Gustave Le Bon –prominente psicólogo francés que algunos consideran como el fundador de la Psicología de Masas– llegó a decir sabiamente que “gobernar es pactar; pactar no es ceder”.
Esto lo debería saber el alcalde de Cali, que desde el paro se la ha pasado pactando con una ciudadanía completamente irresponsable, pero sin que se pueda establecer una recuperación del orden público.
Se hace difícil decir que el que gobierna es él, cuando se vive en medio del desorden y las ruinas de una ciudad despojada de todo tipo de valores.
El señor alcalde les ha entregado a los delincuentes y a los desordenados las riendas de un mando que realmente nunca tuvo. Todo indica que se le olvidó que su deber es fomentar el orden, y en el caso que falte recuperarlo como muestra de su autoridad.
Alguien tiene que decirle que congraciarse con los sublevados no es entregar una ciudad; consiste en escucharlos atentamente, pero sin dejarlos llegar hasta la lógica de lo imposible. Amigo lector, aquí lo imposible es dejar que reine la anarquía, el desgobierno.
Basta con mirar cómo están las calles, en donde los que controlan el transito son jóvenes de la Primera Línea, amos y señores de los semáforos que ellos mismos dañan para vivir de la limosna y, porque no, de los asaltos que cometen cuando no se les paga un servicio que nadie ha pedido.
¿Acaso los caleños no pagan unos impuestos, o no contribuyen para que circulen los guardas de tránsito y se mantengan intactos los semáforos?
¿Será que la solución es lumpenizar a la ciudad, o simplemente convertirla en un recuerdo de cuando de verdad existía el civismo? Son cosas que más de uno se pregunta al salir a la calle y ver todo el desorden que patrocina Ospina.
Otra muestra de su desgobierno la vemos cuando aparece en los medios exigiendo un cuidado frente a la pandemia, sin embargo, apoya las aglomeraciones y hasta las fomenta, tal como sucedió en el barrio Ulpiano Lloreda.
En este populoso sector del oriente caleño se congregaron 10.000 personas, en una verbena que se hace cada primero de enero y que por lo que se vive no se debió realizar.
Los asistentes, pasando por alto los riegos actuales, no tenían medidas de bioseguridad, y hasta se atrevieron a iniciar batalla campal que atemorizó a los mismos vecinos del barrio. Si esto no es desgobierno, amigo lector, que otro calificativo se le puede dar a lo que hace el alcalde.
Ha permitido que le digan qué hacer, y a eso ingenuamente él lo llama inclusión. Las incoherencias que vemos con su discurso son el resultado de un maniqueísmo, ya que por un lado quiere demostrar algo del orden que se necesita, pero por el otro quiere que los de ruana promuevan el caos que ningún caleño decente imaginó.
¿Hasta cuándo se va a soportar todo esto? Hasta que se entienda que los lideres populista no saben gobernar, no tienen visión de ciudad y lo único que buscan es desangrar los dineros de los contribuyentes.
Los que votaron por Ospina son un grupo de ciudadanos que aman la mala vida, que apoyan la politiquería y que les da lo mismo ocho que ochenta, tal como decían nuestros abuelos.
Ojalá se recupere el orden que nos caracterizaba, porque cada día en Cali es una locura. No se trata solamente de pedir una revocatoria –que por lo que se ve no tiene mucha fuerza entre los opositores de Ospina–, pero sí de pensar muy bien a quién se va a elegir en las próximas elecciones. Otro burgomaestre populista como el actual, y de verdad que la sucursal del cielo pasará a llamarse la sucursal del destierro.
