Este, mi país que tanto quiero, funciona por temporadas. Hay temporadas de lluvias, de verano, de fiestas, de reinados, y de transparencia.
Así como lo leen: t r a n s p a r e n c i a. Es decir, es un fenómeno social que sucede en época preelectoral y que contagia a todos los que aspiran a ser elegidos por nosotros, los ciudadanos de a pie, los que escuchamos sus peroratas con la que pretenden convencernos para que seamos sus escalas de ascenso al poder.
Por estas calendas la palabra transparencia anda, como la vieja propaganda, “de boca en boca” y es pronunciada en los más diversos escenarios en los que los candidatos a cualquier cargo de elección popular tengan oportunidad de dar a conocer sus proposiciones para que mediante el voto les propiciemos sus anhelos de ser congresistas.
Y entonces aparece la palabra en mención: transparencia. Estos damos y damas que se bajan de sus carros particulares (u otros que buscan subirse a los carros oficiales), lanzan al viento la palabra amuleto: transparencia. “Yo haré un ejercicio de transparencia cuando me elijan”. “Conmigo —pregona otra— no habrá sombras de duda sobre mis actuaciones por que procederé con transparencia cristalina”.
Y para poder ser transparente pagan esa cualidad con dádivas a sus electores. Se inventan frijoladas, reuniones en las que reparten camisetas, cachuchas o tamales, o hacen festivales en los que el licor hace que sus futuros electores admiren su cualidad de traslúcidos.
Y como la mayoría del electorado es tan propenso a ver lo que le quieren hacer ver los promeseros de turno, empiezan a ver al fulano o la fulana casi como una botella, tal la limpidez que pregonan los candidatos.
Y entonces el elector se olvida que ese es un discurso repetido que hace cuatro años atrás también escuchó. Que con distintos figurantes escucharon las mismas palabras, recibieron los mismos regalos, aplaudieron los mismos discursos y que si hacen un balance solo hubo un ganador: el elegido por su voto, porque viéndolo bien y haciendo cuentas sus vidas son las mismas, quizá con más necesidades, de educación, de salud, de una vida digna y hoy más que ayer, sin ninguna posibilidades de un trabajo que le permita que sea menos penosa su existencia.
Y el ciclo se repite. Hoy otras voces, pero con iguales discursos, buscan su favor, el de usted que tiene cédula y puede votar. Y como ayer los personajes que piensan en su futuro económico (el del candidato quiero decir), más que en el de usted que lo va a elegir, para ello, para convencerlo a usted, exhiben los ropajes que la temporada amerita: la transparencia
Porque este, no nos metamos mentiras, mi país que tanto quiero, funciona por temporadas y esta es la de la transparencia.