Megan Rapinoe, la capitana de la selección femenina de los Estados Unidos, se ha venido robando la atención de los medios de comunicación en últimos días. Así ha sido, pero no solo por sus habilidades en la cancha —que incluyen pases exquisitos y cobros certeros— o por ese estilo de rockstar —adornado por su cabello teñido de púrpura y dotes histriónicos que le han servido para dar discursos emblemáticos—, sino por su apuesta política atrevida —que incluyó negarse a visitar la Casa Blanca y apoyar las reclamaciones de los afroamericanos frente a la brutalidad policial— y por exigir la igualdad en el pago salarial respecto a sus pares masculinos.
Rapinoe ha liderado a un grupo de jugadoras en la demanda a la U.S. Soccer, a la que señalan de discriminación de género, debido a que esta apenas les paga un cuarto de lo que reciben los jugadores de la selección masculina. Es una situación llamativa, si se tiene en cuenta que los hombres se ven en constantes dificultades para vencer a desconocidas selecciones caribeñas y en la copa del mundo nunca han sido protagonistas; por el contrario, la selección femenina de los Estados Unidos arrasa fácilmente en las competencias internacionales.
El debate ha sido candente y apasionante. No falta el genio de los números que aduce que las futbolistas no producen tantos ingresos como sus pares masculinos, a pesar de que en los últimos tres años el fútbol femenino de los Estados Unidos produjo más ingresos que el masculino. No faltan tampoco quienes señalan la inferioridad de las chicas en el juego. Por ejemplo, en un partido celebrado en el año 2017, las campeonas norteamericanas perdieron contra un equipo sub 15 masculino de Dallas. La sola comparación, sin embargo, es odiosa. Es evidente que hay una diferencia biológica que favorece a los hombres. ¿A quién se le ocurre probar la capacidad de las mujeres para jugar futbol llevándolas a un partido con pares masculinos?
Al derrotar a su similar holandés en la final de la copa mundo, las estadounidenses fueron ovacionadas; incluso tuvieron la oportunidad de escuchar a los asistentes al estadio corear el tan famoso equal pay. Luego, el discurso de Rapinoe en Nueva York, al recibir las llaves de la ciudad, fue admirado en todo el mundo; ¡qué seguridad y carisma al expresarse tiene esta mujer! Más recientemente, Procter and Gamble urgió a U.S. Soccer a equiparar los ingresos de las jugadoras de la selección nacional con el equipo de varones. Incluso la compañía donó 500.000 dólares para contribuir a mejorar la situación salarial de las campeonas.
Todo indica que Rapinoe y sus coequiperas han sido capaces de atraer la atención mundial a su favor. Puede que enfrentadas en un partido contra hombres pierdan; pero por lo pronto, han sabido ganar en el terreno de la opinión pública. Hoy en día son respetadas y amadas, y con toda razón. Ojalá que esta lucha de las jugadoras estadounidenses se pueda trasladar a otros lugares del mundo y a otros campos de trabajo. Es hora de estar del lado de la historia.