¡Era una ciudad de plástico! La verdadera hecatombe no es castigo divino, es acción cotidiana

¡Era una ciudad de plástico! La verdadera hecatombe no es castigo divino, es acción cotidiana

Más allá de lo que se vaya a discutir y decidir en la COP16 en Cali, la verdadera revolución será dejar una costumbre y es el uso del plástico de una vez por todas

Por: Lizandro Penagos
octubre 15, 2024
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¡Era una ciudad de plástico! La verdadera hecatombe no es castigo divino, es acción cotidiana

Un día el hombre blanco descubrió una insospechada fuente de riqueza en el corazón de la selva y la vida apacible de los indígenas amazónicos terminó transformándose en un infierno: y entonces, el caucho –predecesor del plástico y su casi infinita utilización industrial– comenzó a inundar el planeta.

Si todo el plástico del mundo se pusiera hoy en un solo lugar, podría armarse el sexto continente. Ya hay en los mares del mundo cinco islas de basura plástica, cada una del tamaño de Colombia y la más grande –en el océano Pacífico–, equivalente también a la dimensión de nuestro país, pero con todo el territorio que hemos perdido a lo largo de una historia llena de compatriotas sin conciencia.

Junto a otros grandes inventos de la civilización como la dinamita, el motor de combustión, la bomba atómica, el computador –para mencionar solo un puñado–, el plástico comparte con estos una condición de extremos: alabados en su momento y forjadores de inmensas riquezas; hoy son cuestionados y hasta condenados por lo que sobre el planeta y la humanidad han provocado.

No es una cuestión de pasiones u odios sino de indiferencia. La visión utilitarista y monetaria del plástico no nos ha dejado ver que no solo afecta a unas especies, sino que amenaza la vida misma en cualquiera de sus manifestaciones. Se precisa una visión más amplia, más integral, más empática, en suma, más humana y menos plástica.

En los albores de la COP16 en Cali y al margen de posiciones críticas que hablan de decisiones ya tomadas y diversos intereses multinacionales en la biodiversidad de los países en vías de desarrollo, la verdadera revolución humana será las de las costumbres y una que debemos erradicar de tajo, es el uso del plástico de una sola vez. Como las armas o las redes, el plástico no es malo, mala es su utilización desbordada e inconsciente.

De ahí que el compromiso de la mayoría de los seres humanos con la basura plástica termine cuando acaba: no importa si es su bebida o su mercado, su compra o su limpieza. Unos la depositan con algo de conciencia en el bote de la basura. Otros, sin escrúpulo alguno, la arrojan en la calle. Buena parte terminará en los océanos. Todos de alguna manera contribuimos a la depredación estúpida sobre la naturaleza.

Como en Plástico –la emblemática canción de Rubén Baldes– nos hemos dejado moldear como el caucho por el consumismo frenético y sin empatía con la naturaleza. Los efectos negativos de priorizar las apariencias sobre la autenticidad, los precios de las cosas sobre los valores personales y la desconexión humana sobre las otras formas de vida, tienen al ambiente menos que medio.

Bien asegura William Ospina en su ensayo Parar en seco, que se creyó por mucho tiempo que el fin del mundo sería un gran evento catastrófico, una hecatombe de ribetes bíblicos, un castigo divino, una suerte de espectáculo cósmico; hoy comenzamos a inferir que es más bien un malestar cotidiano, una incomodidad resultante de un progresivo enrarecimiento de nuestras prácticas, un problema silencioso que emana del consumismo. Y ahí está el plástico, barato e indestructible, rodeándonos e inundándonos. De todos depende que no nos ahogue.

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