Vagar también es una opción de vida
Vagabundo, mi nombre de calle, porque el de familia la droga lo borró. Ese día de lluvia, con un cigarrillo en la boca, miré por la ventana de mi cuarto y entendí que no deseaba mucho en la vida, no quería reglas de otros y mucho menos paredes que no dejaran ver el mundo. Tomé un abrigo, varios billetes del bolso de mi madre y me lancé a esta selva de cemento de la que no he querido salir.
Caminé hora tras hora sin detenerme conociendo los colores y sonidos de esta ciudad mágica, de gigantes llamados edificios que tragan y expulsan personas en un andar que marea.
Bajaron el telón y los actores de esta gran obra terminaban sus papeles para darle paso a los que viven en la calle, en donde mi batalla abría el espectáculo de la noche. Los pocos billetes se fueron en cigarrillos que me calmaron la ansiedad. El hambre y el frío carcomían mis entrañas, derrotado caí en una banca que me arrulló hasta dejar sus huellas talladas en mi cuerpo. Al amanecer el sol me abofeteaba el rostro, sacudiendo mi cerebro en un desespero agónico.
La limosna se convirtió en mi sustento, las drogas en mi compañía y esta gran ciudad en mi camino.
Semanas después, me encontré en una foto pegada en un poste con unas letras que decían, “SE BUSCA”, solo me había visto un par de veces en los reflejos de los vidrios de los carros o en los charcos de agua donde calmaba la sed, eran imágenes claras de mi realidad, pero esta fotografía fue borrosa, mostraba a la persona que nunca había querido ser.
Esa señal de mi madre no la tomé, solo le rompo el corazón cada vez que recuerdo los 5 números del teléfono de la casa y corro a llamarla, sin hablar siento el calor de hogar y las palabras que siempre dice llorando –hijo, yo sé que es usted, ¿por qué se fue? Vuelva… no le va a pasar nada. He tomado el viaje más largo y creo que este no será distinto, dejaré caer el teléfono por última vez para que mi madre descanse con mi olvido.
-Detective, esto fue lo único que encontramos junto al cuerpo.