No es el fatum, es la política. No es que sobre Colombia haya caído una maldición y entonces la pobreza, la guerra, los despojos campesinos, los secuestros, el narcotráfico, la guerrilla y el paramilitarismo, los asesinatos selectivos, Mancuso y su motosierra, el glifosato, la reelección, las imbecilidades de Pacho Santos, las chuzadas del DAS, la yidispolítica, la parapolítica, la narcopolítica, la política a secas, la ley 100, las convivir, Álvaro Uribe presidente, Álvaro Uribe ex presidente, el elefante de Samper, los micos del Congreso, el millón de sapos de Uribe, los lagartos de las corporaciones públicas, la ponzoña de las víboras del Congreso de la República, la gasolina de Juan Manuel Corzo, los alimentos podridos del Bienestar Familiar y Efrain Torrado, el carrusel de contrataciones, los Nule, los hijos de Uribe, el primo de José Obdulio, José Odulio, los hornos crematorios de Juan Frío, el asesinato de Tirso Vélez, de Edwin López, de Gerson Gallardo, de Carlos Bernal, los 80 asesinados de La Gabarra, las 170 víctimas del Iguano, la masacre en el kilómetro 42, en la vereda Caño Lapa, cerca a la Gabarra, en Norte de Santander por parte de las autodefensas y el ejército nacional, el glorioso ejército nacional, Ramiro Suárez y sus crímenes, el alcalde Donamaris y su 20 mil casas, Jorge Noguera, Rito Alejo, la masacre de Segovia, en fin, todo esto que nos ha tocado padecer no es el producto de causas independientes a la voluntad humana, sino que son actos políticos, cuyos responsables aquí en la tierra ocupan siempre los más altos cargos en los gobiernos, en las fuerzas armadas y algunos en el sector privado.
-No es el fatum, es la política, mijo.
Lo decía hace poco un profesor de escuela cuyo hijo fue incinerado en los hornos crematorios de Juan Frío por un grupo paramilitar bajo las órdenes del Iguano en el año 2002, acusado de colaborar con la guerrilla. Es la política que, en manos criminales, se convierte en la tenebrosa ley 100 o en los subsidios de Agro Ingreso Seguro. Porque en Colombia la política ha sido nefasta. No ha servido para construir un país moderno sino, por el contrario, para llevarlo de vuelta a las cavernas del procurador Ordóñez, al oscurantismo medieval, a la intolerancia política, a la ausencia de ideas, y han convertido, lo que debió ser un ejercicio de la democracia, inteligente y participativo, en una puja por el poder.
Las nuevas generaciones están despolitizadas justamente por el mal manejo de la política de los políticos profesionales. Aspiran a los cargos públicos como si fueran capos de la mafia que quieren quedarse con el control del negocio. Porque la política en Colombia es eso: un negocio de compra venta tan rentable como el tráfico de drogas o la venta de armas. Y si para hacerse al aparato del poder hay que aliarse con bandas criminales, pues se hacen alianzas, se compran votos, se promueven masacres, se intimida a la población civil, es decir, resumiendo, se hace política a la colombiana. Por eso tenemos el país que tenemos y por eso nos pasa lo que nos pasa. No se trata de una maldición o de un fatum (o destino señalado, como decían los antiguos) es la política, mijo, es la política.