Me conmueve salir un domingo a Ciclovía. Dos ruedas oxidadas y un pedazo alargado de varilla me acompañan a recorrer la ciudad. En mis recorridos siempre encuentro cosas nuevas, y me alegra encontrarlas porque Bogotá, por donde viajo, no parece ser la capital aglomerada, sino es más un espacio donde el respeto prevalece y la tranquilidad fluye. Los domingos especialmente salgo muy temprano con mi vieja amiga, a grabar los trayectos no propiamente detallados.
La cicla puede ser el relato fantástico y descriptivo para conocer una ciudad sea cual sea, también para darle reconocimiento a ese medio de transporte que no contamina y que por lo contrario ayuda al medio ambiente, sin embargo es difícil hacer una descripción entre ruedas porque la dimensión de frivolidad incómoda a quienes transitan por medios amigables, aludiendo libremente la imposición de transporte rápido o más bien el avance a un circulo social. Eso representa en este caso el carro: salir de pobre. Y no importa si es con plan, si es de segunda, si es de concesionario, al fin y al cabo nadie se aguanta ir de pie en un bus, a menos de que el conductor le ofrezca la silla de copiloto. Dago García por ejemplo es quien mejor describe la fortuna de tener un vehículo cuando dirige la película “El carro”.
El amor por estos medios es relucido. Se puede contraer un afecto emocional llegando a la más cuidadosa protección probablemente donde no la hay. Dos ruedas o cuatro ruedas pueden desnudar ligeramente a quien va conduciendo; a veces los caminos no detallan la cotidianidad porque la ciudad difícilmente no permite hacerlo. Y en eso se ha convertido la cicla: en un refugio que alcanza altos niveles de tolerancia y respeto, pero que hasta el día de hoy solo ha demostrado ser la salida a una infructuosa semana (o en mi situación eso parece ser). Seguramente para Nairo o Rigo la bicicleta representa hazañas, para mí es el pretexto de los ‘desmadres’ del día a día, y por qué no, de lo bueno que es estar acompañado de alguien. Lamentablemente mi vieja bici ya está muy cansada, se pone dura y de mal genio. Siempre me implora que la maneje despacio y más cuando son tramos largos. Es como si respirara.
Los frenos me tranquilizan porque sé que están bien, y que si algún día tenemos un accidente no va ser culpa de ella, sino mía, de su conductor tal vez por estar mirando lo que no debe, o por reconocer los buenos mensajes que, a veces, deja la ciudad. Ya entiendo por qué es el día más anhelado de mi mujer: quizás observa los detalles que le merecen. No es exigente conmigo y yo tampoco lo soy, ambos sabemos hasta que límites podemos llegar.
Desde niños hemos tenido en casa a un primer amigo, ya sea un juguete, un triciclo, o una bicicleta, que para épocas de antaño, estas contaban con dos 'rueditas' atrás. Es el justo momento para revivir a mi compañero de infancia (a sus compañeros) que desapareció hace uno años atrás. Ambos éramos jóvenes, con cuerpos gloriosos, esculturales y rudos; negro y verde corrieron a toda marcha por la ciudad.
Con aquél amigo compartimos, jugamos y hasta reímos por circunstancias de caídas, hoy todavía me pregunto por qué lo abandoné…Y creo no tener la respuesta para contrarrestar un posible odio. El hecho me lamenta y me condena ante la herida de muerte porque la preocupación después de haberlo visto agonizar, fue negativa, sin embargo, me renueva por la compañía que hoy ejerzo con mi confidente mujer, aunque no diluya la tristeza que me embarga cuando me cuestiono sobre el rumbo que decidió tomar.
Sé que has vivido muchos años en casa de mis padres y que hace muy poco salimos, evoco el instante cuando cerré el portón y encendimos nuestro primer viaje (muy rara vez observé la ruta que nos llevaría a recorrer distancias) ¿te acuerdas? Llegamos hasta el final de nuestra localidad (Puente Aranda) y comenzamos a seguir a varios ciclistas.Recuerdo que el miedo nos invadía. Andabas con terror e inseguridad. Esa prueba nos demostró el poco bagaje que teníamos sobre la ciudad, pero que así mismo nos atrevimos a descubrir. Cómo olvidar la escena de sexo que vimos detrás un arbusto en el Parque Simón Bolívar, o cómo desprestigiar aquel helicóptero que aterrizó en medio de la vía.
El primer relato será recordado como un excelente viaje, pues ese día dos parejas con sus bicis en la mitad del bosque y a pocos metros de la carretera, se desbordaron de amor;’ Esa mañana no había rastro de ningún otro camino pese haber pasado por el tramo de barro y de numerosas piedras, que nos condujeron, finalmente, a ser testigos del encuentro entre esa pareja. Esta descripción puede ser lo más absurdo luego de haberle encontrado un valor sentimental. A veces las bicicletas suelen arremeter contra nosotros igual que nuestro destino. De hecho, no había encontrado un camino de miseria y de errantes entorpecimientos al andar, porque el sendero es pobre cuando no hay nada por descubrir, sin embargo mi vieja amiga, ya fatigada, todavía descubre cosas que a mi poco me sorprenden. Techos, pedazos de pan, gente durmiendo por ahí, suelen hacer de ella lo buena qué es. Como bien lo sabe, siempre encuentra un hombre correspondido a quien le muestra lo valioso de vivir.
Pronto la arreglaré, y pronto saldremos a recorrer kilómetros. Por ahora trazaremos la misma ruta hasta revelar cosas que se merecen un lugar en los vacíos de la ciudad. También arribaremos a los bebederos de agua para refrescar las situaciones de la semana, pues sea o no cierto, la cicla es un ser óbito que escucha y entiende.
Reflexionemos sobre su uso y su impacto para nuestra caótica Bogotá.