Turquía se prepara para las elecciones más imprevisibles que haya conocido en los últimos años y que podrían poner fin a la era Erdogan, algo que no parecía posible hasta ahora. El actual presidente Recep Tayyip Erdogan apuntaba a que el año 2023 fuera el inicio de su tercera década como dirigente, pero este proyecto se ve fuertemente amenazado.
El jefe de Estado está por detrás en las encuestas y se enfrentará este domingo 14 de mayo a una oposición unida alrededor de Kemal Kiliçdaroglu, quien promete un cambio esperado por gran parte de la población.
Alta inflación en el país
Recep Tayyip Erdogan, el líder de 69 años del conservador y religioso Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), llega debilitado a estas elecciones generales. El dirigente más longevo del país - aún más que Mustafa Kemal Ataturk, el fundador de la República de Turquía – hace frente a una población cansada y frustrada.
Él que fue elegido como primer ministro en 2003, antes de llegar a ser presidente en 2014, había logrado un boom económico en la primera parte de su mandato con la construcción de infraestructuras en el país y una mayor estabilidad económica. Pero ahora, la crisis económica y la alta inflación desgasta a la población.
Al querer impulsar el crecimiento y las exportaciones con bajos tipos de interés, el valor de la lira turca cayó y el coste de la vida subió. En abril, la cifra oficial de la inflación era del 44%, aunque muchos expertos opinan que podría ser mucho mayor.
Aunque Erdogan aumentó el gasto público, el salario mínimo y las pensiones en vísperas de las elecciones, no parece ser suficiente para convencer a los que sufren de la crisis económica.
Trauma de la población tras los terremotos
El presidente Erdogan también padece las consecuencias de los mortíferos terremotos de febrero. La catástrofe mató a más de 50.000 personas en el sur del país y el Gobierno fue criticado por su mala gestión de la crisis.
Primero, fue acusado de haber dejado los promotores inmobiliarios construir edificios sin respetar las normas de esta zona sísmica. Además, fue criticado por la lenta respuesta de los servicios de emergencia y del estado en el momento de los terremotos y en los días que siguieron al evento. Al menos 15 millones de personas se han visto afectadas por los seísmos y la población todavía está traumada.
Sin embargo, Erdogan intentó convertir lo sucedido a su favor. Se ha presentado como el único político capaz de manejar la crisis y ha prometido reconstruir todo el sur del país en los próximos años.
La propuesta del continuismo
La fuerza de Erdogan se centra alrededor de la imagen de líder fuerte, carismático y respetado que ha construido. Se presenta como el último defensor del islam y centra su discurso alrededor de las cuestiones de seguridad.
“La mayoría de la gente que le vota lo hace en realidad por esta imagen (…) A diferencia de la oposición, no promete nada nuevo, pero ofrece la preservación de esta imagen con su política de seguridad. Por ejemplo, acusa los partidos de la oposición de tener vínculos con potencias extranjeras y grupos terroristas”, explicó a France 24 Hamdi Firat Buyuk, analista político turco.
A lo largo de los años, Erdogan ha islamizado la sociedad turca, con la conversión de la antigua basílica Santa Sofia en mezquita, la construcción de miles de mezquitas en el país, la islamización de la educación o la incitación a llevar el velo. Está apoyado por la parte más conservadora de la población.
Sus electores se concentran en “las ciudades y pueblos rurales, son nacionalistas conservadores que dependen de la ayuda estatal y son atraídos por el populismo islamista de Erdogan”, relató el experto.
Al revés, el retroceso de los derechos de las mujeres y de la comunidad LGBTQI+ lo aleja de la población joven y más occidentalizada.
“Sus políticas, que incluyen la violación de los derechos de la mujer, el islamismo duro o el nacionalismo banal, no están funcionando entre los jóvenes y los grupos laicos de las ciudades metropolitanas”, confió Firat Buyuk.
Concentración de los poderes
En los últimos diez años, y especialmente desde el fallido intento de golpe de Estado de 2016, Erdogan ha impuesto un control cada vez más fuerte sobre la población, sus opositores, los medios de comunicación y el sistema político de Turquía.
Erdogan cambió las reglas del juego en 2017, suprimiendo el papel del primer ministro, concentrando los poderes y gobernando por decretos presidenciales. Muchos de sus oponentes políticos están encarcelados o han sido declarados inelegibles en las elecciones. Los derechos humanos han retrocedido de forma alarmante en el país.
Además, el régimen tiene el control absoluto de los medios de comunicación de servicio público y el apoyo de la inmensa mayoría de los medios privados.
El presidente también alimentó la corrupción dentro del estado y formó un núcleo de personalidades potentes que lo apoyan.
“Creó un grupo de élite formado por miembros de su familia, altos cargos del partido y magnates de los negocios que utiliza todos los medios del Estado”, explicó el experto político.
En caso de victoria para la oposición, la cuestión es de saber si Erdogan aceptaría renunciar al poder y qué es lo que sucedería con el complejo sistema político clientelista que ha creado.
“Es cierto que Erdogan se ha convertido en el Estado y utiliza todos los medios del Estado a su favor. También mantiene un control absoluto sobre el poder judicial, el ejército y la policía desde el fallido intento de golpe de Estado de 2016. Por lo tanto, se puede pensar fácilmente que utilizará su poder e influencia para mantenerse en el cargo, pero sería prematuro afirmarlo”, declaró Hamdi Firat Buyuk.