Cuando concluyó la primera vuelta Fajardo manifestó que se retiraba de política y que no volvería a participar en otra contienda presidencial. Al igual que un niño pataletudo le dijo a varios medios que no volvería a insistir, que los colombianos ya se habían expresado (sin elegirlo a él que era la mejor opción) y poco le importó que sus más cercanos aliados lo invitaran a reflexionar y algunos hasta le aseguraron que en 2022 sería presidente. A las pocas semanas cambió de opinión y volvió a decir que sería candidato, el presidenciable de los movimientos y gobiernos alternativos del país y de paso el mejor presidente de la historia.
Así es Fajardo, un personaje vanidoso que se cree llamado por la historia como el único capaz de quitarle el poder a Uribe o su círculo, convencido que los cuatro millones de colombianos que votaron por él en primera vuelta lo volverán a hacer y que solo él representa la única alternativa viable para 2022. El profe no aprendió la lección y está seguro que no necesita alianzas, consultas o encuestas, es él o no es nadie.
A pesar que se define como un adalid de la lucha contra la corrupción y la politiquería, por ningún lado se ha pronunciado sobre el mayor escándalo en lo que va del gobierno Duque (el peor gobierno de la historia reciente), la ñeñepolítica que representa la práctica más atroz de la mano negra del narcotráfico en la democracia colombiana. ¿Acaso, no es algo suficientemente grave como para que el “incorruptible” se pronuncie y exija garantías de transparencia en esa investigación?
Habrá que decirle a Fajardo que los periodistas que destaparon ese escándalo se encuentran amenazados, perseguidos y hasta hostigados por las autoridades que antes deberían protegerlos, que al fiscal general (amigo íntimo y cómplice de Duque) poco le interesa mover esa investigación, que audios muy comprometedores evidencian la cercanía de Duque y su círculo con el testaferrato del narcotráfico. Tampoco se pronunció sobre el narcolaboratorio del flamante embajador o la investigación que relaciona a la vicepresidenta con otro narco. ¿En qué país vive ese señor? ¿Qué entiende Fajardo por corrupción? No tengo ni idea, pero sí estoy seguro de algo: entre ser tibio y cobarde hay un Fajardo de diferencia.
A él solo le importa marginarse de todo ese mundanal ruido e irse a ver ballenas. Por eso, en reciente entrevista con Semana no hizo referencia a esos vínculos del gobierno Duque con el narcotráfico, solo cuestionó a Petro como “destructivo” afirmando que se iría solo en 2022 y que le importan las alianzas sí son en torno a él. Claro reflejo de su vanidad y autosuficiencia, ya lo vivimos en Antioquia cuando fue alcalde de Medellín y gobernador. Me recuerda otro presidenciable con el que la derecha conservadora buscará lavarse la cara en 2022, el exalcalde de Medellín Federico Gutiérrez (que hace poco se estrenó como columnista de El Colombiano), un personaje que tampoco se ha pronunciado o le interesa si quiera tomar posición frente a esos hechos, deberían hacer fórmula, son tal para cual.
Solo espero que las personas que apoyaron a Fajardo no caigan en el síndrome de irse a ver ballenas y valoren la forma como el “adalid contra la corrupción” guarda silencio frente al mayor escándalo de corrupción que se ha dado en el país desde Odebrecht (opacado por la crisis del COVID-19), que Alianza Verde no se vuelva a dejar manipular (exija la consulta abierta y ciudadana como ha propuesto Camilo Romero) y que en 2022 no caigamos en ese error al que Fajardo en su vanidad nos quiere conducir, una división que vuelva a llevar al poder al uribismo o un agazapado peor de Duque. No seamos tan irresponsables.