Al mejor estilo de las narraciones de George Orwell, en particular a El último hombre de Europa, la omnipresencia que las instituciones de gobierno en los últimos meses han manifestado no es más que otro preocupante síntoma del nuevo régimen de control que se instaura paulatinamente en Colombia pero que en la práctica, para lo más elemental, no sirve para nada.
Con asombro, en pocos meses hemos dejado de lado el pensar en nuestra realidad para fijar la mirada en una que es ajena, estereotipada y que se ha vuelto cada vez más interesante. Esto gracias a las narraciones acomodadas y hábiles que los medios de comunicación han puesto a nuestra disposición con el fin de generar una espacio de distracción que minimice las problemáticas, retos y sufrimientos que arrastra nuestro maltrecho pueblo colombiano.
Me refiero al pueblo aquel que está por fuera de las grandes ciudades, donde escasea la gobernanza, donde la institucionalidad no hace presencia hace décadas y donde otros actores diferentes a los pobladores hacen de las suyas aprovechando precisamente la distracción en la que estamos sumidos los pobladores de las ciudades, los que salimos a marchar por “causas nobles” aquellos que al parecer no sufrimos la violencia, el hambre, la sequía y el abandono.
Por solo mencionar los síntomas de nuestra condición, desde el mes de enero al presente van más de 250 asesinatos de líderes sociales, (parece muy trillado el ejemplo pero es una verdad vergonzosa que debemos enfrentar), lo más preocupante es que precisamente a principio de año se dio a conocer una nueva directriz de gobierno encaminada a resguardar derechos de líderes, periodistas y otros actores amenazados por los sectores violentos que se mueven en las sombras.
Otro ejemplo concreto se representa en el evidente ejercicio corrupto de un número de funcionarios de gobierno que manera oportunista han utilizado los hechos coyunturales, lamentables por cierto, para aparecer como los héroes salvando la patria. Al mejor estilo de la liga de la justicia el full de funcionarios públicos salen disparados a resolver los más complejos casos que aterran al ciudadano de a pie, pero eso sí, para investigar y esclarecer los delitos de la clase política, se hacen los de la vista gorda.
Se encarcela, se condena, se expropia y se reprime con sevicia y todo el peso del Esmad. Sin embargo, la raíz del mal sigue viva, vigente, mofándose del despliegue mediático que alimenta los miedos y sumerge a los consumidores del producto cultural chatarra (entiéndase cualquier programa de la televisión Colombiana que desvía la atención de la realidad) en un mundo surrealista donde según se ha visto ni Dios puede hacer valer la constitución. No vale ningún llamado a la cordura para que no se sigan violando los más fundamentales derechos de los pobladores más alejados de los centros urbanos. Posamos la mirada en vecinos muriendo de hambre y comiendo miseria de la basura cuando nuestro niños escarban de las bolsas podridas, ignorados por la institucionalidad que solo tiene ojos para ver lo que le conviene, pero no para aquellos construyen elefantes blancos en el Cauca impunemente, les envenenan las fincas, les matan la familia, les violan las hijas, les secuestran la niñez y les condenan a una vejez indigente.