Por entelequia se entiende una idea que no se concreta y se queda al nivel de lo que cada cual quiere entender; valdría la pena dilucidar hasta dónde el plebiscito recién aprobado tiene de entelequia.
Lo teórico es que se supone que lo que se buscó es ‘democratizar’ invitando a la participación ciudadana; darle legalidad dentro de las instituciones colombianas; y blindar para que futuros gobiernos no puedan deshacer lo que se acuerde.
Respecto a lo primero: es una obsesión válida del presidente el que las mayorías ratifiquen el proceso; y es falso que con el cambio del umbral se disminuya el mínimo que se requiere para una aprobación de la población (el mínimo ratificatorio no disminuye, puesto que lo que la norma constitucional obliga es a un 25 % para validar el resultado —no 50% como mentirosamente afirma el uribismo—, y con ese requisito cualquier mayoría debe superar 12,5 %).
Pero también es falso lo que se muestra como sometido a su aprobación (no es verdad que la disyuntiva sea paz o no paz, ni hay posibilidad que se cumpla lo que se vende como propaganda —ríos de leche y miel en lo económico, reparación a las víctimas, etc. —).
Respecto a lo segundo: la legalidad —o más correctamente toda la institucionalidad— fue arrasada en el proceso, y mal se puede decir que se respetó o se defiende manoseándola como se ha hecho: ningún contrasentido mayor que el de una ley para un caso particular y único (una norma por definición es general y abstracta y no se hace solo para crear una excepción); en nuestro ordenamiento los mecanismos de participación requieren pasar por el Congreso para que este resuelva sobre si las opciones que se van a someter a decisión de la ciudadanía corresponden a lo que las institucionalidad permite (por ejemplo, no puede votarse sobre si se puede volver o no obligatorio el profesar determinada religión —en este caso el texto, o sea el contenido, no lo conoce el Congreso, luego se elimina la función que éste supone cumplir—); la Constitución como ‘Ley de Leyes’ no puede ser cambiada por los mismos mecanismos que las leyes ordinarias (al inventar el ‘fast track’ se elimina el que tenga que ser ratificada por dos Congresos diferentes y que tenga el requisito de continuidad de ser discutida desde el principio) —desaparece la jerarquía y la naturaleza de la Constitución—; con las ‘facultades habilitantes’ desaparece lo fundamental en cuanto a lo orgánico de nuestra democracia como es el equilibrio de poderes y el sistema de controles y pesos y contrapesos (el Presidente remplaza a los elegidos como voceros de la ciudadanía).
Y respecto al ‘blindaje’ se sentó el precedente que, como la mayoría parlamentaria siempre coincide o se somete a la línea presidencial, no existe ningún límite a los cambios que se pueden realizar (igual mecanismo se puede usar para reversar lo que así se adelantó —o para arbitrariedades aún mayores—).
Es falso que con el cambio del umbral
se disminuya el mínimo
que se requiere para una aprobación de la población
Lo previsible es que el ‘sí’ tiene todas las probabilidades y debería ganar al ‘no’: nunca un gobierno invita a un plebiscito si no tiene la cuasiseguridad de ganarlo (por eso la sorpresa del Brexit); lo que se llama la ‘pedagogía’ será obviamente campaña por el sí, y eso con todos los recursos del Estado (incluido la participación de los funcionarios oficiales); al solo poder votar ‘si’ o ‘no’ solo se puede ‘tragar entero’ y no habrá pronunciamiento sobre el contenido y los textos de los acuerdos sino solo sobre las intenciones; no existe población que prefiera la guerra a la paz, y sobre todo es natural que la sociedad colombiana vote por el desarme de la guerrilla, (¿cuándo se había oído de una votación para decidir si una población aprueba o no la paz interna?). Existe sin embargo el riesgo de que la ciudadanía lo asuma como una calificación al presidente o a la gestión de Gobierno y se pronuncie con un voto protesta donde ganaría el ‘no’ (remember el Brexit)
Para la inmensa mayoría el contenido de los textos acordados no interesa: votarán por el ‘sí’ porque implica el desarme de las Farc (‘mejor eso que nada’), o por el ‘no’ porque no admiten la conciliación con ellos (‘es inadmisible reconocerles algo por renunciar al delito’); otros ven que el no tener en cuenta lo que se pacta puede llevar a nuevas formas de violencia si el contenido no incluye cambios de fondo en la concepción y la orientación del Estado, ya que entonces solo representa un triunfo y una consolidación del statu quo; otros consideran que participar en la votación es validar el trámite surtido para lograr ese resultado, y dudan sobre si ‘el fin justifica los medios’.
Las alternativas: la votación por el ‘no’ no cuenta en cuanto a afectar el umbral (solo hay resultado efectivo cuando la mayor votación excede los 4,5 millones de votos); no es claro qué sucede si gana el ‘no’ (es tan poco probable que ni siquiera se ha contemplado qué seguiría); si ninguno de los dos llega al umbral los acuerdos no tienen porque caerse (podría ser el caso si Uribe decide no irse por el ‘no’: desaparece la polarización que motiva el ‘sí’, y podría entenderse que el rechazo fue a la manipulación tanto para la creación como para la votación del plebiscito).
El plebiscito es por lo tanto una entelequia porque el resultado no depende ni expresa nada en cuanto al contenido de lo que se presenta al votante: independientemente de lo que digan los textos que se someten a su aprobación, cada quien vota sin que le importe que contiene el ‘acuerdo’ (tan es así que hoy sin que estos se conozcan estamos en plena campaña).