Todos los extremos son malos es la enseñanza que por lo general nos repitieron desde nuestra más tierna edad, que además, pasamos incesantemente a nuestros hijos, y ahora, a nuestros nietos quienes la aceptan con cierta frescura. Desafortunadamente, esto está sucediendo en la válida lucha por la igualdad de género, que no solo solo se limita por fortuna a la brecha entre mujeres y hombres, sino también se refiere a la injusta discriminación con la población LGBTIQ. En ese debate es conveniente empezar por distinguir entre la necesidad de trabajar por la igualdad y masacrar el lenguaje.
Sin duda, en pleno siglo XXI no se puede seguir viviendo con esos prejuicios que marginan a amplios sectores de la sociedad, ni contra la mujer —más de la mitad de la población— ni contra quienes tienen otra orientación sexual porque también son miembros de la sociedad. Afortunadamente, muchas personas siguen comprometidas en buscar la igualdad, que por su muy limitado éxito, demandan que la lucha continúe. Basta ver lo poco que se reconoce o importa que en la pandemia son las mujeres quienes han hecho los mayores aportes y asumen los más altos costos. Se sabe menos sobre el impacto que sufren aquellos que no responden a ese estereotipo que para algunos es el único aceptable, que el hombre quiera a la mujer, o viceversa; ese grupo que no acepta a aquellos individuos que durante siglos tuvieron que ocultar su verdadera identidad sexual. Esa causa está más vigente ahora que nunca porque esta crisis ha resaltada aún más esas profundas discriminaciones de una sociedad que no quiere entender la realidad del mundo de hoy.
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En esta sociedad que se precia de hablar un buen español, y cuando a muchos aún les cuesta el lenguaje feminista inclusivo de todos y todas, todes suena muy mal
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Sin embargo, creer que con cambiar el lenguaje, masacrarlo y volverlo inentendible se logra la inclusión no solo es ingenuo, sino que puede causar una reacción negativa que frene lo que realmente importa: aceptar que en la sociedad del siglo XXI cada cual tiene todo el derecho de ser quien quiere ser y punto. Caer en el hije y todes es desproporcionado, contraproducente, y muy pocos aceptarán o adoptarán esos cambios. Pero más importante aún es que el uso de ese lenguaje no va a cambiar la discriminación que viven aquellos que no se identifican con todos y todas, por favor. Que alguien me explique cómo se puede deducir que ese cambio en la forma de comunicar la necesidad de respetar la diversidad si va a generar las profundas transformaciones que la sociedad de hoy requiere y que es un paso fundamental para la esquiva equidad que vivimos. Considero que, por el contrario, en esta sociedad que se precia de hablar un buen español, y cuando a muchos aún les cuesta el lenguaje feminista inclusivo de todos y todas, todes no solo suena muy mal, sino que no representa el fin que se busca.
Lo que esta población requiere es ser aceptados sin condiciones, que se reconozcan todos sus derechos. La lucha en su favor debe ser por estrategias que reduzcan esas desigualdades, por concientizar a esta sociedad para que sea más respetuosa de la diversidad que existe y que seguirá siendo parte de todos los países, les guste o no. Acabar con el lenguaje no es el camino para ayudar, no solo porque genera burla, sino porque los hijes y los todes no representan en nada la verdadera batalla que se debe librar. Pero además, ¿qué sigue? ¿Será que bajo ese nuevo lenguaje entonces también tenemos que hablar de equidad de génere para ser incluyente?
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