Antenógenes se despertó pensando en la justicia, hizo a un lado de la almohada el último libro que intentó infructuosamente leer en tiempo de pandemia, y prefirió reflexionar sobre el ejercicio del poder y, especialmente, se preguntó qué era lo que inducía a justificar en la sociedad colombiana la legitimidad de la dominación política y social.
Recordó a su profesor de Teoría del Estado y hubo una frase que no había podido olvidar: “Hay una necesidad de infundir, imbuir y grabar en las mentes de las personas la creencia de que el orden social -que es un desorden- es la expresión armónica de la justicia. Decir que se debe trabajar por la felicidad de todos, por ejemplo, es de una candidez política colosal, porque los intereses de los invictos no son vagos ni neutrales”.
Consideraba, en virtud de sus lecturas, que su profesor Ernesto Saa Velasco tenía la razón, pues había afirmado en una de sus clases que las visiones del hombre, del mundo y de la historia, engendradas a partir de la vida en concreto, con las formas de señorío existentes y las prácticas de control y dominación masivas, se incrustaban en la mentalidad de las gentes, que terminaban admitiendo que vivían en una sociedad donde la armonía y la concordia eran tan naturales, como acontecía con la armonía del sistema celular y astronómico.
Y dijo para sí mismo, parafraseando al catedrático: “… de esta manera la justicia adquiere dos categorías en una sola, es decir, se vuelve como en la religión cristiana mitad hombre y mitad divina, o como Hércules, en la mitología griega, mitad mortal y mitad Dios; y asume históricamente el poder burocrático, con edificios emblemáticos, códigos, normas, sentencias, instituciones y jueces”.
Es decir, el Estado se transforma en un ente juzgador, solucionador de los conflictos económicos e individuales, y expresa un orden justo que está por encima de la historia y de los conflictos sociales.
En teoría, la justicia será equitativa, imparcial y neutra y, lo más asombroso, ahora me doy cuenta de que la justicia colombiana no traduce los intereses de las mayorías, sino los intereses de las minorías. Se trueca en ideología, símbolo y balanza de imparcialidad, que funciona como la justicia de los vencedores, que separa las buenas conductas de las malas, las compañías malas de las buenas, a los hombres buenos y a las mujeres buenas de los hombres buenos y las mujeres malas.
Hay justicia para todos los gustos, como en botica, para curar todos los males, menos para la pandémica peste, a menos que ya se esté vendiendo a domicilio la dexametasona.
Recordó al pensador de La Ciudad de los Samanes, quien en una ocasión le dijo, conversando en la cafetería de la Universidad, con demoledor sarcasmo, del cual no ha podido levantarse: “La justicia de los vencedores forma ciudadanos obedientes, como vos, Antenógenes, por persuasión, por seducción, por ideología, por enajenación o por engaño.
Y si te pones en conflicto con las ideas dominantes, te conviertes en tira piedras, en contra de tu clase social caribeña. Si hablas en contra del orden, en contra de los que van a misa de cinco para que no los vean, serás calificado de subversivo, pasarás a fortalecer los recintos del ostracismo y no podrás ser Juez de La República. ¿Me entendiste?”.
Un jab de izquierda que lo dejó maltrecho: “No te has dado cuenta de que el pensamiento conservador, donde anidan también los liberales y populistas, es la expresión ideológica de un pensamiento cauteloso y moderado, entendido como una tendencia que pretende la conservación del statu quo por el periodo más amplio posible.
Anda y cómprale un libro de Bauman al Ñato Guevara para que vayas entendiendo eso del ‘estatus social’ y no lo confundas con el estatus bíblico”. Otro jab zurdo: “Mira bien, para que no te rajes en el examen, la justicia nuestra no es imparcial, ni equitativa, ni equilibrada; la verdadera justicia debe forzarnos a tomar partido por los seres humanos abandonados, primate”.
Tercero y potente jab de izquierda asentado sobre lo que aún tenía de mandíbula: “¿Me entendiste, Antenógenes, o todavía sigues tapado, cerrado y con la llave extraviada, como cuando ingresaste al Alma Máter, con el espíritu de Directorio político, con los deseos de volverte personaje culto? Llegó el taxi, pero espera un momento: “¿Quién te bautizó con ese apodo? Paga los tintos”.
Salam Aleikum.