reclamaban justicia y demostraban su completa desaprobación y expresaban su temor a convertirse en una segunda Colombia.
¿Por qué deberían tener miedo de convertirse en Colombia? ¿Por qué si los colombianos tienen miedo de convertirse en Venezuela, otro país lucha por no convertirse en el nuestro?
Los ciudadanos de Sao Paulo no solo luchan por no tener una inflación superior al 1000%, o por nunca tener mercados sin productos básicos de limpieza o comida, no, ellos no quieren que el narcotráfico naciente siembre sus raíces y se transforme en una potencia ilícita más de América Latina. Además, ellos salen a las calles con fuerza para que ningún líder social sea asesinado por dirigir a su comunidad a una sociedad más equitativa y justa.
El consumo masivo de problemáticas externas ha insensibilizado a los colombianos a los acontecimientos más cercanos, haciéndolos olvidar que acá se han asesinado a más de 330 líderes en diferentes sectores de todo el territorio colombiano, de manera sistemática y en algunos casos con sospechas de acompañamiento de las fuerzas públicas encargadas de velar por la seguridad y el bienestar de los mismos miembros de la comunidad. La posibilidad de encontrarnos con un crimen de lesa humanidad, similar a la carnicería vivida en la década de los 80 contra la Unión Patriótica después de su acelerado crecimiento en el país, es escalofriante.
Los líderes sociales cumplen una función vital en una sociedad, en especial una tan pluricultural, étnica y desinformada como la nuestra. El papel de organizar y dirigir para reclamar el inconformismo masivo de sus respectivas comunidades ante un gobierno ciego, sordo y que habla únicamente de problemáticas externas.
La capacidad de organización del país es pobre y rústica, por eso los líderes comunales, regionales. Locales e indígenas de cada sector del país les dan una orientación a comunidades enteras para entender en qué aspectos falla el gobierno, qué deberían tener sus comunidades, cuánto aportan al Estado, cuánto reciben de él, qué dirigentes políticos harán escuchar sus voces. La voz de esos hombres y mujeres representan el poder puro y aquellos que priorizan su beneficio personal a costa del malestar de todas estas comunidades sienten miedo ante estas amenazas, por eso grandes élites políticas deciden aniquilarlos con cobardía para seguir lucrándose.
Estas mismas familias de élites, que además dominan los grandes medios de comunicación a nivel nacional, son los villanos fundamentales en esta historia de siglos de malestar y sangre en el libro de guerras y corrupción en Colombia. Es hora de mirar a fondo el interior de nuestra tierra, antes de ver a nuestros vecinos.