Christian Eriksen, jugador danés de 29 años, colapsó ayer en el campo de juego del estadio Parken de Copenhague poco antes de finalizar el primer tiempo del partido Dinamarca - Finlandia de la Eurocopa.
Apenas ocurrió el hecho, el capitán de su equipo corrió a auxiliarlo y después fue atendido rápidamente por el personal médico.
Mientras eso pasaba sus compañeros, en medio de las lágrimas, rodearon a su amigo para protegerlo de las miradas de los aficionados y de quienes veían la transmisión.
Todos estaban aterrados. Ya no importaba quién iba a ganar. Había un joven que podía morir frente a sus ojos.
El partido se suspendió, y mientras esperaban por noticias, los aficionados finlandeses gritaban desde sus tribunas “Christian”, mientras que los daneses gritaban desde las suyas “Eriksen”.
Tiempo después informaron que Eriksen estaba consciente y el juego se reinició. Finlandia ganó 1-0.
El resultado era lo de menos. Eriksen estaba vivo. Su vida era más importante que el juego, que la rivalidad, que el trofeo. Todos ganaban.
El respeto y cuidado por la vida de Eriksen visto en el partido es el mismo respeto y cuidado que merecen las vidas de todos los jóvenes en Colombia.
Debemos estar atentos, actuar rápidamente para asistirlos, tener a la mano todas las herramientas para salvarlos y juntarnos para apoyarlos.
Esa es la unión que hace la fuerza. Una fuerza invencible. Una fuerza sin balas.
No esperemos más a que nuestros jóvenes mueran para reconocerlos.
Gritemos por ellos desde todos los bandos. Por su vida, por su educación, por sus oportunidades.
Sin jugadores no hay fútbol y sin jóvenes no hay futuro.
Que la muerte no siga ganándole a la vida.