Ya pasó el boom noticioso del asesinato del joven peruano en el Cauca, el que al parecer botaron de un puente unos presuntos venezolanos. No se ha sabido nada más y a lo mejor en un país tan indolente como el nuestro, donde pesa más la egolatría del fiscal y la cantidad de muertos del posconflicto de una paz burlada por la administración actual (¡tampoco es que Santos no nos haya engañado!), que la vida de un jovencito de 19 años que nació en Cajamarca y vino a morir en tierras extrañas, engañado por un paisano que le prometió La Meca en Medellín, nada pasará.
Otra muestra de impunidad como tantos miles de crímenes en Colombia, tanto de derecha como de izquierda, tanto jóvenes (la mayoría) como viejos. Mala suerte para la familia de ese casi niño peruano, pues las probabilidades de justicia aquí son bien incipientes en sus porcentajes.
Se gestó una guerra entre venezolanos y peruanos desde esos días. La xenofobia contra los hijos directos de Bolívar se ensañó desde entonces. Injustamente se olvidó la cantidad de muertes "patriotas", como la niña en La parada en Villa del Rosario, asesinada por hombres armados de fusiles en plena autopista internacional, donde se supone hay cientos de policías; el joven venezolano trabajador en Lima masacrado por robarle un celular, o la chica de 18 nacida en Caracas, asesinada en Manta, Ecuador.
Los delincuentes son de todas partes, la criminalidad no tiene nacionalidad, ni esta tiene predilección en sus víctimas. Caen de todos lados. Y viene el remedo de gobernante que tenemos por alcaldesa a incitar a la xenofobia sin razón seria, mientras en el otro extremo el marioneto principal permite pasar por nuestras fronteras a cuantos venezolanos quieren, como un colador roto, sin revisarles ni siquiera los antecedentes.
Esa inhumana xenofobia no es de Colombia a venezolanos; de hecho es generalizada como injusta. Millones de venezolanos trabajan honradamente no solo en nuestro país sino en el mundo. En Colombia se acuñó el peyorativo término de "veneco" que se generalizó en reemplazo del gentilicio de esa nación. En respuesta, y porque en Perú se ha notado más la xenofobia, que en Colombia, ellos, los venezolanos llaman a los nacidos en el imperio inca, "peruecas", una despectivísima combinación o juego de palabras entre peruano y pecueca. Algo así como el conocido insulto colombiano de "gonorrea".
Y como Colombia, sin estar bien, está un poco mejor que los países vecinos, pasamos de ser país exportador de migrantes a ser receptor, y de 20.000 extranjeros aquí hace 10 años a casi 2.5 millones hoy, en cifras oficiales (1.9 de ellos venezolanos, pero también peruanos, haitianos y hasta ganeses y senegaleses), lo que incrementó el negocio mafioso de la trata de personas.
Por eso es necesario combatir la xenofobia, mitigar la migración, atender humanitariamente a los recién llegados y establecer políticas claras que permitan incluso no solo no convalidar, sino reprimir estatalmente, lenguaje claramente discriminatorio de nuestro suelo. No más palabras como "venecos" y "peruecas", ni tanta guerra entre seres humanos. Esto se logrará cuando ya no haya pugna entre uribistas que despectivamente llaman los de izquierda, "uribestias", y petristas, hoy reconocidos por la derecha y el uribismo como "mamertos" e "hijos del cacas".
Necesitamos un cambio de verdad y urgente. Y ese cambio depende de nosotros, los que debemos votar por gente de centro centro, que no se roben descaradamente el país, que no pongan más hijos de la señora de Carrasquilla como ministros de hacienda cuando no saben siquiera cuánto vale un huevo (en un país serio debería renunciar).
Y conste que no hablo de Fajardos ni Nayibes, menos de Tomasitos o Chares, sino de un verdadero cambio, de alguien surgido de la gente del común, pero preparado académicamente y con recorrido por todo el país. Ahí les dejo, colombianos. Es su responsabilidad.