Si eres un habitante de Rionegro o un visitante asiduo, seguramente tus ojos se han topado con un hombre de bigote canoso y bajo en estatura, pero grande en corazón e inmenso en personalidad. Ese hombre en apariencia extraño por su particular forma de vestir, pero común para los ojos de los que estamos acostumbrados a verle suspendido en la mitad de las tardes o en los principios de la mañana, como una estatua de cera en esquinas repentinas, está dividido entre la profesión de carnicero y la de artista del disfraz, y desde hace ya muchísimo tiempo, que se le conoce con el nombre de Chepa.
Si uno se aventura a hablar con él, si rompe la muralla de la timidez que en él ya no existe, y le entabla una agradable conversación, se sorprenderá de la cantidad de gente que lo saluda con infinito respeto y cariño, como si fuese un amigo íntimo de su propia familia. El misterio de su apodo es raro e intrigante, como su vida misma, pues se terminó llamando así por una viejecita que vivía en el antiguo continente, en el país bávaro de Alemania, para ser más exactos, y con la que un allegado suyo tenía constante comunicación por diferentes razones. La europea viejecita tenía el nombre real y legal de Chepa, y a él siempre le pareció sonoro y curioso, pensó para el secreto de su mundo interior: “Si yo hubiese elegido mi nombre, sin duda sería ése, Chepa”.
El tiempo pasó y dejó su marca en esa familia alemana, la señora murió y él, al poco tiempo de lo sucedido, fue apodado así por sus allegados y por los azares con que opera el destino; le gustó muchísimo el nuevo nombre, tanto así que ya solo acepta ser llamado de esa manera, pues para él, ese ha sido su nombre desde el principio de los tiempos. Siente que empezó a existir de forma verdadera, desde que se viste como se viste, desde que decidió vivir en un eterno 31 de octubre, sin importarle lo que diga la gente y desde entonces todos le dicen: “¡Hola, Chepa!”
Venció con su amor al pueblo, las críticas iniciales que llovieron justo cuando tomó la decisión de sobresalir por encima de las multitudes, y ahora, hoy por hoy, dice solamente recibir el amor y el cariño de muchísimas personas que ven en él, a un auténtico símbolo rionegrero. Comenta que le encanta que le pidan una foto porque quiere y cree que debería durar para toda la vida, y aún más para todo Rionegro.
Hace aproximadamente 42 años tiene la pasión de salir a la calle con sus extravagantes atuendos; llamativos trajes que solamente él posee, unas veces con guantes cuadriculados, siluetas rojas cruzando su pecho, luminosos cinturones, botones radiantes, sombreros que parecen protegerlo no solo del sol, sino también de las miradas de desconcierto de la gente curiosa.
Gustoso se pasea con ellos no solo por las calles de nuestro municipio, lugar al que dice amar con el alma y con locura, ya que él y toda su familia son de aquí; también se la ha encontrado brillando en el Carmen del Viboral y en La Ceja, y a ratos en el frío de La Unión. Insiste en que él quiere durar más que lo que la vida se lo permitiese, se ha propuesto vencer la caducidad a través de sus atuendos y dice: “Un alcalde por ejemplo, dura tan solo cuatro años, Chepa en cambio, durará para toda la vida, mi estimado amigo”.
Ya tiene en su armario alrededor de 500 trajes diferentes, y comenta con gracia y entusiasmo que en una ocasión le ofrecieron 70 millones de pesos por la colección, a lo que él respondió con una suave sonrisa y un no rotundo. Señaló que le gustaría y debería ser embalsamado, y puesto en un museo para la educación de las generaciones venideras, pues exclama que su entrega para con el municipio ha sido muy grande.
Insiste en que varias personas han intentado imitar su extrovertida pasión sin éxito alguno, y recuerda sin mucho agrado una anécdota, en la que un hombre fue encontrado en Sonsón vestido como él. El tipo inmediatamente fue llevado a una comisaría por unas horas, pues muchos consideraron eso como una blasfemia al personaje que Chepa, lleva encarnando desde hace ya tanto tiempo en Antioquia.
No obstante detrás de Chepa se encuentra una persona común y corriente, que tiene creencias políticas, religiosas, gustos singulares, y que tiene millones de historias que contar, cree que el mejor presidente que ha tenido Colombia fue Gustavo Rojas Pinilla, ama la figura de Álvaro Uribe Vélez por sobre todas las cosas, y carga su foto en la billetera. Comenta que cuando la muestra lo dejan entrar a cualquier lado e insistió en ser fotografiado con ella.
Chepa dice estar ligado de por vida al pasado, al tango, a tomar tinto, y a las bebidas que ya no existen; me recalcó siempre que no le gusta para nada la actualidad, rápida y caótica, y dice que se ha perdido el valor de la palabra. Siente que hay demasiada gente extraña caminando por donde antes solo habían conocidos suyos.
Su comida favorita es el sancocho, vive en La Mota del barrio El Porvenir, desde hace ya 10 años, en compañía de un hermano de sangre. Le gusta ubicarse por los alrededores del Sena, cerca de Empanadas Rosita o detrás de la iglesia del parque principal y su atuendo favorito es el de La Guardia Suiza Pontificia, encargada de proteger al vicario de Cristo. Con el corazón en la mano dice que, si volviese a nacer, si volviese a elegir, volvería a ser Chepa y volvería sin ninguna duda a nacer en Rionegro, Antioquia.