En las paradisíacas islas y playas del Caribe, tan apetecidas por el turismo mundial, hay una en particular que es toda una contradicción: Santo Domingo. Esta está dividida en dos países: Haití y República Dominicana.
Dicha división hace parte de esta contradicción, es como si la línea fronteriza que los divide hubiera sido una bendición para uno y una maldición para el otro.
Los dos países en una sola isla son el opuesto el uno del otro, como agua y aceite, positivo y negativo, o el ying y el yang.
República Dominicana, con playas tan hermosas como "Punta Bávaro", de arenas de talco, aguas cristalinas que parecen sacadas de una botella de agua recién comprada en supermercado, palmeras que despeinan sus capules por la suave y tibia brisa marina, de hoteles cinco estrellas en el día y un millón de estrellas en la noche, “bocatos di Cardinale”, coloridos cócteles y doradas champañas como la piel de sus miles de turistas, contrasta drásticamente con su porción de tierra “gemela” llamada Haití, de aguas grises, arenas oscuras, palmas cuasi-secas, donde sus habitantes casi se matan entre sí por el mismo pedazo de pan.
Haití es conocida porque su religión es el vudú, de la cual se ramifican otras “sectas” famosas en el mundo por ser buscadas y contratadas por personas nativas y de todo el mundo para sus rituales de magia de distintos colores. Entre esas, la negra.
Plantas de sus bosques de películas de miedo y semillas que al ser pulverizadas y sopladas directo al rostro de una persona lo pueden dejar en estado catatónico o zombie.
Las personas que viajan o usan intermediarios en Haití buscan fama, fortuna, “amarrar” a alguien, o convertirlo en muñequito para que a punta de alfiler reciba en carne propia esas inyecciones de mal que, dicen, acaba con ellas.
Haití es como un brujo, un hechicero, que domina artes ancestrales y ocultas y al recibir tanta solicitud para esto, aquello, o lo otro, debería ser un brujo millonario. Un hechicero tan rico que habita en sus cuevas con cofres llenos de joyas y oro.
Pero no. Todo lo contrario, Haití es como una tierra maldita que recibe al tiempo y con frecuencia el embate furioso de plagas, convertidas en temblores, terremotos, tsunamis, enfermedades, pobreza extrema, epidemias, hambrunas, y no sale de una cuando le llega la otra.
Y todo esto, a unos pasos de su próspera porción de tierra gemela: República Dominicana, país al que curiosamente “no le duele una muela”.
¿Será que todo el mal que nace y sale de Haití se les devuelve multiplicado?
Las vulgares palabras de Trump, al referirse a Haití, entre otros países, como “un hoyo de mierda”, ofenden al planeta; pero lo ponen a uno a pensar…