Caray señor, uno ya no sabe a quién encomendarse; si a Dios o al Diablo, o a quien recurrir con seguridad para que la atención en las EPS logre siquiera un grado más de ética y responsabilidad, del que brinda la inercia de los actos o la costumbre de observar cada día a los pacientes.
Si alguien por cumplido llega un poco antes de las ocho o un poco después le da lo mismo, porque el médico, como si hiciera un gran favor arriba siempre con media hora de retraso si no es más, escucha a cada paciente con un escepticismo que provoca sacudirlo para ver si está despierto, o sin hacer el más mínimo chequeo formula unas pócimas que a lo mejor son para otro tipo de enfermedades, asegurando que con leer las anotaciones o la revelación de los exámenes es suficiente para medicar y devolver la salud como por arte de magia.
Si alguno está obligado a pasar al laboratorio por alguna enfermedad, se encuentra con que, si no se han acabado los recipientes especiales para la toma de muestras clínicas, las citas están copadas hasta después de quince días, cuando las amebas o los bichos ya se han muerto de físico cansancio si es que no ha sucedido igual con el paciente, o el enfermo, con tanto tiempo de por medio, se olvida – llegado el día- de la defecación en ayunas para el examen respectivo, o ha logrado acabar con los dolores a base de agua de manzanilla y un masaje vigoroso con alcohol y yerbas frescas.
Intercalados en medio de la apatía que lentamente va invadiendo la funcionalidad atribuida al sistema institucional establecido, existen buenos trabajadores y profesionales de secreta fama a los que siempre debe recurrirse, para obtener una atención resguardada de las muchedumbres que podrían disminuir aquella mística por la fatiga que tanta atención desencadena, con la sorpresa de que a veces el mismo médico que seis meses antes revisó hasta las pupilas para buscar un diagnóstico certero, ha sucumbido al cansancio, la apatía y la indiferencia establecida por las mayorías y por el orden o desorden que se ha instituido, argumentando en su defensa un montón de estupideces cuando el paciente airado reclama la ineficacia del examen, y de paso le recuerda el buen número de pesos que mensualmente le descuentan del salario para pagar un estilo de atención carente de la dedicación y la disciplina que a punta de amenazar con malas notas, la Universidad fue inculcando en los profesionales de la salud para graduarse al menos con las mínimas virtudes.
Hay argumentos internos que atribuyen la apatía a que los beneficiarios no se quejan. Pero a nadie se le ocurre que sabiendo cada uno sus propias responsabilidades, estas tengan que cumplirse solo si suceden las protestas o ante el puyazo de un manoteo justificado, si es verdad que los deberes están más que conocidos y deben realizarse mejorando o manteniendo la calidad de los servicios, de forma que el paciente, que además es el que paga, se sienta satisfecho con el trato recibido.
Casos y cosas aunque no lleguen a la denuncia pública se cuentan y comentan por donde se camine, hasta hacer de la mediocridad de los servicios y en razón de algunos extraños decesos un chiste nacional del que todos se mofan. Y con seguridad que son aquellos que se dejaron carcomer por la pereza los que suscitan el fenómeno, destruyendo la profesionalidad e interés de los que si cumplen a cabalidad los deberes adquiridos y valga decir muy bien remunerados.
Pero como quien recibe el guante se lo chanta porque reconoce ese tuteo despectivo con el que trata a los pacientes; o el tiempo dosificado que no empleó en el clásico chequeo que hace repetir treinta y tres por varias veces mientras se ausculta el pecho o los pulmones; o formuló la droga a la carrera por si de pronto atina con los síntomas descritos, se espera entretanto la humanización de clínicas y hospitales para hacer del paciente el eje central del interés del sistema de atención en salud especialmente preventiva, que establezca unas políticas de calidad perdurables en el tiempo y a prueba de politiquerías, descartando del todo que para descrestar a los usuarios que requieren del servicio se implemente a manera de anestesia distractora una sala de espera con amables recepcionistas y tinto y revistas para aumentar sin verdaderos beneficios los gastos y la burocracia con que pretenden solucionarse los problemas, antes de que se dedique la puntualidad de los diez minutos contados de una mediocre atención médica, para esperar que si el enfermo no se cura, salga al menos con sentimientos de alegría y agradecimiento por el consuelo de las breves atenciones recibidas.