La memoria individual es selectiva, y no se diga la memoria colectiva. En esta, los hitos que se marcan en la misma, corresponden a los predominantes en las clases dirigentes de los pueblos donde se busca con estos establecer un rumbo en el destino común al cual aspirar.
Siempre en la historia son los dirigentes, a nombre de los pueblos, quienes marcan los lideres entre ellos, normalmente hombres, por el rasgo machista en las sociedades, para erigir sus estatuas, o denominar con sus nombres lugares públicos, con la aquiescencia o la indiferencia de sus ciudadanos por los valores culturales que estas representan; mas ahora, en varios países, estamos viendo en medio de protestas reivindicatorias por los derechos de los afroamericanos, una furia que se dirige a derribar símbolos representados primordialmente en estatuas, que son fáciles de atacar y derribar, para en ello, manifestar el rechazo a la violencia que actualmente se dirige contra esta población, en la cual, estas figuras participaron y por tanto representan; donde la furia reivindicatoria elige, de entre ellas, casi al azar o por visibilidad del lugar que ocupan, algunas como objetivos a derribar.
Quienes ahora se están revelando inconformes son los pueblos, que ven en estas estatuas, símbolos visibles de una realidad que aún les golpea y somete y buscan, al derribarlas, modificar códigos, explícitos o tácitos, de violencia imperantes, bien en la población mayoritaria o en sus cuerpos policiales.
He leído a varios columnistas lamentarse por la destrucción de estos monumentos aduciendo la perdida artística y la perdida de la memoria histórica al destruir estos símbolos, pero, personalmente creo que este actuar reivindicatorio sobre estas estatuas es correcto, cuando si bien, al momento de erigirlas, estos personajes recibieron tales distinciones por logros paralelos en sus pueblos y no por el clasismo en el cual ellos participaban de estas políticas, usos y costumbres regladas y aceptadas para su época, que a la luz de aspiraciones sociales ancestrales, hoy, por estos comportamientos, se encuentra inaceptable tenerlos en lugares destacados, en su recordación como ejemplos de conducta.
Hallo en este deseo una aspiración valida de cambiar los símbolos de la historia al derribar las estatuas de personas que en su momento eran reconocidos esclavistas.
La historia, como materia de estudio y guía, a de ser un ejercicio de contrastación de épocas pretéritas con nuestro presente, para en esta amalgama ir modelando como ha de ser en un mañana por construir que aún carece de nombres a glorificar, por esa circunstancia, sería mejor marcar estos espacios con ideales a alcanzar y no con nombres que lo representen.
Si en la universidad Nacional de Bogotá, una manifestación estudiantil procastrista en 1.976 derribó y decapitó la estatua del general Santander, que en dicha época presidia su plaza central, por considerarlo un símbolo de la oligarquía, para remplazarlo al poco tiempo con un mural del Che, de quien la historia ya ha documentado su talante déspota y sanguinario, al haber mandado a fusilar sin juicio a demasiados civiles inocentes; creo que es hora, de, revestidos con este conocimiento sobre el Che, dar un nuevo paso y prescindir de su nombre y figura en esta plaza, a modo de ejemplo de reivindicación de derechos humanos y, establecer en ella nuevos símbolos escultóricos o muralistas que hablen de la concordia sin un nombre asociado a ellos, dejando a Santander y al Che, en la proporción y el sitio justo de la valoración de la historia, para quedar ellos, en el contexto histórico de sus acciones en el juicio histórico, que suele, con el tiempo, ser implacable y sujeto a la realidad.